México

La leyenda de La Mano Negra

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En el centro histórico de Morelia, el Templo y Convento de San Agustín es uno de los monumentos más destacados. No solo por su pasado colonial y el arte que resguarda, sino por una misteriosa historia que es capaz de erizar la piel a varias personas y se ha mantenido viva por generaciones. Te contamos la famosa Leyenda de la Mano Negra.

Esta curiosa historia es protagonizada por el padre Marocho, un sacerdote conocido por su habilidad en la pintura que se encontraba de visita en el Convento de San Agustín. 

Durante su estancia, una noche se encontraba leyendo en su cuarto, pero comenzó a escuchar un ruido muy extraño cerca de él y giró su cabeza para saber de qué se trataba. Lo que vio fue un par de manos negras, cuyos brazos se perdían en la penumbra, las cuales apagaron su veladora. 

El sacerdote no se alteró, sino le dijo lo siguiente al desconocido ser: “ahora para evitar travesuras peores, con una mano me tiene usted en alto la vela para seguir leyendo y con la otra me hace sombra a guisa de velador, a fin de que no me lastime la luz”. Lo más raro es que las manos obedecieron y durante la noche sostuvieron la vela e hicieron sombra. Al amanecer, el padre dijo: “apague usted la vela y retírese. Si necesito de nuevo sus servicios, yo le llamaré”. Igual que la primera vez, las manos acataron la orden y desaparecieron.

Con el paso de los días el sacerdote siguió en contacto con este misterioso ser: durante la noche las manos le ayudaban a leer y en la tarde lo asistían pasándole pinceles para que Marocho pudiera realizar sus hermosos cuadros.

Una noche antes de que el sacerdote partiera del convento, vio nuevamente al extraño ser. Esta vez, las manos negras le señalaban de manera insistente una parte específica de su celda. El padre, aunque estaba extrañado, no sintió tentación por ver lo que quería darle el ser, pues no ambicionaba riquezas ni tesoros, así que hizo caso omiso. Sin embargo, registró este hecho en documentos del Convento de San Agustín.

Muchos años después un novicio de la orden de San Agustín leyó esta historia en papeles antiguos del convento. Al mirar con cuidado se dio cuenta de que era la misma celda donde él dormía. Cuando encontró el lugar que las manos negras señalaban, descubrió un gran tesoro.

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