María, Corredentora con Cristo
Miércoles 3 de enero de 2024
El anciano Simeón, después de bendecir a los jóvenes esposos, se dirige a María y, movido por el Espíritu Santo, le descubre los sufrimientos que padecerá un día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella: Éste, le dice señalando a Jesús, ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción –y a tu misma alma la traspasará una espada–, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones6.
«Tiempo vendrá –dice San Bernardo– en que Jesús no será ofrecido en el Templo ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la cruz. Tiempo vendrá en que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre le ha enviado para rescate de su pueblo»
El sufrimiento de la Madre –la espada que traspasará su alma– tendrá como único motivo los dolores del Hijo, su persecución y muerte, la incertidumbre del momento en que sucedería, y la resistencia a la gracia de la Redención que ocasionaría la ruina de muchos. El destino de María está delineado sobre el de Jesús, en función de este, y sin otra razón de ser.
La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en las vidas de Jesús y de María. Parece como si Dios, a través de las criaturas que más ha amado en el mundo, nos quisiera mostrar que la felicidad no está lejos de la Cruz.
Desde el comienzo, las vidas del Señor y de su Madre están marcadas con este signo de la Cruz. A la alegría del Nacimiento se añade pronto la privación y la zozobra. María sabe ya desde estos primeros momentos el dolor que la espera. Cuando llegue su hora contemplará la Pasión y Muerte de su Hijo sin un reproche, sin una queja. Sufriendo como ninguna madre es capaz de sufrir, María aceptará el dolor con serenidad porque conoce su sentido redentor. «Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (Cfr. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado»
El dolor de María es particular y propio, y está relacionado con el pecado de los hombres. Es un dolor de corredención. La Iglesia aplica a la Virgen el título de Corredentora.
Nosotros aprendemos el valor y el sentido del dolor y de las contradicciones que lleva toda vida aquí en la tierra, contemplando a María. Con Ella aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo y ofreciéndolo al Padre. La Santa Misa es el momento más oportuno para ofrecer todo aquello que tiene nuestra vida de más costoso. Y allí encontramos a Nuestra Señora.