Historia

LA MUJER EN LA CRISTIADA

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Miércoles 18 de enero de 2023

La Mujer, el espíritu de la Cristiada

Fueron las mujeres, llámense madres, esposas, hijas, novias, quienes ejercieron la verdadera presión socio-psicológica en los hombres a fin de convencerlos de “tomar las armas por Cristo Rey y la Virgen Santa María de Guadalupe”.

Apelaban a que “lanzarse a la guerra” era un signo de hombría: “Todos los hombres a tomar Atotonilco y sólo las mujeres se quedarán en casa”

“Si no se entiende a la mujer, no se puede entender la Cristiada”, pues fueron ellas las primeras en participar en la defensa de la fe, desde sus circunstancias cotidianas, en los años veintes.

En agosto de 1926, eran las más decididas a montar la guardia en las iglesias, y en todas partes los hombres se limitaban a desempeñar tímidamente un papel secundario, no enfrentándose al gobierno y a sus soldados más que para defender a sus compañeras.

La Cristiada no se hubiera mantenido sin la ayuda constante de las espías, de las aprovisionadoras, de las organizadoras, sobre las que recaía todo el peso de la logística y de la propaganda.

Ya no es dolor lo que sienten las mujeres cuando ven partir a “los cristeros”, ahora es alegría y satisfacción de saber que sus papás, esposos, hijos, novios pelean por Dios y por la Patria.

¡Cómo no admirar el espíritu de las mujeres tan firme que las hacía incluso alejar de sí a quienes más quieren: sus hijos!

Una madre decía al último de sus hijos, cuando el último de los caballos que quedaba en medio del combate, relinchaba ante el ruido de las balas:

“hijo, a ese caballo le hace falta un buen jinete”

Ante estas palabras, al muchacho sólo le quedó responder con presteza a las palabras de la madre y montar el corcel.

Fueron esas palabras de la madre el espíritu que lo impulsó a luchar por la defensa de la fe familiar.

Uno de los casos más conocidos de arrojo femenino, además del de la madre Conchita, es el de doña Elvira González de Vargas, quien una vez que El maestro Anacleto González Flores es descubierto en su casa y aprisionado junto con sus dos hijos, se despide de ellos con una frase que demuestra el alto grado de convencimiento que tenía de tratarse de una causa noble la de luchar por la fe y además muestra que el compromiso que inspiraba a estos jóvenes acejotaemeros a organizar la liga de la Acción Católica, tarde que temprano podría culminar con la muerte: “¡Hijos míos, hasta el cielo!”

Tal pareciera que hablando de la valentía, debiéramos hablar de los hombres, quienes no importándoles su vida, se arriesgaban hasta lo inimaginable.

Sin embargo, es honesto reconocer que las mujeres demostraron su valentía y decisión en los momentos en que les fue requerida tal virtud.

Teóricamente el amor propio y la valentía son valores masculinos; ahora bien, he aquí que la vergüenza la siente con tal violencia la mujer en el momento de la crisis religiosa, que suele ser ella quien toma la iniciativa de la rebelión.

¿Será que lo que constituye su inferioridad en tiempo normal, constituye su superioridad permitiéndole la rebelión unánime e inmediata?

Las mujeres guerreras rompen el estereotipo de género y se enfrentaron al enemigo. Un ejemplo de ello es Agripina Montes “La Coronela”, en Querétaro, que se convirtió en símbolo para sus tropas, organizó el alzamiento de Manuel Farías, en Colón y lo propagó por toda la región con energía militar.

La Generala Sara Flores Arias, mujer jalisciense que muere en 1927, junto con las colimotas Ángela Gutiérrez, Faustina Almeida y Sara Ochoa, además del general en jefe del movimiento en Colima, Dionisio Ochoa y del coronel Antonio Vargas; en el campamento de la Yerbabuena (Volcán de Colima), al explotar la pólvora mientras preparaban bombas; la Brigada de Colima se denominará “María de los Ángeles Gutiérrez”.

La brigada femenina primero procuraba dinero y alimentos a los combatientes, después, información, municiones, refugios y enfermería.

Una alumna de la Normal privada relata que, cuando tenía que auxiliar a algún enfermo o herido, el padre Nabor Victoria salía vestido de ranchero, acompañado por Sor Elena, de ranchera, cuando encontraba peligro en el camino, él empujaba y regañaba a Sor Elena como si fuera su mujer; ella sólo pujaba.

Estas mujeres transportaban pertrechos con peso de 15 a 25 kilos, ocultos entre sus ropas.

Honramos a todos aquellos, hombres y mujeres que pelearon para honra de Dios, para gloria de la patria y por la libertad.

Seguimos pendientes…

Dios, Patria y Libertad

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