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El secreto del éxito de Fernando Valenzuela

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Viernes 28 de junio de 2024

Fernando gozaba jugando beisbol. Ganaba $800 pesos al mes con los Leones de Yucatán y con eso era feliz, a sus 18 años y enamorado de Linda Burgos, una jovencita yucateca.

Salir a lanzar era su mayor satisfacción y habiendo salido de Etchohuaquila, Sonora, realmente era muy poco lo que sabía de los grandes del beisbol.

En aquel 1979, se enfrentó por primera vez a la leyenda, en un partido de la Liga Mexicana de Verano.

No tuvo problemas y sacó el out con su sello característico: el ponche.

De camino al dogout, lo alcanzó Bulmaro García, quien lo felicitó por haberle pasado el tercer strike al peligroso bateador.

Fernando solo preguntó extrañado:

Quién es ese “maistro”?

– ¡Héctor Espino! le dijeron. Así llegó Fernando a las Grandes Ligas el año siguiente, lanzando 18 entradas sin permitir carrera, al final de la temporada de 1980.

Si hablaba poco en español, simplemente no tenía idea de lo que se comentaba a su alrededor en inglés.

Cuando se convirtió en el centro de la atención en 1981, el zurdo no cambió. Siguió siendo el muchacho sencillo enamorado de Linda, su novia yucateca, con la que se casó tan pronto como pudo, sin importar que ya había dado el siguiente paso para convertirse en uno de los primeros pitchers en tener un salario de un millón de dólares en la Gran Carpa.

Todo mundo se preguntaba cómo era que aquel jovencito salido de un ejido en el noroeste de México podía tener el temple para enfrentar a los más temibles bateadores y salir ileso.

El secreto era muy simple: no sabía quiénes eran.
La mente de Fernando Valenzuela no estaba condicionada por la fama de sus oponentes. No tenía miedo a los nombres, solo veía a gringos, güeros, negros, bigotones, greñudos, pelones, hablando en un idioma desconocido.

Resolvía cada situación en el momento, siempre disfrutando el juego y así era como podía ponchar o dominar con inofensivas rolas o elevados a esos “maistros”:

Mike Schmidt, Pete Rose, Andre Dawson, Willie Stargell, Ken Griffey y demás monstruos de la época. Y tan no sabía quiénes eran, que el primer jonrón se lo pegó Chris Speier, un shortstop de los Expos de Montral, cuyo recuerdo se diluyó en la neblina del tiempo.

Fernando sigue casado con Linda y ahora es un comentarista muy bien informado sobre cada pelotero novato y veterano.

Sabe quiénes son todos y hasta les habla en inglés.

Lo mejor que nos pudo regalar, además de los muchos momentos electrizantes a lo largo de su carrera como jugador activo, es esa lección fundamental: no dejes que tu mente te condicione con el miedo y el prejuicio de “saber”. Puedes hacerlo.

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