Rezar en familia
Sábado 24 de junio de 2023
Pensemos hoy en nuestra oración si la familia y las personas a nuestro cargo y cuidado ocupan el lugar querido por Dios, si el nuestro es para ellos un corazón que vigila. ¡Ese, junto a la propia vocación, sí que es un tesoro que dura hasta la vida eterna! Otros tesoros que nos parecieron importantes quizá encontremos un día que la falta de rectitud de intención los convirtió en herrumbre y en orín, o que eran falsos tesoros, o de menor cuantía.
Vida familiar significa en muchos casos tener tiempo los unos para los otros: celebrar fiestas de familia, hablar, escuchar, comprender, rezar juntos… No basta con tener un cariño latente y genérico, sino que hay que hacerlo crecer: es necesario empeño y oración, ejercicio de las virtudes humanas y olvido de uno mismo. No es ocioso que nos preguntemos: ¿para qué –o para quién– vivo yo?, ¿qué intereses llenan mi corazón?
Ahora, cuando parece que los ataques a la familia se han multiplicado, el mejor modo de defenderla es el cariño humano verdadero –contando con los defectos propios y ajenos– y hacer presente a Dios gratamente en el hogar: la bendición de la mesa, el rezar con los hijos más pequeños las oraciones de la noche…, leer con los mayores algún versículo del Evangelio, rezar por los difuntos alguna oración breve, por las intenciones de la familia y del Papa…, y el Santo Rosario, la oración que los Romanos Pontífices tanto han recomendado que se rece en familia y que tantas gracias lleva consigo. Alguna vez se puede rezar durante un viaje, o en un momento que se acomoda al horario familiar…, y no siempre tiene que ser iniciativa de la madre o de la abuela: el padre o los hijos mayores pueden prestar una colaboración inestimable en esta grata tarea. Muchas familias han conservado la saludable costumbre de ir juntos los domingos a Misa.
No es necesario que sean numerosas las prácticas de piedad en la familia, pero sería poco natural que no se realizara ninguna en un hogar en el que todos, o casi todos, se profesan creyentes. No tendría mucho sentido que individualmente se consideren buenos creyentes y que ello no se refleje en la vida familiar. Se ha dicho que a los padres que saben rezar con sus hijos les resulta más fácil encontrar el camino que lleva hasta su corazón. Y estos jamás olvidan las ayudas de sus padres para rezar, para acudir a la Virgen en todas las situaciones. ¡Cuántos habrán hallado la puerta del Cielo gracias a las oraciones que aprendieron de labios de su madre, de la abuela o de la hermana mayor!
Y unidos así, con un cariño grande y con una fe recia, se resisten mejor y con eficacia los ataques de fuera. Y si alguna vez llega el dolor o la enfermedad, se lleva mejor entre todos, y es ocasión de una mayor unión y de una fe más honda. La Virgen, nuestra Madre, nos enseñará que el tesoro lo tenemos en la llamada del Señor, con todo lo que ella implica, y en la propia casa, en el propio hogar, en las personas que Dios ha querido vincular de diversos modos a nuestra vida.
Dentro del Corazón de Jesús encontraremos infinitos tesoros de amor. Procuremos que nuestro corazón se asemeje al Suyo.