Una anécdota Kafkiana
Martes 16 de enero de 2024
A los 40 años, Franz Kafka (1883-1924), que nunca se casó y no tuvo hijos, paseaba un día por un parque en Berlín cuando se encontró con una niña que lloraba porque había perdido su muñeca favorita. Ella y Kafka buscaron la muñeca sin éxito.
Kafka le dijo que se encontrarían allí al día siguiente y que volverían a buscarla.
Al día siguiente, cuando aún no habían encontrado la muñeca, Kafka le dio a la niña una carta «escrita» por la muñeca que decía «por favor no llores. Hice un viaje para ver mundo. Te escribiré sobre mis aventuras».
Así comenzó una historia que continuó hasta el final de la vida de Kafka.
Durante sus encuentros, Kafka leía las cartas de la muñeca cuidadosamente escritas con aventuras y conversaciones que a la niña le parecían adorables.
Finalmente, Kafka trajo de vuelta la muñeca (compró otra) que había regresado a Berlín.
«No se parece en nada a mi muñeca», dijo la niña.
Kafka le entregó otra carta en la que la muñeca escribía: «mis viajes me han cambiado». La niña abrazó a la nueva muñeca y se la llevó a su feliz hogar.
Un año después murió Kafka.
Muchos años después, la niña, ahora adulta, encontró una carta dentro de la muñeca. En la minúscula carta firmada por Kafka decía:
«Todo lo que amas probablemente se perderá, pero al final el amor volverá de otra manera».
Aceptar el cambio. Es inevitable para el crecimiento. Juntos podemos convertir el dolor en asombro y amor, pero depende de nosotros crear consciente e intencionalmente esa conexión.