Religión

Las comunidades de Misa Tradicional enfrentan una seria amenaza

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Por Michael Charlier

En su momento, las preguntas acerca del futuro de las comunidades pertenecientes a la ex-Ecclesia Dei habían quedado en la nebulosa y tampoco habían sido encaradas en el Motu Proprio—aparentemente los mismos actores no tenían en claro sus planes al respecto. Esto parece haber cambiado en el mientras tanto.

Los “círculos informados”, a quienes les gusta citar fuentes sin más detalles, esperan que comiencen las medidas antes de finales de este año, cosa que conduciría a estas comunidades sacerdotales “de vuelta a la única manera de celebrar el rito romano”, según esa hermosa expresión que tienen los neo-Orwellianos romanos.

El asunto es considerado urgente porque en el círculo de autores de TC ha prevalecido la opinión de que las regulaciones para la implementación del motu proprio, regulaciones que vienen sido esperadas desde hace tiempo, solo podrán ser formuladas e implementadas cuando el “problema” de las comunidades sacerdotales haya sido “resuelto”, al menos en principio.

De acuerdo a nuestra información, no se espera actualmente una ley especial sobre este asunto. Aparentemente, Roma piensa que el estatus de las comunidades como “sociedades de derecho pontificio” otorga de inmediato la posibilidad de entrar en ellas.

Con este propósito, podrían nombrarse “delegados papales” quienes, si bien no reemplazarían al superior actual como lo haría un comisario designado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, resultarían igualmente superiores a él.

Estos delegados papales instruirían a los superiores para tomar todas las medidas que sean necesarias para “reconciliar sus comunidades con el espíritu del Concilio” y, como un primer paso fundamental en dicha dirección, ordenar la celebración de la liturgia reformada. Sobre esta base, podrían desarrollarse planes para su inclusión en el cuidado pastoral, en colaboración con los obispos locales.

Sin embargo, para la celebración pública de la misa tridentina, los sacerdotes de las comunidades—si es que comprendimos correctamente nuestras fuentes—no serían considerados.

Esta tarea, que solo se llevaría a cabo por misericordia pastoral y por tiempo limitado, sería realizada por fuerzas del clero diocesano que hayan demostrado su lealtad al Concilio.

Más aún, respecto a las comunidades, se habla de la posibilidad de otorgar “excepciones” que permitan a los sacerdotes, al menos a ciertos sacerdotes individuales de las comunidades, y durante un período de transición, a continuar celebrando internamente o no de forma pública según el misal de 1962—estrictamente regulado y bajo la condición de buen comportamiento en todo lo demás.

Según parece, la administración de otros sacramentos en la forma pre-conciliar no está siendo contemplada en ningún caso.

No sería mandato de los “delegados papales” el negociar alguna manera con las comunidades o sus superiores la decisión fundamental de realizar la transición al Novus Ordo.

De hecho, la falta de diálogo entre el Papa y las comunidades establecidas por sus predecesores para mantener la liturgia tradicional, o sus defensores, como los cardenales Burke, Brandmüller, Zen, o Müller, es, tal vez, la característica más sobresaliente de todo este proceso: se lleva a cabo de una manera autoritaria, incluso dictatorial, de la cual hay pocos ejemplos incluso en la historia papal de tiempos antiguos.

Sin embargo, es precisamente esta manera que se condice tanto con el carácter desenfrenado y despótico de Francisco como con la falta de ideas y argumentos de la teología y liturgia post-conciliares que hasta ahora han logrado desarrollar cierto poder de persuasión solo en aquellos lugares donde, bajo influencia modernista y secularista, se realizan intentos de emanciparse de los elementos fundamentales de las enseñanzas tradicionales de los apóstoles.

Este punto de divergencia concibe perspectivas extremadamente desagradables para el desarrollo a corto y mediano plazo.

Es de esperar que los “delegados papales” logren persuadir al menos a ciertas partes y probablemente también a líderes de algunas comunidades para someterse a su propia y retorcida visión de la obediencia.

Es más difícil concebir que todos o al menos la gran mayoría de los miembros los seguirán; las comunidades se quebrarán. Eso también podría estar en línea con la estrategia papal.

El quiebre tendrá un efecto incluso mayor en las comunidades tradicionales. La gente común está muy enojada por ver cómo su amada Iglesia Católica está siendo transformada en una agencia ecologista de izquierdas según el espíritu de este tiempo por parte de obispos infieles en sus regiones y oficiales curiales en Roma, adictos a la manía de la modernización.

El actual quiebre entre los campos secularista-universalista y el “simple católico” en la Iglesia se profundizará—y ese quiebre ciertamente va más allá de los seguidores de la misa tridentina.

Podría llegar a pasar que  Francisco—tal como dejó escapar en un extraño momento de lucidez y verdad—pasará a la historia como “el Papa que dividió a la Iglesia” (fuente).

Los defensores de la tradición apostólica no deberían hacérsela más fácil presentando de su parte ostentosos actos cismáticos.

Según San Mateo (10:16), el Señor urge a sus discípulos a ser “prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas.” Este [doble consejo] no es fácil de reconciliar —pero esa es, precisamente, la tarea.

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