Religión

Lecciones para la vida que nos da la muerte

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Viernes 17 de noviembre de 2023

La muerte nos da grandes lecciones para la vida. Nos enseña a vivir con lo necesario, desprendidos de los bienes que hemos de usar, pero que dentro de un tiempo, siempre corto, habremos de dejar; llevaremos, para siempre, el mérito de nuestras buenas obras.

La muerte nos enseña a aprovechar bien cada día: carpe diem, goza del presente, decían los antiguos; y nosotros, con sentido cristiano, podemos darle un sentido nuevo: aprovechemos gozosamente cada día como si fuera el único, sabiendo que ya no se repetirá jamás.

Hoy, a la hora del examen de conciencia, nos dará gran alegría pensar en las jaculatorias, actos de amor al Señor, trato con el Ángel Custodio, favores a los demás, pequeños servicios, vencimientos en el cumplimiento del deber, paciencia quizá…, que el Señor ha convertido en joyas preciosas para la eternidad.

Con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna. No dejemos escapar estos días, numerados y contados, que faltan para llegar al final del camino.

La incertidumbre del momento de nuestro encuentro definitivo con Dios nos impulsa a estar vigilantes, como quien aguarda la llegada de su Señor, cuidando con esmero el examen de conciencia, con contrición verdadera por las flaquezas de esa jornada; aprovechando bien la Confesión frecuente para limpiar el alma aun de pecados veniales y de las faltas de amor.

El recuerdo de la muerte nos ayuda a trabajar con más empeño en la tarea de la propia santificación, viviendo no como necios, sino como prudentes, redimiendo el tiempo, recuperando tantos días y tantas oportunidades perdidas; a veces puede ocurrir lo que escribió el clásico: «No es que tengamos poco tiempo, es que hemos perdido mucho». Aprovechemos el que nos queda.

Hemos de desear vivir largo tiempo, para rendir mayores servicios a Dios, para presentarnos delante del Señor con las manos más llenas…, y porque amamos la vida, que es un regalo de Dios.

Y cuando llegue nuestro encuentro con el Señor, hasta esos últimos instantes nos han de servir para purificar nuestra vida y ofrecernos con un acto de amor a Dios Padre.

Para ese trance escribió San Ignacio de Loyola: «Como en la vida toda, así también en la muerte, y mucho más, debe cada uno (…) esforzarse y procurar que Dios nuestro Señor sea en ella glorificado y servido, y los prójimos edificados, a lo menos del ejemplo de su paciencia y fortaleza, con fe viva, esperanza y amor de los bienes eternos…».

El último instante aquí en la tierra debe ser también para la gloria de Dios. ¡Qué alegría nos dará entonces todo lo que nos afanamos en llevar a cabo en la vida por el Señor!: el trabajo ofrecido, las personas que procuramos acercar al sacramento de la Confesión, los mil pequeños detalles de servicio a quien trabajó tantas horas con nosotros, la alegría que llevamos a la familia y a todos, las intemperancias que procuramos disculpar y olvidar…

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