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La Cristiada y los Cristeros

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Martes 22 de noviembre de 2022

El movimiento armado en contra de la tiranía callista fue llamado «cristero» por el gobierno, en son de burla, aunque sin ninguna razón.

Llamaremos con orgullo cristeros a los que, negándose a obedecer a los hombres antes que a Dios, se alzaron contra el absolutismo antirreligioso de Calles.

A los cristeros se les ha juzgado duramente, la Historia «Oficial» -en las raras ocasiones que los llega a mencionar- los califica como «rebeldes al gobierno».

Así que antes de comenzar el tema aclararemos una cosa: la Cristiada no fue una rebelión ofensiva, sino una rebelión defensiva, un movimiento en legítima defensa de los derechos del pueblo a creer en Dios y a venerarlo; tampoco fue rebelión contra un gobierno legítimo, sino contra un gobierno usurpador, un gobierno impuesto por los grupos anticlericales, un gobierno que el pueblo no había elegido.

Y no hubo alzamiento armado ni tácticas de resistencia civil católica hasta que no se agotaron todos los recursos legales y pacíficos posible

-Los católicos toman las armas: Este gobierno anticlerical que había aprovechado la Revolución para encaramarse al poder, lo esperaba todo, menos una resistencia tan fuerte como la que presentó el pueblo.

Para ellos era inconcebible que los cobardes y dóciles católicos -que ya les habían aguantado miles de atropellos- se organizaran y tomaran armas para repeler la agresión del gobierno.

Líderes como Carranza, Obregón y Calles tenían el extraño complejo de sentirse infalibles, omnipotentes en sus caprichos. Para ellos la Constitución, por el simple hecho de serlo, tenía el poder de cambiar la naturaleza de las cosas, y si la Constitución decía que los templos eran del gobierno, esto era cierto ipso facto.

Todos los ataques contra el clero se invocaban con la excusa de «cumplir la Ley», pero un país donde «cumplir la Ley» es lo mismo que acabar con la Fe del Pueblo, es un país sin libertad.

El gobierno pensaba que los católicos, amantes de la paz, no se animarían a luchar, pero el pueblo amaba la Libertad más aun que la Paz, y hay paces que sólo se encuentran del otro lado de la guerra.

Esto explica el furor del gobierno, su despecho y su estupefacción ante la reacción de la sociedad en masa que les hizo frente, y a su vez reaccionaron dispuestos, mediante el terror y la fuerza bruta, a hacer valer las «leyes» que ellos sólos habían creado, y que pretendían que el pueblo debía acatar.

Un magnífico resumen de la Guerra Cristera es una Carta de Francisco Campos, poblador de Santiago Bayacora, Durango:

«El 31 de Julio de 1926, unos hombres hicieron porque Dios nuestro Señor se ausentara de sus templos, de sus altares, de los hogares de los católicos, pero otros hombres hicieron porque volviera otra vez; esos hombres no vieron que el gobierno tenía muchísimos soldados, muchísimo armamento, muchísimo dinero pa´hacerles la guerra; eso no vieron ellos, lo que vieron fue defender a su Dios, a su Religión a su Madre que es la Santa Iglesia; eso es lo que vieron ellos. A esos hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios nuestro Señor. Los arroyos, las montañas, los montes, las colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios nuestro Señor con el santo nombre de VIVA CRISTO REY, VIVA LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE, VIVA MÉXICO. Los mismos lugares son testigos de que aquellos hombres regaron el suelo con su sangre, y no contentos con eso, dieron sus mismas vidas porque Dios nuestro Señor volviera otra vez. Y viendo Dios nuestro Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra vez a sus templos, a sus altares, a los hogares de los católicos, como lo estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de ahora que si en lo futuro se llega a ofrecer otra vez, que no olviden el ejemplo que nos dejaron nuestros antepasados».

A pesar de la suspensión de cultos, los obispos ya habían expresado su rechazo a la lucha armada -entre ellos Mons. Pascual Díaz, Mons. Manríquez y Zárate y Mons. Herrera Piña-. Pero al mismo tiempo los obispos prohibieron a los fieles cooperar con el gobierno en el asunto de redactar listas de sacerdotes, iglesias y hacer inventarios.

El gobierno no quiso doblar la mano más que en Sinaloa y Coahuila, pero los católicos del país vieron en tales «inventarios» una profanación.

Que Calles no esperaba un alzamiento lo hizo constar Silvino Barba González, quien rechazó el puesto de gobernador de Jalisco que le ofrecía Calles, con las siguientes razones:

«Ya me he jugado la vida varias veces, y me la seguiré jugando cuando haya buenos motivos para hacerlo; pero no cuando considere que todas las circunstancias están en mi contra, como lo veo claramente en este caso… Señor Presidente, usted no quiere creer que se van a levantar en armas los católicos fanáticos de mi estado… El señor general Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina tampoco quiere creerlo, y el señor general Jesús Ferreira, jefe de las operaciones militares de Jalisco, también es de la misma opinión. Esto quiere decir que al realizarse la sublevación, que yo la creo absolutamente segura, el gobierno a mi cargo no contará con el apoyo ni con la ayuda de las fuerzas armadas de la Federación.

Como antecedente, en marzo de 1926 el general Ortiz se presentó para detener a los sacerdotes de Valparaíso, Zacatecas, y entonces la gente se alarmó, de todas las rancherías acudieron gentes armadas, dispuestas a atacar a Ortiz.

En esos últimos meses se gestó la opinión en la zona de Jalisco, Durango y Michoacán, que una revolución no era una opción tan lejana, dado como estaban las cosas.

El 3 de Agosto de 1926 hubo un serio combate en Guadalajara, Jalisco. El ejército y el pueblo se enfrentaron a balazos, 50 soldados fueron rechazados y tuvieron que volver con refuerzos de 250 hombres a la carga. Al día siguiente los combatientes se rindieron y 390 hombres fueron llevados al cuartel militar.

El 4 de Agosto en Sahuayo Michoacán, el gobierno quiso cerrar la iglesia y los civiles se pusieron armados con palos y piedras, enfrente del templo.

Las milicias enviadas a combatirlos sencillamente se pasaron a su bando. Unos días después los rebeldes se fueron al campo y el general Tranquilino Mendoza pudo retomar la plaza.

Finalmente aparecieron los levantamientos importantes. El primero ocurrió en Zacatecas. El 14 de Agosto el ejército detuvo al párroco de Chalchihuites, Luis Bátiz, hombre pacífico y muy querido por el pueblo. Al día siguiente llegó al mercado el tratante de ganado Pedro Quintanar, personaje influyente y respetado, y los paisanos le pidieron que liberara al párroco. Quintanar fue a emboscar a los soldados, pero en el combate murieron los prisioneros que ellos tenían. Quintanar convocó a más hombres de toda la región, y el 29 de Agosto entraban en Huejuquilla el Alto (Jalisco), donde derrotaron a un contingente de 50 soldados.

En Octubre se rebelaron trece localidades tapatías: Tlajomulco, Etzatlán, Belén Refugio, Zapotlanejo, Atenguillo, Ameca, Tepatitlán, Cocula, Ciudad Guzmán, Chapala, Atengo, Ayutla y Tecolotán.

Ese mismo mes los cristeros de Santiago Bayacora, Durango, derrotaron a tropas del 26º batallón y 76º regimiento enviados contra ellos, recogiendo un valioso botín.

Noviembre de 1926: El día 2 la Secretaría de Guerra declaraba: «Ningún problema militar afecta a la República Mexicana hoy…, pero los hechos los desmentían.

El día 3 hubo combates cerca de Tepatitlán Jalisco, el 5 en Zapotlanejo y Tlajomulco.

El día 7 en San Juan de los Lagos el teniente Marcos Coello ordenó a su pelotón que quitara de los sombreros de los peregrinos las cintas que decían «Viva Cristo Rey». Se armó una gresca y el teniente y cuatro paisanos murieron.

El día 10 el ex-villista José Velasco atacaba Calvillo, Aguascalientes y Filomeno Osornio tomaba Santa Catarina, Guanajuato.

El 19 los cristeros atacaban El Mezquital, Durango, y el 28 los primos Felipe y Hermino Sánchez iniciaban la rebelión en Totatiche Jalisco, puestos de acuerdo con Pedro Quintanar.

Diciembre de 1927: El día 9 Quintanar hizo contacto con Herminio Sánchez y ambos derrotaron a los federales del 59º Regimiento el día 26; murieron 41 soldados y 4 cristeros, entre ellos Sánchez.

El día 23 el gobierno de Jalisco afirmó que «no había problema militar en el estado», cuando 20 municipios seguían sublevados.

Y finalmente, a finales de diciembre se unía a la guerra Anacleto González Flores -a quien vamos a dedicar más espacio-.

Anacleto no quería la violencia, pero comprendía como muchos acejotaemeros y católicos que los movimientos iban a ser aplastados por el gobierno si no recibían ayuda, y que habría represalias en caso de victoria gubernamental.

Al acabar el año de 1926 ya había revueltas en prácticamente todos los estados del centro del país, desde Durango a Guerrero, desde Veracruz a Jalisco.

Todavía, sin embargo, se hablaba de grupos, de revueltas locales, por estado. Pero luego de cinco meses de combates esporádicos, el gobierno de Calles no modificaba su actitud, y entonces, a partir de Enero de 1927 hubo un alzamiento general e ininterrumpido hasta los «arreglos» de 1929

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