La devoción a la Virgen, señal de predestinación
Sábado 9 de diciembre de 2023
Ianua caeli, ora por eis… ora pro me
El título de Puerta del Cielo le conviene a la Virgen por su íntima unión con su Hijo y por cierta participación en la plenitud de poder y de misericordia que deriva de Cristo, Nuestro Señor.
Él es, por derecho propio y principal, el camino y la entrada a la gloria, ya que con su Pasión y Muerte nos abrió las puertas del Cielo, antes cerradas.
A María la llamamos Puerta del Cielo porque, con su intercesión omnipotente, nos procura los auxilios necesarios para llegar al Cielo y entrar hasta el mismo trono de Dios, donde nos espera nuestro Padre.
Además, ya que por esa puerta celestial nos llegó Jesús, vayamos a Ella para encontrarle, pues «María es siempre el camino que conduce a Cristo.
Cada encuentro con Ella se resuelve necesariamente en un encuentro con Cristo mismo.
¿,Qué otra cosa significa el continuo recurso a María, sino un buscar entre sus brazos, en Ella y por Ella y con Ella, a Cristo, nuestro Salvador».
Siempre, como los Magos en Belén, encontramos a Jesús con María, su Madre.
Por eso se ha dicho en tantas ocasiones que la devoción a la Virgen es señal de predestinación.
Ella cuida de que sus hijos acierten con la senda que lleva a la Casa del Padre. Y si alguna vez nos desviamos, utilizará sus recursos poderosos para que retornemos al buen camino, y nos dará su mano como las madres buenas para que no nos desviemos de nuevo.
Y si hemos caído, nos levantará; y nos arreglará una vez más para que estemos presentables ante su Hijo.
La intercesión de la Virgen es mayor que la de todos los santos juntos, pues los demás santos nada obtienen sin Ella.
La mediación de los santos depende de la de María, que es universal y siempre subordinada a la de su Hijo.
Además, las gracias que nos obtiene la Virgen ya las ha merecido por su honda identificación con la Pasión y Muerte de Cristo. Con su ayuda entraremos en la Casa del Padre.
Con esos pequeños actos de amor que le estamos ofreciendo estos días, no podemos ni siquiera imaginar la lluvia de gracias que está derramando sobre cada uno de nosotros y sobre las personas que le encomendamos, y sobre toda la Iglesia.
«Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de Nuestra Madre Santa María».
No nos separemos de su lado; no dejemos un solo día de acudir a su protección maternal.