Religión

Los predecibles frutos descompuestos del ecumenismo de Francisco

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Una encuesta realizada por el Centro de Investigación PEW a 6,485 adultos de los Estados Unidos, del 20 al 26 de septiembre del año 2021 (Pocos americanos culpan a Dios o señalan que la fe ha sido sacudida en medio de la pandemia u otras tragedias) arrojó nueva evidencia de que los frutos del experimento ecuménico del Vaticano II están podridos. Los principales hallazgos de la encuesta incluyen lo siguiente:

  • La probabilidad de decir que las personas que no creen en Dios pueden ir al Cielo es posible sea doblemente mayor en los católicos que en los protestantes.
  • La mayor parte de los católicos, pero no así los protestantes, afirman que algunas de las religiones no cristianas pueden conducir a la vida eterna.

Los datos de la encuesta indican que solo el 16% de los católicos encuestados (con respecto al 31% de todos los cristianos) respondieron que “mi religión es la única verdadera fe que lleva a la vida eterna en el cielo”. Adicionalmente, 72% de los católicos respondieron que “muchas religiones pueden conducir a la vida eterna”, y 61% igualmente de católicos respondieron que “algunas religiones no cristianas pueden también llevar al cielo”. Cabe suponer que un porcentaje aun mayor de católicos habría respondido que las religiones no católicas pueden conducir al cielo, de no ser por el hecho que el 10% de esos llamados católicos, indicaron que no creían en el cielo.

Por consiguiente, si la versión de Francisco acerca del catolicismo es correcta, ¿cómo no llegar a la conclusión de que los esfuerzos de San Edmundo Campion fueron, en el mejor de los casos, equivocados, cuando no probablemente malos?

Bien sea que estos resultados nos sorprendan o no, es importante que nos demos cuenta que este tipo de pensamiento fue considerado siempre, por todos los santos anteriores al Vaticano II, como totalmente anatema. Analicemos, por ejemplo, las palabras de San Edmundo Campion, en su carta dirigida a los «Honorables Señores del Consejo Privado de Su Majestad»:

“Sea de su conocimiento que -todos los jesuitas del mundo, cuya sucesión y multitud deben sobrepasar las prácticas de Inglaterra- hemos hecho una liga en la que acordamos llevar alegremente la cruz que pondrán sobre nosotros, y nunca desesperar de la recuperación de ustedes, en tanto cuanto alguno de los nuestros haya sido dejado para disfrutar de su Tyburn o lugar de ejecución, o para ser objeto de tormentos, o consumirse en sus prisiones. El gasto ha sido calculado y la empresa ha comenzado; es de Dios, no se puede resistir".

Tanto él como muchos de sus compañeros sacerdotes jesuitas pasaron los últimos años de sus vidas tratando de salvar almas en Inglaterra, a sabiendas de que el régimen anticatólico de la reina Isabel los torturaría brutalmente y que, de ser capturados, los mataría. Cabe preguntarse: ¿Por qué él haría esto si la religión anglicana estaba bien? En efecto, si la versión de Francisco del catolicismo es correcta, ¿cómo podemos evitar llegar a la conclusión de que los esfuerzos de San Edmundo Campion fueron, en el mejor de los casos, equivocados y muy probablemente incluso malos? A fin de cuentas, si todas las religiones -sean o no cristianas- pueden conducir a la vida eterna, el santo estaba arriesgando innecesariamente su vida y la de los demás, al tiempo que tentaba a sus captores eventuales a pecar. Por absurdo que ello parezca, esto es lo que se deriva lógicamente de la visión ecuménica del catolicismo de Francisco.

Indudablemente, San Edmundo Campion no fue el único santo que creyó que el catolicismo era el único camino que conducía a la salvación –todos los santos anteriores al Vaticano II sabían que las demás religiones desagradaban a Dios. Esto es lo que la Iglesia siempre ha enseñado, y el Syllabus o Índice de los Errores del Beato Papa Pío IX condenó específicamente las siguientes proposiciones, que se asemejan mucho a los principios ecuménicos promovidos por el Vaticano II, y adoptados por Francisco hoy en día:

15. Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, considere verdadera. – Alocución “Maxima quidem”, 9 de junio de 1862; Damnatio “Multiplices inter”, 10 de junio de 1851.

16. En la observancia de cualquier religión, el hombre puede encontrar el camino de la salvación eterna y llegar a la salvación eterna. – Encíclica “Qui pluribus”, 9 de noviembre de 1846.

17. Hay que albergar, al menos, la esperanza de la salvación eterna de todos aquellos que no están, en modo alguno. en la verdadera Iglesia de Cristo. – Encíclica “Quanto conficiamur”, 10 de agosto de 1863, etc.

18. El protestantismo no es más que otra forma de la misma religión cristiana verdadera, a través del cual se puede agradar a Dios del modo que lo hace la Iglesia Católica. – Encíclica “Noscitis”, 8 de diciembre de 1849.

Pío IX condenó estas proposiciones porque contradicen claramente la enseñanza perenne de la Iglesia. Pero los apologistas del Espíritu del Vaticano II nos han dicho que la enseñanza de la Iglesia ha cambiado.

Pío IX condenó estas proposiciones porque contradicen claramente la enseñanza perenne de la Iglesia. No obstante, los apologistas del Espíritu del Vaticano II nos han dicho que la enseñanza de la Iglesia ha cambiado. ¿Nos ha explicado alguno de estos magos progresistas el momento en que los santos anteriores al Vaticano II recibieron su actualización sobre este importante elemento de la religión católica? ¿Fue inmediatamente al entrar al cielo o tuvieron que esperar a que los innovadores del Vaticano II comenzaran a enseñar sus novedades? ¿Se regocija el cielo de dar la bienvenida a una nueva clase de santos cada vez que nuestros oráculos del Vaticano II promulgan sus nuevos avances en la ciencia ecuménica?

En sus Cien años de modernismo, el Hermano Dominique Bourmaud describió el proceso malintencionado mediante el cual los arquitectos progresistas del Vaticano II condujeron a tantos católicos al estado de fe trágicamente absurdo, claramente indicado por la encuesta de Pew:

“Los ecumenistas responsables de la configuración del Vaticano II -y de su ruina- tuvieron que distorsionar las palabras y las realidades antes de que la Iglesia abierta y pluralista pudiera ser aceptada. Gracias a la abundancia de ambigüedades y de maniobras tras bambalinas pudieron transferir, con éxito, a los Padres conciliares la identidad de los contrarios: la Iglesia de Jesucristo es sólo la Iglesia católica y no sólo la Iglesia católica; la verdad en materia de religión es solo la fe católica y no solo la fe católica; la gracia de Jesucristo se recibe exclusivamente a través de la Iglesia Católica y no se recibe exclusivamente a través de ella. O bien, si no identificaron los contrarios, los relativizaron, mostrando que una Iglesia es tan buena como otra, una fe tan verdadera como otra. Estos dos medios, contradicción y relativismo, conducen al escepticismo absoluto: nada es verdad debido a que todo y su contrario es verdad. Mediante el sacrificio de los principios de razón y fe, fue como el Concilio pudo implementar el capítulo incoherente del ecumenismo”.

Aun cuando muchos Padres conciliares consintieron en los cambios sin comprender plenamente su naturaleza anticatólica, aquellos que impulsaron la falsa agenda del ecumenismo si sabían que estaban atacando la enseñanza católica inmutable. Como consecuencia, a los católicos les quedó la tarea imposible de creer tanto en lo que la Iglesia ha enseñado siempre, como en lo que siempre ha rechazado. Así, en el espíritu de la religión del Vaticano II, «nada es verdad, dado que todo y su contrario también lo es». Simplemente no se puede reconciliar la fe de los santos previos al Vaticano II (es decir, el catolicismo) con las creencias de los católicos nominales de hoy, incluido Francisco.

Como suele suceder cuando afrontamos las contradicciones del Espíritu del Vaticano II, podemos recurrir al arzobispo Marcel Lefebvre para que nos traiga nuevamente a la realidad del catolicismo. En su libro “Le destronaron” (en inglés titulado “They Have Uncrowned Him”), Monseñor Lefebvre respondió a las novedades del Concilio como un hombre que dio su vida para luchar por la verdadera Fe:

“El Concilio se complació en exaltar los valores salvíficos, o los valores – punto final - de otras religiones. Al referirse a las religiones cristianas no católicas, el Vaticano II enseña que "Aunque creemos que son víctimas de deficiencias, en modo alguno están desprovistas de significado y valor en cuanto al misterio de la salvación". ¡Esto es herejía! La Iglesia Católica es el único medio de salvación. . .. Uno se puede salvar dentro del protestantismo, ¡pero no por el protestantismo! ¡En el cielo no hay protestantes, solo católicos! "

Francisco y sus colaboradores alegarían, ciertamente, que el arzobispo Lefebvre fue demasiado rígido y cruel al decir que en el cielo solo hay católicos. Pero, si Francisco tiene razón y el arzobispo Lefebvre está equivocado, ¿para qué, entonces, tomarse la molestia de ser católico?

Como refutación a cualquier sugerencia de que la verdadera perspectiva católica es cruel, podemos mirar una historia en Contra las herejías del arzobispo Lefebvre:

“Algunos jóvenes protestantes me invitaron un día a Lausana para darles una conferencia; querían oírme hablar sobre Econe. Les dije: 'Les estoy hablando como obispo católico, y creo que por eso me invitaron. No se sorprendan, entonces, si les digo exactamente lo que pienso del protestantismo”. Dejé claro que para nosotros solo hay una religión verdadera, y la Econe representa esta convicción, porque nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica. Por eso somos tradicionalistas; eso no significa que despreciamos a los demás, pero la religión protestante es para nosotros un error”.

¿Cómo suponemos que este grupo de protestantes respondió a la defensa clara de la fe católica hecha por el arzobispo Lefebvre? Si imaginamos que el falso ecumenismo del Vaticano II y de Francisco son correctos, cabría sospechar que fue reprendido por su rigidez. Al contrario, felicitaron al arzobispo por decir la verdad sobre el catolicismo:

“Bueno, en los días siguientes, estos jóvenes protestantes me escribieron para felicitarme. Me dijeron que eso era lo que querían escuchar; sabían que un católico es católico y no puede admitir que el protestantismo es la verdadera religión. Así que no se sorprendieron”.

Las almas tienen sed de verdad y saben que el ecumenismo de Francisco es una mentira absurda e insatisfactoria. Desafortunadamente, se trata de una mentira que los llamados católicos han repetido durante tanto tiempo que las personas sensatas, a menudo, se sorprenden de encontrar verdaderos católicos que dicen la verdad. Por esta razón, aquellos de nosotros que tenemos la verdadera Fe, tenemos una obligación aún mayor de hablar clara y honestamente sobre el catolicismo. Como escribió el arzobispo, debemos hacer esto para salvar almas:

“Todo esto es grave y como católicos tenemos que afrontar continuamente este tipo de situaciones. Debemos estar al servicio de estas almas, pensemos siempre en su salvación. Si no hablo correctamente, si no transmito la verdad, tal vez haya almas que no se salven, cuando hubieran podido hacerlo. Ciertamente, el buen Dios puede actuar directamente, sin intermediarios, para convertir al mundo entero. Sin embargo, quería utilizar sacerdotes y misioneros. Él cuenta con nosotros; somos nosotros quienes debemos ser la ocasión de conversión de estas almas”.

En los años que siguieron inmediatamente al Vaticano II, se pudiera quizás excusar a los católicos de haber escondido, en cierto modo, su luz católica bajo un celemín, llevados por un sentido equivocado de obediencia al nuevo ecumenismo; sin embargo, hoy en día sabemos con certeza que este nuevo ecumenismo ha llevado al mundo a un estado de oscuridad espiritual e intelectual casi total. Para aquellos capaces de ver, es evidente que Francisco utiliza el falso ecumenismo del Vaticano II para lo que siempre fue su propósito: desarrollar una sola religión mundial al servicio de Satanás y su Nuevo Orden Mundial. Esto significa que ahora, más que nunca, debemos obedecer la orden de Nuestro Señor: «Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria a su Padre que está en los Cielos” (Mateo 5:16).

Los frutos podridos representados por la encuesta Pew hunden sus raíces en el Vaticano II, fueron nutridos por la Jornada de oración por la paz convocada en Asís por el Papa Juan Pablo II y están consagrados en la Casa de la Familia Abrahámica, donde pueden descomponerse libremente. Ese es el legado de los arquitectos del Vaticano II.

¿Cuál será nuestro legado? ¿Ha emasculado este espíritu ecuménico también nuestra Fe? ¿Aceptamos las contradicciones absurdas inherentes al Espíritu del Vaticano II? De ser así, entonces, ¿para qué molestarnos en ser católicos?

Si queremos ser verdaderos católicos, Dios nos dará la gracia de hacer todo lo que sea posible para luchar por la Fe. En este sentido, no estamos limitados por nuestro deber de estado – todo católico tiene la venturosa oportunidad de luchar por la Fe en este momento crucial, incluso aun cuando sea simplemente a través de la oración, las buenas obras y la firme adhesión a la Fe católica. Solo necesitamos creer y practicar el verdadero catolicismo, sobre el cual San Maximiliano Kolbe escribió para inspirar a tantas almas que se unirían a sus Caballeros de la Inmaculada:

“El catolicismo conquista las almas. Siempre conquistará las almas, porque únicamente él tiene la Verdad. Y "la Verdad os hará libres", dice el Señor Jesús. Les da felicidad, en tanto cuanto ella es posible de experimentar en este valle de lágrimas; satisface el entendimiento, que busca respuestas a las diversas interrogantes del momento presente. Solo el catolicismo puede proporcionar esto -¡y verdaderamente lo da! "

El mundo tiene hambre de la Verdad. He ahí la razón por la cual Satanás y sus patéticos lugartenientes y soldados rasos hacen todo lo posible por oscurecer la Fe católica. Nos interponemos e impedimos sus esfuerzos por erradicar la Fe -no cedamos nunca. Como San Edmundo Campion bien dijo: “Se ha calculado el gasto, se inicia la empresa; es de Dios, no se puede resistir».

¡Que la Santísima Virgen María, vencedora de todas las herejías del mundo, nos ayude a ser dignos de las promesas de Cristo, su Hijo! Inmaculado Corazón de María, ¡Rogad por nosotros!

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