La realidad del Infierno
Por el Padre Peter Carota
La presente serie sobre el infierno está tomada de “The Reality of Hell, Stories of Persons Who Visited Hell and Apparitions of the Damned.”
“Uno de los mayores peligros del siglo en que vivimos, y por lo tanto uno de los mayores triunfos de Satanás, es que cada vez haya menos gente que cree en el Infierno.
Para muchos, el Infierno se ha convertido en una fábula, un mito, un residuo anticuado que quedó del Dios veterotestamentario que amenazaba con castigos, fuego y azufre.
Estimulados por falsas doctrinas, por la idolatría del hedonismo y del yo, y por un rechazo pueril del castigo eterno a las infracciones graves, «porque Jesús es un Dios de amor y bondad», muchos han acabado por desechar el Infierno.
Y junto con éste, también han repudiado el horror al pecado. Al fin y al cabo, si no existe el Infierno, ¿a qué preocuparse por el pecado? Desgraciadamente, olvidan que Dios dijo: «Yo, Yavé, no cambio” (Malaquías 3,6).
El Infierno no se desintegra de la noche a la mañana sólo porque nos gustaría que no existiera.
Qué sutil es Satanás en los tiempos que corren. Disimulando su propia existencia, cada vez embauca a más incautos. Quiere que bajemos la guardia. Por el amor de Dios, y no sólo por amor a Cristo, sino también a nuestra alma inmortal, no nos dejemos engañar. El Infierno, el castigo eterno a los pecados graves, existe.
La Escritura, el Magisterio de la Iglesia y los testimonios de innumerables santos confirman unánimemente la realidad del averno. Realidad sin fin en la que deben vivir las almas de los condenados junto con Satanás y los demás perdidos porque haciendo uso de su libre albedrío optaron por rechazar a Dios cuando estaban en la Tierra. Así, ellos mismos se excluyeron para siempre de la comunión con Él.
La Biblia y el Infierno
Nada más en el Antiguo Testamento hay más de treinta referencias a la existencia del Infierno.
Por ejemplo: “El Señor omnipotente les dará el castigo en el día del juicio. Entregará su cuerpo al fuego y los gusanos, y gemirán en dolor eternamente” (Judit 16,17). “Esos son humo en mi nariz, fuego que abrasa siempre” (Isaías 65,5). “Se ha encendido el fuego de mi ira, y arderá hasta lo profundo del infierno… Amontonaré sobre ellos males y más males, lanzaré contra ellos todas mis saetas” (Deut.32,22-23). “Montón de estopa es banda de impíos; la llama del fuego será su fin” (Eclesiástico 21,10).
En los Evangelios, Jesús habla más del Infierno que del Cielo. En el de S. Mateo, dice: “Pero Yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio… Y el que le llame ‘necio’ será reo de la gehenna de fuego» (S. Mat. 5,22). “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos y a todos los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego, donde habrá llanto y crujir de dientes” (S. Mat. 13,41-42).
En el de Marcos, Jesús advierte: “Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida eterna, que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga» (S. Marcos 9,43).
El Apocalipsis contiene una descripción del Juicio Final que lo deja bien claro: “Vi a los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante del trono; y fueron abiertos los libros, y fue abierto otro libro, que es el Libro de la Vida. Fueron juzgados los muertos según sus obras, según las obras que estaban escritas en los libros. Entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras. La muerte y el infierno fueron arrojados al estanque de fuego; ésta es la segunda muerte, el estanque de fuego, y todo el que no fue hallado escrito en el Libro de la Vida fue arrojado en el estanque de fuego” (Apoc. 20,12-15).
En el Evangelio de San Mateo, Jesús describe el Juicio Final como la separación que Él hace entre las ovejas (quienes los amaron a Él y al prójimo) y las cabras (quienes no los amaron).
A estas últimas, les dirigirá la siguiente sentencia: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. … E irán al suplico eterno, y los justos a la vida eterna” (S. Mt. 25,41,46).
Jesucristo no podía haber dejado más claro que cada uno de nosotros, con nuestras decisiones y nuestro comportamiento, nos arriesgamos a sufrir un castigo eterno después de la muerte: el infierno.