Religión

San Maximiliano y Nagasaki

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Martes 27 de febrero de 2024

(…) Habiendo pasado antes por Lourdes y por Lisieux, a fin de pedir el auxilio de la Virgen y de Santa Teresa del Niño Jesús, el 24 de abril de 1930 el P. Kolbe y otros dos frailes llegaron a Nagasaki.

Se dirigieron entonces a la catedral para encontrarse con el obispo local, Mons. Hayasaka, que los recibió con mucha cordialidad. El prelado veía con muy buenos ojos la llegada de los misioneros, entre otros motivos, porque la cátedra de Filosofía del seminario estaba vacante y el P. Kolbe era doctor en esa disciplina. Se presentaba así la oportunidad perfecta: el obispo había conseguido suplir las necesidades de su profesorado, mientras que el santo franciscano encontraba auxiliares para la traducción de sus artículos al japonés.

El primer alojamiento de los tres frailes fue una precaria casucha cercana a la catedral, en la cual hallaron mosquitos y lluvia en verano, viento y nieve en invierno. A esto se sumaron otras muchas dificultades: la comida oriental les causaba náuseas; la salud del P. Kolbe, desde hacía tiempo debilitada por la tuberculosis, estaba peor que nunca; aún no sabían la lengua nipona ni conocían las costumbres del país; escasos eran sus recursos financieros.

Parecía imposible que sus proyectos llegaran a buen término, pero la realidad era bien diferente. En los fundamentos de las grandes obras sobrenaturales es preciso que haya muchos sufrimientos aceptados con resignación y los tres «caballeros de la Inmaculada» eran los hombres de fe llamados a sentar las sólidas bases de esa empresa.

Tras haber decidido publicar el primer número de la revista el mismo mayo —apenas un mes de su llegada a Nagasaki—, rezaron incesantemente y sus oraciones no tardaron en ser escuchadas: un católico adinerado de la ciudad les regaló una completa y moderna imprenta. Otras personas también les hicieron donaciones o se ofrecieron a ayudarles. Un japonés metodista se ofreció a traducir del latín a su idioma los artículos que San Maximiliano escribía; y hasta tal punto se encantó con ellos que llegó a convertirse a la Iglesia Católica e ingresó en la Milicia de la Inmaculada.

Una de las primeras ediciones de «El caballero de la Inmaculada» en japonés

De manera que en el mes previsto salió a la luz la primera edición del Mugenzai no Seibo no Kishi — El caballero de la Inmaculada—, con diez mil ejemplares de tirada y, a pesar de muchas dificultades, la revista fue creciendo a lo largo del año. San Maximiliano decidió entonces empezar la segunda parte de su plan.

El Jardín de la Inmaculada

Los recursos de los que disponía el P. Kolbe para comprar el terreno de la futura «Ciudad de la Inmaculada» no le permitían adquirir el que más le conviniera. Esto le obligó a dirigir su atención en los alrededores de Nagasaki, donde los precios eran más asequibles.

Su elección recayó sobre el suburbio de Hongochi, en la ladera del monte Hikosan, donde estaba a la venta una propiedad de cinco hectáreas. Pese a estar alejado, el lugar ofrecía una vista panorámica de Nagasaki que llegaba hasta el mar, pues se encontraban en un nivel más elevado.

La «ciudad» comenzó a ser construida: una casa de madera, una capilla, un pabellón para las máquinas de edición, una cabina eléctrica central y un gran salón, donde se hacían las reuniones y se impartían las clases de catecismo a los japoneses. Por fin, el 6 de mayo de 1931 los misioneros pudieron trasladarse definitivamente a la nueva Mugenzai no Sono, poética expresión que significa «Jardín de la Inmaculada». ¡Otro sueño realizado!

Despacho del prior del convento de Nagasaki

Enseguida se puso de manifiesto la eficacia apostólica del «loco de la Inmaculada»: en aquella época había en Japón cien mil católicos y la revista poseía una tirada mensual de cincuenta mil ejemplares, lo que lo convertía en el mayor periódico del país.

Se obraron numerosas conversiones. Cierto día, por ejemplo, llamó a las puertas de la Mugenzai no Sono el superior de un monasterio budista de Kyoto. Estaba impresionado con la vida de los misioneros e invitó a fray Maximiliano a que visitara su comunidad. El santo aceptó y llevó la luz de la fe a aquel sitio; antes de retirarse, su anfitrión le dijo que en adelante no aceptaría a nadie más en su monasterio que no estuviera dispuesto ¡a conocer y amar a María, la Madre de Dios!

Intacto en medio de la explosión atómica

Infelizmente, el P. Kolbe no pudo continuar más tiempo con su acción benéfica para con los orientales: en 1936 se vio obligado a dejar Japón para cuidar de su fundación en Polonia. Y ya no volvería a aquel país… En 1939 los nazis lo tuvieron preso durante tres meses y en febrero de 1941 fue nuevamente detenido; el 14 de agosto de este mismo año moría en el campo de concentración de Auschwitz, ofreciendo su vida para salvar a otro prisionero, padre de familia, y en holocausto a Dios para mayor éxito de su apostolado.

San Maximiliano falleció precisamente en la época en que un gran peligro amenazaba destruir todo lo que había realizado: la Segunda Guerra Mundial. Todos los miembros de la Milicia de la Inmaculada de Polonia tuvieron que dispersarse, para que los nazis no los apresaran. Algunos también fueron asesinados, uniéndose a su fundador en la gloria celestial.

La situación en Japón se volvió muy delicada: la Milicia no había tomado aún suficiente fuerza como para resistir a las dificultades ocasionadas por la guerra y, además, se veía huérfana sin el amparo del P. Kolbe. Sin embargo, los frailes no abandonaron la Mugenzai no Sono y siguieron haciendo apostolado tanto como les era posible.

El 9 de agosto de 1945, no obstante, sobrevino un desastre que parecía capaz de acabar con todas las esperanzas: la explosión de la bomba atómica en la ciudad de Nagasaki, donde los discípulos del P. Kolbe realizaban su labor evangelizadora…

¿Se había acabado todo? ¡De ninguna manera! Dios escribe recto en líneas torcidas, dice el proverbio. A menudo el Señor permite que ocurran hechos incomprensibles a los ojos de los hombres, los cuales, por algún designio misterioso, dan la impresión de ir contra sus planes. Pero los santos y los profetas consiguen discernir algo de esos arcanos divinos, aunque no les sea dado ver con claridad todas sus consecuencias.

Protegido de la onda expansiva de la explosión atómica no sólo a causa del monte Hikosan, sino sobre todo por su fundador, el Jardín de la Inmaculada quedó intacto: únicamente algunos cristales rotos, sin daño alguno a sus moradores.1 Se ve que la elección del terreno para la Mugenzai no Sono, catorce años antes, no constituía algo meramente natural: la mano de Dios providenció aquel lugar para que, incluso con la destrucción de Nagasaki, la obra del «loco de la Inmaculada» se mantuviera en pie, ¡hasta nuestros días! ◊

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