Religión

La guerra justa de San Pío V

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Este 30 de abril, en la capilla de Santa María la mayor que alberga las reliquias de San Pío V, monseñor Marco Agostini ha celebrado una Misa solemne según el Rito Romano antiguo en honor del gran pontífice de cuya muerte se conmemoran 450 años, y la cual tuvo lugar el 30 de abril de 1572.

San Pío V fue un papa Santo y un papa combativo. Su nombre está vinculado a la batalla de Lepanto, pero tenía la intención de llevar también la guerra a Inglaterra contra la usurpadora Isabel Tudor, a la que excomulgó el 25 de febrero de 1570 mediante la bula Regnans in excelsis, declarando que había perdido su pretendido derecho a la corona británica. En cierta ocasión declaró que para realizar una expedición contra Inglaterra no sólo habría empeñado los bienes de la Iglesia, sino que él mismo la habría encabezado.

El Papa había confiado la misión de  intervenir para hacer posible la restauración de la Iglesia Católica en Inglaterra a un agente suyo en Londres, el banquero florentino Roberto Ridolfi.

Ridolfi llevaba muchos años residiendo en la capital inglesa y había entablado contacto con dos influyentes aristócratas católicos, los condes de Northurmberland y de Westmoreland, a los cuales, con el acuerdo de Pío V, les había garantizado una cuantiosa ayuda económica para sus proyectos de sublevar al pueblo inglés y poner en libertad a María Estuardo. La insurrección estalló en Durham y en Rippon el 16 de noviembre de 1569. El estandarte de los sublevados representaba al Salvador con las Cinco Llagas sangrantes, al igual que el de la Peregrinación de Gracia de 1536. En un primer momento, los condes de Northurmberland y Westmoreland triunfaron y tuvieron la dicha de asistir a la Misa católica en la catedral de Durham; eso sí, no consiguieron libertar a María Estuardo, entre otras cosas porque no obtuvieron la ayuda que habían prometido monarcas católicos como Felipe II de España y Carlos IX de Francia.

Ante el fracaso de la rebelión del norte de Inglaterra, Ridolfi propuso ala Papa la idea de que el Duque de Alba, comandante en jefe de los ejércitos españoles en los Países Bajos, invadiese Inglaterra apoyando una nueva rebelión católica.

El Papa apoyó la iniciativa, y el 5 de mayo de 1571 confió a Ridolfi una carta para Felipe II en la que invitaba al soberano español a facilitar los medios necesarios para la ejecución de la empresa. El soberano hispánico, al igual que Pío V, se mostró entusiasta con el plan, pero dejó la última palabra en manos del Duque de Alba, que por su parte veía la empresa con escepticismo. El propio Duque, fiel a su pragmatismo, había escrito el 5 de diciembre de 1569 al Rey Prudente que el Papa «era tan entusiasta que creía que se podía hacer cualquier cosa prescindiendo de los medios humanos ordinarios». Podría haberse dado vuelta a esta observación señalando que el Duque de Alba era tan pragmático que pensaba que se podía hacer cualquier cosa prescindiendo de los medios sobrenaturales. Menos de dos años después, la batalla de Lepanto demostraría el fruto del ardor sobrenatural de Pío V. El santo pontífice, que combatió a los musulmanes y los protestantes, dio con su ejemplo pruebas de que hay guerras justas. Son justas aquellas contiendas que tienen por objeto defender la patria de una agresión, pero también, y con más motivo, las que se hacen con vistas a defender la Fe católica de una agresión inminente o ya realizada: en el primer caso la de los turcos; en el segundo, la protestante.

El 21 de abril de 1572, pocos días antes de fallecer y a pesar de sus padecimientos, el Santo Padre manifestó el deseo de visitar las siete basílicas romanas. Cardenales, médicos y familiares trataron en vano de disuadirlo, pero haciendo ímprobos esfuerzos pudo cumplir el objetivo de su devoción. Cuando regresó, se encontró al llegar al Vaticano con un grupo de católicos ingleses exiliados. Tras departir un rato con ellos, exclamó: «¡Dios mío! Habéis de saber que siempre he estado dispuesto a derramar la sangre por la salvación de vuestra patria».

Los bienes espirituales son más valiosos que los materiales, y los católicos deben estar dispuestos a derramar su sangre por ellos. Ésa fue la enseñanza de San Pío V, uno de los más grandes pontífices de la historia de la Iglesia.

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