A Bergoglio le sobra el tiempo para seguir escribiendo panfletos anticatólicos, para cargarse al Opus Dei, para censurar la Misa de todos los tiempos, para afirmar que Dios quiere todas las religiones, para incluir en las Actas de la Sede Apostólica el visto bueno a los obispos de Buenos Aires que permite la comunión a recasados, para decir que hay que legitimar las uniones homosexuales por lo civil, para reunirse -con semanas de diferencia- con personajes altamente sospechosos que persiguen la ruina de la humanidad como Soros JR, Tedros, Kerry y Clinton, y para dar entrevistas a diestro y siniestro en televisión, libros, revistas y radio.
Pero le falta tiempo para poner orden en el desmadre que él mismo ha creado o permitido, el cual crece y se multiplica en la Iglesia amenazándola de muerte.
No cabe duda de que el hombre intenta, en vano, adquirir la popularidad que pierde por su mal hacer… ahora lanza otra diatriba ecológica. ¿Pero hay alguien que la vaya a leer? Sus amigos no están por la labor ya que su esfuerzo se concentra en combatir la fe, los que ya saben de qué pie cojea tampoco van a caer en la trampa. Sólo los medios de comunicación de la élite le hacen propaganda gratis para fortalecerlo como líder religioso.
¿Qué pretende?
Más problemas por delante, Francisco escribe la “segunda parte de Laudato Si”
Francisco dijo a los abogados del Consejo de Europa el 21 de agosto, que estaba escribiendo una segunda parte de Laudato Si «para actualizar los temas actuales».
Elogió supuestos compromisos para proteger “la tierra, nuestra casa común”, y la “disposición de trabajar por el desarrollo de un marco normativo para la protección del medio ambiente”.
En marzo, Francisco había pedido el “fin” de la “era de los combustibles fósiles”. Sin embargo, los 3000 empleados del Vaticano [y otros] tienen derecho a comprar hasta 300 litros de combustible libre de impuestos al mes en los surtidores de gasolina del Vaticano, lo que equivale a unos 11,48 millones de litros al año.
El Vaticano también marcará septiembre como una “temporada ecuménica de creación” para promover la tiranía del cambio climático.
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