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El don de la oración de los abuelos y la devoción a los santos Joaquín y Ana

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Los abuelos son la memoria de un pueblo y los ancianos son como árboles que siguen dando frutos. El Papa Francisco, durante su pontificado, subrayó esto varias veces, recordando también las enseñanzas de una mujer que imprimió una preciosa huella en su camino de fe.

“Fue sobre todo mi abuela, la mamá de mi padre, quien marcó mi camino de fe”, dijo el Pontífice en la Vigilia de Pentecostés el 18 de mayo de 2013. «Era una mujer – añadió el Papa en aquella ocasión – que nos explicaba, nos hablaba de Jesús, nos enseñaba el Catecismo. Recuerdo siempre que el Viernes Santo nos llevaba, por la tarde, a la procesión de las antorchas, y al final de esta procesión llegaba el «Cristo yacente», y la abuela nos hacía —a nosotros, niños— arrodillarnos y nos decía: «Miren, está muerto, pero mañana resucita». Recibí el primer anuncio cristiano precisamente de esta mujer, ¡de mi abuela!”

La oración de los abuelos es un don

Los abuelos son a menudo la fuerza motriz de la transmisión de la fe. Gracias a ellos, este regalo se transmite de generación en generación y en el amor de la familia. San Pablo, dirigiéndose a Timoteo, escribió: «Porque tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice» (1 Tim 1:5). Las palabras y enseñanzas de los abuelos son también formas privilegiadas de proclamar la Palabra de Dios en todas partes:

“La oración de los abuelos y los ancianos es un gran don para la Iglesia – subrayó el Papa Francisco en la Audiencia General del 11 de marzo de 2015 -. La oración de los ancianos y los abuelos es don para la Iglesia, es una riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para la que está demasiado atareada, demasiado ocupada, demasiado distraída”.

“Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me entregó por escrito el día de mi ordenación sacerdotal aún las llevo conmigo, siempre en el breviario, y las leo a menudo y me hace bien”. (Papa Francisco)

Joaquín y Ana

Los padres de María, los santos Joaquín y Ana, son una fuente de reflexión para una mirada renovada sobre la vocación de la vejez. Las noticias sobre sus vidas son tomadas de textos apócrifos como el del Protoevangelio de Santiago.

Joaquín y Ana no tuvieron hijos durante más de veinte años. Ana dedicaba días a la oración, pidiendo a Dios la gracia de la maternidad. Un ángel se le aparece y le anuncia: “Ana, el Señor ha escuchado tu oración: concebirás y darás a luz. Del fruto de tu vientre se hablará en todo el mundo”.

Ana da a luz a María. La niña es criada entre el cuidado afectuoso de su padre y las amorosas atenciones de su madre. Cuando María cumple tres años, para dar gracias a Dios, Joaquín y Ana son quienes la presentan en el Templo. Esto prueba lo determinante que puede ser la figura de los abuelos en la iniciación de la vida espiritual y de la fe.

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