Religión

Pedir más fe

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Martes 21 de febrero de 2023

Llegó Jesús a un lugar donde le aguardaban sus discípulos. Allí se encontraban también un padre que había llevado a su hijo enfermo, un grupo de escribas y una gran muchedumbre.

Al ver aparecer a Jesús se llenaron de alegría y fueron a su encuentro: todo el pueblo se quedó sorprendido, y acudían corriendo a saludarle, como debemos acudir nosotros a la oración y al Sagrario.

Todos le echaban de menos. El padre se adelanta entre la muchedumbre que rodea al Señor: Maestro -le dice-, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu inmundo (…). Pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

Los discípulos, que ya habían realizado algunos otros milagros en nombre del Señor, intentaron curarle pero no lo lograron. Jesús les explicó luego, en casa, qué faltaba en ellos para que hubiesen podido realizar el prodigio.

El padre tiene una fe deficiente; posee alguna, pues ha acudido en busca de la curación, pero no la fe plena, la confianza sin límites que Jesús pedía y pide. Y el Señor, como hace siempre, le mueve a dar un paso más.

Al principio este hombre se dirige a Cristo con humildad, pero vacilante: Si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros. Y Jesús, «conociendo las perplejidades de aquella alma, le anticipa: si tú puedes creer, todo es posible para el que cree (Mc 9, 22). Todo es posible: ¡omnipotentes! Pero con fe.

Aquel hombre siente que su fe vacila, teme que esa escasez de confianza impida que su hijo recobre la salud. Y llora. Que no nos dé vergüenza este llanto: es fruto del amor de Dios, de la oración contrita, de la humildad.

Y el padre del muchacho, bañado en lágrimas, exclamó: ¡Oh Señor! yo creo: ayuda tú mi incredulidad (Mc 9, 23)», ¡Qué gran acto de fe para que nosotros lo repitamos muchas veces!: Jesús, ¡yo creo, pero imprime Tú más firmeza a mi fe! ¡Enséñame a acompañarla de obras, a llorar mis pecados, a confiar en tu poder y en tu misericordia!

La fe es un don divino; solo Dios la puede infundir más y más en el alma. Es Él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura…, de amor que se abre paso cada vez con más seguridad.

Si en alguna ocasión nuestra fe vacila ante el apostolado, las dificultades…, o se torna insegura la de nuestros amigos, hermanos, hijos…, imitemos a este buen padre.

En primer lugar pide más fe, porque esta virtud es un don. Pero, a la vez crecer en ella depende de nosotros mismos.

Abrir los ojos –comenta San Juan Crisóstomo– es cosa de Dios, escuchar atentamente es cosa propia; es a la vez obra divina y humana.

Debemos imitar a este hombre en su humildad: no tiene méritos propios que presentar, por eso acude a su misericordia: ayúdanos, ten compasión de nosotros. Este es el camino seguro que debe seguir toda petición: acudir a la compasión y misericordia divinas.

Por nuestra parte, la humildad, la limpieza de alma y la apertura de corazón hacia la verdad nos dan la capacidad de recibir esos dones que Jesús nunca niega. Si la semilla de la gracia no prosperó se debió exclusivamente a que no encontró la tierra preparada.

Señor, ¡auméntame la fe!, le pedimos en la intimidad de nuestra oración. ¡No permitas que jamás vacile mi confianza en Ti!

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