Opinión

La fe de Jorge Carlos

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Martes 15 de agosto de 2023

Para nadie es un secreto que si una virtud adorna a Jorge Carlos Ramírez Marín, es la elocuencia. El Prócer es un orador de altos vuelos: es ameno, usa un lenguaje siempre correcto pero accesible a la gente y sobre todo, es capaz de emocionar y tocar las fibras sensibles del corazón y el alma.

Asimismo, para nadie es un secreto que Jorge Carlos es un yucateco con toda la barba. El Prócer es el primer promotor de la yucatanidad, se ufana de ello, se regodea en ella y la presume.

Pero más aún, Jorge Carlos al amar a su tierra, ama de manera entrañable a su pueblo. El Prócer es un adorador de nuestras tradiciones, mismas que practica y promueve y siente en carne propia los afanes y sufrimientos de sus coterráneos, regocijándose asimismo con su humor y sus festejos.

Para nadie tampoco es un secreto, que Jorge Carlos es mi amigo, que le dispenso particular admiración y reconocimiento a su trayectoria y esfuerzo. Es en tal virtud, que siempre que me convoca, acudo a su requerimiento y que siempre hemos dialogado con sinceridad y con respeto.

Varias veces como yucateco y como observador del fenómeno político Jorge Carlos ha logrado emocionarme y hacerme sentir orgulloso de mi origen: por ejemplo, cuando con absoluta firmeza, pero con impecable cortesía y urbanidad, defendió ante una senadora morenista de cuyo nombre no quiero acordarme, su catolicismo y a todos quienes profesamos esta fe y a quienes la legisladora granate quiso vituperar.

Otra ocasión en que me hizo vibrar, fue cuando dio a conocer sus motivos para crear las Clínicas Wilma Marín, porque afloró su sensibilidad social y su sentido solidario y me hizo evocar mis ya lejanas épocas juveniles en las que entendí que sentir en carne propia, la bofetada asestada a un semejante, en cualquier lugar del mundo, es la más alta expresión del humanismo.

De manera tal, que al recibir la invitación para la celebración de su onomástico, por supuesto acudimos, conscientes de la responsabilidad que implica cumplir con los deberes del afecto.

Mucho más atractivo resultaba acudir a una magna vaquería, especialmente para quienes tenemos en nuestra progenie, una intensa raigambre con nuestra cultura, especialmente en lo que concierne a nuestra trova tradicional.

De tal suerte, disfrutamos la participación de los grupos jaraneros de distintos municipios de nuestra entidad, que con singular destreza y vistosas evoluciones intervinieron para dar realce al festejo.

Pero al momento en que Jorge Carlos hizo uso de la palabra para agradecer la presencia de tantos amigos, es que verdaderamente logró hacerme sentir un auténtico caleidoscopio de emociones.

Primero, por confirmar que el Prócer es una persona que honra la amistad y si algo enaltece y otorga galones a un hombre, son sus amigos y saber cultivar el arte de la amistad, que es simple en apariencia, pero complejo en su praxis.

En segundo lugar, porque Jorge Carlos ratificó una vez más su amor por Yucatán, por su gente y en general por todo lo que somos y que integra ese difuso pero a la vez sutil concepto, que implica la yucatanidad, noción que solo podemos ser capaces de captar a cabalidad, los que tuvimos la suerte de ser oriundos de estas lajas.

Y para concluir, porque Jorge Carlos hizo notar con prístina claridad, diáfanamente, que es un hombre de fe. Procedo a precisar mi visión:

De inicio, porque los festejos de cumpleaños iniciaron con una misa y creo fervientemente que nada honra tanto a un hombre, como hincar la rodilla ante Dios y plantar cara contra la injusticia. Así es Jorge Carlos.

En similar orden de ideas, porque pese a estar inmerso en una situación complicada (un país y un estado gobernados por otros partidos, un partido político que no ha sido precisamente recíproco con su persona y proyectos y que a veces hasta lo lastra y en general, un ánimo social que no es precisamente el más favorable a las voces sensatas, como la suya), Jorge Carlos no desfallece y mantiene, contra viento y marea, su fe.

Las palabras y la voz de Jorge Carlos, sus acentos, sus inflexiones, me hicieron recordar un pasaje leido en un Selecciones de la época de la segunda guerra mundial.

La publicación refería la anécdota protagonizada en las lejanas tierras de China, donde un médico inglés recien graduado, destacaba entre los miembros de una organización de beneficencia internacional, por su aspecto siempre atildado, por ir con el cabello y el bigote recortados impecablemente, por llevar los zapatos relucientes y boleados (al menos antes de sumergirlos en charcos o en lodo) y por no desprenderse nunca de una corbata, que era una suerte de marbete característico.

El joven galeno prestaba sus servicios con atingencia y destacaba por su metálico sentido del humor y por esa flema consustancial a los británicos.

Cierta vez, los cazas japoneses bombardearon cuando el médico pasaba revista en el pabellón de cuidados intensivos, donde estaban recluidos los enfermos más graves. De pronto sonó la sirena de alarma, que anunciaba ataque aéreo y todo el personal, corrió a los refugios.

El británico con admirable sangre fria, situándose al centro del pabellón, expresó con su característico acento, pues no hablaba ni jota de chino: tranquilos amigos, no hay nada de que preocuparse, todo va a estar bien.

El bombardeo se llevó a cabo y de manera inaudita, fuera de paredes resquebrajadas, techos cuarteados y objetos tirados por la vibración de las bombas, no hubo daños que lamentar.

La sangre fría y la flema del británico evitaron escenas de pánico y salvaron la vida de personas, a quienes un movimiento brusco podía haberles significado una hemorragia, con la consecuente pérdida de la existencia.

Los médicos chinos preguntaron a sus paisanos pacientes, que era aquello que les había infundido tranquilidad y confianza en semejante trance: el gran doctor tenía fe, respondieron.

Y así vislumbré a Jorge Carlos: sereno, majestuoso, seguro de si mismo, manteniendo la confianza, la certeza del triunfo, a pesar de la adversidad, incluso contra toda esperanza, como diría el excelso poeta cubano Armando Valladares.

Jorge Carlos tenía, tiene, tendrá fe, porque es capaz de mantener a flote la esperanza y por eso confía en que será gobernador más temprano o mas tarde (yo también tengo esa convicción, pues tengo la certeza que el mundo es de Dios, pero se lo alquila a los valientes y Jorge Carlos es de los bravos y fuertes).

Adelante Prócer, nunca te rindas, a fuerza de esperanza se adquiere y logra, lo que no se espera. El triunfo es siempre el colofón del esfuerzo continuado y se que ese será el premio que obtendrás.

En tanto, manos a la obra, que los sueños dan trabajo, para que llegado el momento, como los hombres buenos, disfrutes el descanso a la sombra de una ceiba.

Un abrazo fraterno Prócer. Se te estima…

Dios, Patria y Libertad

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