Cómo hacer el examen de conciencia: Contrición y propósitos
Domingo 17 de diciembre de 2023
La finalidad del examen de conciencia es conocernos mejor a nosotros mismos, para que podamos ser más dóciles a las continuas gracias que derrama en nosotros el Espíritu Santo y nos asemejemos cada vez más a Cristo.
Quizá una de las primeras preguntas que pueden darnos abundante luz es: ¿Dónde está mi corazón? ¿Qué es lo que ocupa más espacio en él? ¿Es Cristo?
«En el instante mismo en que me pregunto eso tengo la contestación dentro de mí. Esta pregunta me hace dirigir un golpe de vista rápido sobre el centro más íntimo de mí mismo, y enseguida veo el punto saliente; presto el oído al sonido que da mi alma, e inmediatamente recojo la nota dominante.
Es un procedimiento intuitivo, instantáneo. Es un golpe de vista, in ictu oculi.
Unas veces veré que la disposición que me domina es el ansia del aplauso o el deseo de alabanzas, el temor de una censura; otras veces, es el desabrimiento, nacido de una contrariedad, de una conversación o de un proceder que me ha mortificado, o bien el resentimiento procedente de una reprensión agria y dura; otras veces es la amargura producida por la suspicacia o el malestar mantenido por una antipatía, o tal vez la cobardía inspirada por la sensualidad, o el desaliento causado por una dificultad o un fracaso; otras veces, es la rutina, fruto de la indolencia, o la disipación, fruto de la curiosidad y de la alegría vana, etcétera; o, por el contrario, el amor a Dios, la sed de sacrificio, el fervor encendido por un toque señalado de la gracia, la plena sumisión a la voluntad de Dios, el gozo de la humildad, etcétera.
Buena o mala, lo que urge averiguar es cuál será la disposición principal y dominante, porque hay que ver el bien lo mismo que el mal, pues lo que se trata de conocer es el estado del corazón: es preciso que yo vaya directamente a examinar el gran resorte que hace mover todas las piezas del reloj»
Podemos preguntarnos, al hacer el examen de nuestra conciencia, si ese día hemos cumplido la voluntad de Dios, lo que Él esperaba de nosotros, o si hemos ido más bien a lo nuestro.
Y descender a detalles concretos acerca de nuestro trato con Dios, del cumplimiento de nuestros deberes para con Él en el plan de vida, del trabajo, de nuestras relaciones con los demás.
Examinaremos con qué empeño luchamos contra la tendencia a la comodidad o a crearnos necesidades; qué esfuerzo ponemos, por ejemplo, para llevar una vida sobria y templada –también en las relaciones sociales– en la comida y bebida, y en el uso de los bienes de la tierra.
Hemos de ver si ese día lo hemos llenado de amor de Dios, o si por desgracia lo hemos dejado vacío para la eternidad –cosa que no va a suceder si nos dejamos ayudar por la gracia–, o en pecado.
Es como un pequeño juicio adelantado que nos hacemos a nosotros mismos.
Veremos algunas cosas que merecen ser tenidas en cuenta para la próxima Confesión.
Terminaremos siempre nuestro examen con un acto de contrición, porque si no hay dolor, es inútil el examen.
Haremos un pequeño propósito, que podemos renovar al iniciarse el nuevo día, en el ofrecimiento de obras, en la oración personal, o en la Santa Misa.
Y al acabar, daremos gracias al Señor por todas las cosas buenas con las que hemos cerrado la jornada.