Religión

¿Es Dios quien condena a las personas al infierno?

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Domingo 6 de noviembre de 2022

¿Si Dios ama tanto al mundo, cómo podría enviar personas al infierno?

¿Sí es un Padre amoroso cómo puede permitir que la gente se pierda?

Efectivamente Dios es un Padre amoroso para los hombres, porque envío a Su único Hijo para que muriera para rescatarnos.

¿Es razonable que alguien así confine almas en un lugar donde reina el dolor y alejado por toda la eternidad de Él?

Puede ser razonable o no según como se argumente, pero tampoco es así en la realidad.

Hay mucha confusión sobre cómo maneja Dios su gracia para rescatar a la gente de la condenación eterna.

Pero Él no prohíbe que las almas se auto condenen, de lo contrario no tendríamos libre albedrío.

Es más, Él está en la puerta del infierno tratando de convencer a los que quieren entrar para que no lo hagan.

Mientras que desde dentro del infierno se oyen improperios e insultos contra Dios.

Vociferando incluso que no deberían permitirle que estuviera en la puerta haciendo proselitismo.

Pero previo a este problema está el tema de si el infierno existe o no.

NEGACIÓN DEL INFIERNO POR EL ENDURECIMIENTO DEL CORAZÓN A LA PALABRA DE DIOS

El vaciamiento de la fe católica, expresada en la Biblia, lleva a gran número de católicos a negar total o casi totalmente la doctrina del infierno

Ya no oímos predicar sobre el infierno.

Algunos los pastores tienen temor a que sus fieles se disgusten si predican del infierno.

Y otros simplemente se avergüenzan de hablar de él porque lo creen en algo pasado de moda, propio de una creencia medieval, donde se veía a Dios como un castigador y no como misericordioso.

Sin embargo el infierno es una de las doctrinas más presentes en la Biblia.

21 de las 38 parábolas advierten sobre un juicio en el que Dios separará aquellos que puedan entrar en el reino de los cielos de aquello que no puedan o no quieran entrar.

Hay parábolas que hablan de ovejas y cabras, de trigo y cizaña, de separación a la derecha y la izquierda, de vírgenes necias y vírgenes sabias, de aquellos que aceptan la invitación a la boda y aquellos que no, de los que están bien vestidos y los que no lo están para el banquete.

Están aquellos a los que Jesús les dice vengan benditos de mi padre y a los que dice aléjense de mí, y aquellos que golpean y Jesús les abre y aquellos a los que les dice no te conozco.

Y también la Biblia habla repetidamente de un lugar donde el fuego no se apaga, y no precisamente el fuego del amor, un lugar al que se entra por una puerta ancha, un lugar donde habrá llorar y crujir de dientes.

Y todo esto en el Nuevo Testamento, desmintiendo lo que algunos dicen que el infierno es cosa del Antiguo Testamento y que el Nuevo Testamento nos vino a mostrar otra cara de Dios.

Son tantas las menciones que no cabe el criterio del General de los Jesuitas (Sosa Abascal), que para relativizar las palabras de Jesús, manifestó que no había grabador en aquella época como para saber lo que Jesús dijo concretamente.

Todo esto que se expresa en el Nuevo Testamento suena como que hay un lugar peor que la muerte física, al que algunos irán y otros no.

Si nos deshacemos de la doctrina del infierno, ¿entonces de qué estaba hablando Jesús?

Este es el infierno; nos guste o no, hay que aceptarlo si queremos aceptar a Jesús.

Porque recordemos que Jesús dijo que el que lo ama es el que guarda sus mandamientos (Juan 14:21).

Si se lee con un poco de detenimiento la Biblia es insostenible pensar que el infierno no existe o que no haya gente allí.

Pero en la época actual prima más el sentido personal emotivo que la credibilidad de la Biblia, o sea en la palabra de Jesús.

Esto es lo que podemos llamar endurecimiento del corazón a la palabra de Dios.

¿DIOS ENVÍA AL INFIERNO?

La pregunta que muchos se hacen es como un Dios que amó tanto al mundo, que envió a Su Hijo para que todos tengamos vida eterna, puede enviar a alguien al infierno.

O si se quiere, porque permite que alguien vaya a ser condenado eternamente junto con el demonio.

Primero, es un dogma de fe que el infierno existe.

sí existe es porque no se trata de algo decorativo y por lo tanto está poblado.

De modo que es una herejía afirmar que no existe el infierno, tanto como afirmar que está vacío.

¿Pero es Dios el que envía a los pecadores consuetudinarios y sin arrepentimiento al infierno?

La respuesta es que no se trata de Dios.

Lo que a su vez nos lleva a una pregunta más de base.

¿Es Dios quien envía los males a la Tierra, como por ejemplo desastres naturales, enfermedades, muertes?

La respuesta también es que no es Dios.

Sino que Dios es quien lo permite, en ambos casos.

¿Y porque Dios permite que sucedan estas cosas desagradables?

Se trata de nuestro libre albedrío.

Pero conjuntamente, también Dios actúa previamente para prevenirnos de que esto pueda suceder.

Y eso es precisamente la base de su misericordia infinita.

Pongamos un ejemplo bíblico que documenta bien el accionar de Dios avisándonos y dirigiéndonos.

En el siglo sexto antes de Cristo, Nabucodonosor el rey babilonio, arrasó Jerusalén y cayó el fastuoso templo del Rey Salomón.

Muchos judíos fueron asesinados y los demás fueron conducidos al exilio.

Fue en la época de los profetas Ezequiel y Jeremías.

Pero por intermedio de ellos como mensajeros, Dios había advertido al pueblo que se arrepintiera y que no ofreciera resistencia a los invasores.

El pueblo judío no aceptó el aviso e incluso encarceló a Jeremías.

De modo que Dios envió un aviso de cómo tenían que actuar ante el peligro que se avecinaba, pero el pueblo respondió obstinadamente en contra de ese aviso.

esto mismo pasa con el pecado mortal que lleva al castigo eterno.

Juan 3: 19 dice que “el juicio es éste: la luz vino al mundo pero los hombres amaron la oscuridad en lugar de la luz”.

Esto indica que quienes van al infierno es porque ellos prefieren la oscuridad en lugar de la luz, eligen separarse de Dios.

¿Y porque la gente querría decidir separarse de Dios?

No es una respuesta fácil, pero en principio quizás el tema pase por una disconformidad respecto a la propia vida de la persona y a lo que le ha pasado en la Tierra.

De modo que si Dios existe habría sido el culpable de todos los males que le sucedieron, inclusive de su propia personalidad y sus propios defectos.

no quieren tener ningún trato con una persona que califican negativamente.

¿Tú tienes una interpretación mejor? Si la tienes, haznos un comentario y nos la dices.

DIOS ESPERA QUE LO ELIJAMOS

No sólo espera, sino que milita para darnos una oportunidad tras otra, por su inacabable misericordia.

Cuando morimos, en el juicio personal, debemos elegir un destino irrevocable: estar junto a Dios o estar separados de Dios; ir al infierno o ir en última instancia al cielo, aunque pueda suponer una parada intermedia en el purgatorio para purificarnos.

En ese momento, y antes durante toda nuestra vida, Dios ha estado esperando que aceptemos su misericordia.

Él nos ha dado la gracia de ver nuestros pecados a la luz para que cambiemos.

Y luego de eso debimos hacer la decisión de ver nuestra vida como Dios la ve, aceptar su amor misericordioso y enfrentar la verdad sobre nuestros actos.

Esto vale tanto para conductas inmorales pequeñas, como para actos inmorales detestable por toda la humanidad.

Porque nuestro arrepentimiento lava todas las culpas, aunque a veces no las consecuencias terrenales de nuestros pecados.

Lo único que podemos hacer nosotros es arrepentirnos y Él después nos regalará inmerecidamente una vida eterna junto a Él.

Pero esta misericordia final Él no la da si nosotros no se lo pedimos con nuestra aceptación de vivir con Él.

Para entender más esto hablemos sobre lo que es el pecado y como Dios lo previene.

QUÉ ES EL PECADO

Dios por naturaleza es bueno, perfecto e infinito. Y esa bondad es la base de la moralidad.

Esta propia naturaleza es la que determina si un acto que elegimos es bueno o malo.

Al elegir lo bueno estamos eligiendo a Dios, y si elegimos lo malo lo estamos rechazando.

De modo que es la propia naturaleza de Dios lo que hace a un acto moral o inmoral.

Y cómo Dios es eterno e inmutable, los actos que en un momento son morales son siempre morales, y por el contrario los actos inmorales son siempre inmorales.

Pero además de ésta clasificación objetiva hay una subjetiva.

Es nuestro propio libre albedrío es el que nos permite elegir a sabiendas un acto moral o inmoral.

Al acto inmoral elegido con pleno conocimiento se le llama pecado.

Pero entonces nos encontramos con dos tipos de pecados: el pecado venial y el pecado mortal.

El pecado venial no es tan gravemente inmoral como para ser totalmente incompatible con el amor a Dios y al prójimo.

Y por tanto no quita el estado de gracia del alma ni merece la condenación eterna.

Aunque siempre merece un cierto grado de castigo.

Mientras que el pecado mortal es incompatible totalmente con el verdadero amor a Dios y al prójimo.

Y es tan gravemente inmoral, que le quita al alma el estado de gracia y merece la condenación eterna.

Ahora, si un acto no fue elegido con conocimiento de que es un acto inmoral, entonces no hay pecado actual, aunque objetivamente sea un acto inmoral.

De modo que un pecado actual – como se le llama en teología – es un acto que se sabe que es inmoral pero se elige libremente.

Y es esta elección consuetudinaria la que lleva a la gente al infierno por sí misma.

Pero Dios no quiere esto.

nos da sistemáticamente ayuda misericordiosa para superar nuestra adicción a los actos inmorales.

CÓMO ACTÚA LA MISERICORDIA DE DIOS

Pensemos en una persona que comete fuertes pecados mortales, los llama santos y buenos y no se arrepiente.

Y esto a través de toda su vida.

¿Cómo actúa la misericordia de Dios en este caso de pecadores consuetudinarios y empedernidos?

¿Los abandona hasta que se arrepientan?

Noooo.

Dios les da un primer influjo misericordioso a través de la gracia preveniente.

Esta primera gracia ilumina al alma para percibir lo que es el bien y el mal, y las verdades trascendentes.

Y además libera la voluntad del hombre para elegir entre el bien y el mal.

De modo que podemos estar seguros de que hasta los pecadores más abyectos recibieron esta gracia, porque de lo contrario no serían culpables.

Es la gracia que les permite entender lo que es bueno y lo que es malo, y su culpabilidad de haber elegido lo malo.

Y además le da la capacidad de elegir por lo bueno.

Una vez que el individuo eligió la gracia preveniente Dios derrama sobre el la gracia subsiguiente.

Que es una gracia presentada por Dios al libre albedrío del pecador, para que coopere con Dios y con el prójimo.

Esto puede tener diversos niveles, porque el pecador no arrepentido puede cooperar con algunas gracias subsiguientes y con otras no, o sea en forma parcial y vacilante.

Esto es como un aprendizaje o una carrera, que finalmente puede conducir a una cooperación completa y al arrepentimiento total de los pecados.

Y la tercera gracia que da Dios a los grandes pecadores es la gracia providente.

Aunque el pecador odie a Dios y a su bondad y tenga su alma tan endurecida como para continuar en pecado y rechazando la gracia subsiguiente, Él de cualquier manera le ayuda con su providencia.

Está constantemente mostrándole su amor y dándole esperanza; trayéndole ejemplos de santidad, y produciendo en su vida situaciones para conducirlo al arrepentimiento.

En este caso, si el individuo comienza el proceso de arrepentimiento, Dios profundiza su gracia providente.

La gracia providente no necesita la cooperación del libre albedrío.

Estos tres tipos de gracia demuestran que la misericordia de Dios no actúa solamente sobre el arrepentido.

Porque ¿cómo podría arrepentirse un pecador mortal si no recibiera primero la gracia de Dios para inducirlo al arrepentimiento?

Pero aun así, a pesar de estos esfuerzos misericordiosos de Dios, hay gente que corre expreso hacia el infierno.

quizás el caso más doloroso es el de los padres que ven a sus hijos internarse en los pecados y se sienten como impotentes.

¿QUÉ PASA CON LAS PERSONAS QUE SE DIRIGEN EXPRESO AL INFIERNO?

Algunos padres tienen miedo de que sus hijos vayan al infierno porque no responden a ningún llamado de arrepentimiento de sus conductas pecaminosas, que les hacen.

Esto se ha multiplicado en los últimos tiempos, porque la oscuridad se ha apoderado del mundo.

Y hoy más que nunca se le está llamando bueno a las cosas malas, y malo a las cosas buenas.

Da la sensación a los ojos humanos, que nada se puede hacer, que es inevitable, porque se han hecho muchos esfuerzos y nada funciona.

Sin embargo no es cierto que no haya nada que pueda hacer Dios o alguna otra persona.

Dios de hecho está actuando con las 3 gracias previas al arrepentimiento que hemos mencionado.

Pero también los padres pueden cooperar con la gracia de Dios con su conducta y pidiendo un milagro.

Los evangelios nos avalan siempre ésta la esperanza.

Y nos muestran cómo la fe de otras personas han salvado por ejemplo a enfermos.

En Mateo 9 hay varias curaciones de Jesús debido a la fe de amigos o parientes de la persona enferma, quienes le piden un milagro a Jesús.

En Mateo 9: 2-7, unos hombres le traen un paralítico en una camilla y viendo la fe de estos hombres Jesús dice al enfermo “hijo ten ánimo, tus pecados te son perdonados”.

Y luego le ordena “levántate toma tu camilla y vete a tu casa” y así fue como se curó.

Nótese aquí que Jesús perdonó los pecados de la persona a partir de la fe de los amigos que le llevaron.

En Mateo 9: 18 se presenta una persona a Jesús que le dice “mi hija acaba de morir, ven y pon tu mano sobre ella y vivirá”.

El funcionario cree en el poder resucitador de Jesús, de lo contrario no se habría apersonado a Él, ni dicho eso sobre una situación que naturalmente no tiene solución, cómo es la muerte, donde uno diría es imposible que se salga.

Sin embargo se lo pide con fe a Jesús y éste responde positivamente y cura a la hija.

Un caso similar es el del centurión que le pide a Jesús por la sanación de un subalterno en Mateo 8: 5-13.

De modo que no hay nada imposible para Dios.

Y en segundo lugar, la fe de otra persona puede lograr el milagro.

Esto es especialmente importante para los padres.

En caso que sus hijos parezca que se dirigen expreso hacia el infierno, deben confiar plenamente en la gracia de Dios.

Y estar más atados a Dios aún, tratando de agradarle y obedecerle, para pedirle constantemente por sus hijos con más legitimidad.

“Señor yo estoy haciendo lo que no hacen mis hijos, por favor míralos a ellos”.

La historia de Santa Mónica, la madre de San Agustín, es especialmente didáctica para esto.

Mónica era una mujer y madre de profunda fe, que tenía un hijo pagano y un marido, que además de ser pagano era violento y adúltero.

Que la criticaba va porque llevaba una vida de caridad limosna y piedad. Y también lo hacía su suegra

Pero durante 17 años Mónica rogó por Agustín.

Cuenta la tradición que una vez se topó con un Obispo y llorando le dijo “que el niño de estas lágrimas no se pierda”.

Y Mónica vio antes de su muerte, que Agustín renunció a la herejía maniquea, cesó su vida licenciosa, fue bautizado y hoy es el santo más mencionado en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Y no sólo eso, también terminaron siendo bautizados su esposo y su suegra.

Por lo tanto la recomendación a los padres es no bajar los brazos, orar constantemente por la conversión de los hijos y mostrar la ferviente fe cristiana en su vida diaria.

Naturalmente que esto también vale para otras personas, no solamente para los hijos, porque uno puede estar preocupado por su esposa o esposo o familiares o amigos.

En resumen:

Primero, se condenan al infierno las almas mismas que no creen a Dios y no es Dios el que las condena.

Segundo, Dios no quiere que alguien vaya al infierno y por lo tanto derrama constantemente gracias a las personas para llevarlas al arrepentimiento.

Hay que tener la confianza que Dios está actuando permanentemente, tratando de mostrar la inmoralidad de los pecados a quienes no los perciben así.

Tercero, nunca hay que bajar los brazos a pesar que el alma del otro parezca que se dirige expreso al infierno.

Hay que orar constantemente, pedirle a Dios insistentemente, aferrarse con la fe más absoluta a lo que Dios quiere y mostrar esa fe a los demás en la vida diaria.

Y los detalles hay que dejarlos en manos de Dios.

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