Religión

Francisco es nuestra recompensa por tolerar los errores del Vaticano II

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Domingo 11 de diciembre de 2022

Por Robert Morrison

Al terminar el año litúrgico y comenzar otro Adviento con Francisco ocupando el papado, no podemos eludir la realidad de que la crisis en la Iglesia se ha agravado significativamente durante el último año. Todos, salvo los negadores obstinados, reconocen que Roma no solo ha perdido la fe, sino que también se ha convertido en la voz más fuerte contra la fe verdadera. Pareciera que ahora, a través de estos falsos pastores, escuchamos la voz de Satanás sin filtros.

Simplemente miramos hacia atrás a la renuncia de Benedicto XVI con más desaliento a medida que la crisis de Francisco se profundiza. ¿Cómo pudo haber abandonado a la Iglesia cuando los famosos lobos estaban prontos a devorarla? ¿Cuántas almas se han perdido por esa decisión? ¿Habríamos escuchado sobre el Gran Reseteo si Benedicto XVI se hubiera mantenido firme?

Si bien podemos hacernos estas preguntas legítimamente, sabemos que esta crisis no comenzó con Francisco. Y si analizamos dos aspectos del discurso de Benedicto XVI al clero, el 14 de febrero de 2013, antes de “abandonar el ministerio Petrino”, apreciaremos mejor por qué Francisco es la recompensa adecuada a nuestra tolerancia de los errores que prosperaron en la Iglesia tras el Vaticano II.  

El primer aspecto a considerar en el discurso de Benedicto XVI es una afirmación con la que concuerdan muchos católicos tradicionalistas:

“Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación fue accesible a todos. Así, esto era lo dominante, lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada. . .”

Aunque podamos discutir hasta qué punto los medios de comunicación desempeñaron un papel, seguramente tiene razón al atribuir «tantas calamidades» al Concilio. Afirmaciones como estas de parte de Benedicto XVI (incluso en las décadas previas a su elección al papado) han convencido a muchos católicos tradicionalistas de que él era ortodoxo a pesar de numerosos indicios en su contra.

Pero como con muchos otros escritos a lo largo de su carrera, el discurso de despedida de Benedicto XVI al clero de Roma también ilustra la propensión modernista de poner la verdad y el error codo a codo. Como veremos en cada uno de los siguientes fragmentos de su discurso, Benedicto XVI fue un elocuente defensor de varios errores anticatólicos que encontramos muy repulsivos cuando son emitidos por Francisco:

Buscar la modernización de la Iglesia con el progreso mundano. “Así pues, fuimos al Concilio no sólo con alegría, sino con entusiasmo. Había una expectativa increíble. Esperábamos que todo se renovase, que llegara verdaderamente un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia, porque la Iglesia era aún bastante robusta en aquel tiempo, la práctica dominical todavía buena, las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa ya se habían reducido algo, pero aún eran suficientes. No obstante, se sentía que la Iglesia no avanzaba, se reducía; que parecía una realidad del pasado y no la portadora del futuro. Y, en aquel momento, esperábamos que esta relación se renovara, cambiara; que la Iglesia fuera de nuevo una fuerza del mañana y una fuerza del hoy. Y sabíamos que la relación entre la Iglesia y el período moderno, desde el principio, era un poco contrastante, comenzando con el error de la Iglesia en el caso de Galileo Galilei; se pensaba corregir este comienzo equivocado y encontrar de nuevo la unión entre la Iglesia y las mejores fuerzas del mundo, para abrir el futuro de la humanidad, para abrir el verdadero progreso.” (Benedicto XVI, 14 de febrero de 2013)

Este sentido de renovación continua de la Iglesia para estar al día con el mundo moderno motivó la mayoría de los cambios calamitosos a partir del Vaticano II. La idea de Benedicto XVI, que la Iglesia debe “avanzar” y unirse con el mundo, es el mismo espíritu que lleva a Francisco a denunciar a los católicos tradicionalistas “retrógrados” mientras promueve el Gran Reseteo.

Alabanza de los villanos conciliares. “Me acuerdo bien de … los encuentros con los cardenales, etc. Después, esto se hizo típico durante todo el Concilio: pequeños encuentros transversales. Así conocí a grandes figuras, como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, y otros.” (Benedicto XVI, 14 de febrero de 2013) [N. de la Redacción. Sobre los padres de la Nouvelle theologie como de Lubac y otros invitamos a leer Los que piensan que han vencido]
Estas “grandes figuras” fueron fundamentales para promover las novedades más anticatólicas del Concilio. Es significativo que haya sido Congar quien inspiró a Francisco para el Sínodo de la Sinodalidad, tal como lo señaló en el discurso inicial del 9 de octubre de 2021:

“El padre Congar, de santa memoria, recordaba: «No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta».’”
Benedicto XVI y las “grandes figuras” que exaltó, sabían cómo llevar a cabo una reforma dentro de un marco de aparente ortodoxia, que les permitía infligir más daño que si hubieran sido abiertamente más heréticas. Gracias a sus esfuerzos al respecto, Francisco y su Sínodo ahora pueden pisotear la fe sin siquiera pretender ser católicos.

Promover el concepto de “Pueblo de Dios". “En la búsqueda de una visión teológica completa de la eclesiología después de los años 40, en los años 50, ya había surgido entretanto un poco de crítica del concepto de Cuerpo de Cristo: «místico» sería demasiado espiritual, demasiado exclusivo; entonces se puso en juego el concepto de «Pueblo de Dios». Y el Concilio, justamente, aceptó este elemento, que entre los Padres se consideró como expresión de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. . .  Sin embargo, sólo después del Concilio se aclaró un elemento que se encuentra un poco escondido incluso en el Concilio mismo, o sea: el nexo entre Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo es precisamente la comunión con Cristo en la unión eucarística. . .  Diría que esto no estaba aun filológicamente maduro del todo en el Concilio; pero es fruto del Concilio el que el concepto de comunión se haya transformado cada vez más en la expresión de la esencia de la Iglesia. Comunión en las distintas dimensiones: comunión con el Dios Trinitario —que es Él mismo comunión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo—, comunión sacramental, comunión concreta en el episcopado y en la vida de la Iglesia.” (Benedicto XVI, 14 de febrero de 2013)

Sin importar qué tan eruditas e impactantes suenen esas palabras, no son católicas, por lo cual nos puede costar comprender su significado si intentamos hacerlo a la luz de la fe. Afortunadamente, el P. Dominique Bourmaud esclareció el mensaje y la importancia de estas ideas en su obra Cien Años de Modernismo (publicada varios años antes del discurso de despedida de Benedicto XVI):

“Donde antes se hablaba de la naturaleza de la Iglesia, Congar se refiere al misterio de la Iglesia; donde Pío XII consagra la noción de miembro del Cuerpo místico de Cristo, Congar recupera la noción tyrrelliana de «comunión en el Pueblo de Dios», vaga a más no poder. ¿Por qué? Porque de un cuerpo se es miembro o no se es, mientras que se puede estar más o menos en comunión.”

Los innovadores han utilizado este concepto de “Pueblo de Dios” para acoger a los no católicos al tiempo que excluían a quienes adherían a lo que la Iglesia siempre había enseñado. Vemos esto con más claridad en el ecumenismo y los movimientos de diálogo interreligioso tratados abajo.

Falso ecumenismo. “Y, en fin, el ecumenismo. No quisiera entrar ahora en estos problemas, pero era obvio —sobre todo después de las «pasiones» de los cristianos durante el nazismo— que los cristianos podrían encontrar la unidad, al menos buscar la unidad, pero era claro también que sólo Dios puede dar la unidad. Y seguimos todavía en este camino.” (Benedicto XVI, 14 de febrero de 2013)

La única condición para la unidad entre las religiones cristianas es que los no católicos acepten las verdades de la Iglesia Católica. Quienes eximen este punto no incentivan a los no católicos a convertirse, pero logran convencer a los católicos que la Iglesia no es esencial para la salvación. Cualquier católico que acepte el falso ecumenismo predicado por Juan XXIII y sus sucesores está a punto de la apostasía.

Diálogo interreligioso. “Cuando comenzamos a trabajar también sobre el Islam, nos dijeron: «Pero hay también otras religiones en el mundo: toda Asia. Pensad en el budismo, el hinduismo…». Y así, en lugar de una Declaración inicialmente pensada sólo sobre el antiguo Pueblo de Dios, se creó un texto sobre el diálogo interreligioso, anticipando lo que treinta años después se mostró con toda su intensidad e importancia.” (Benedicto XVI, 14 de febrero de 2013)

No podemos sobreestimar lo perverso y ridículo de este diálogo interreligioso. Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Santa Iglesia Católica para honrar a Dios y salvar almas. Satanás usa religiones falsas para alejar a las almas de Dios, y toda alabanza de su parte es ofensiva a Dios y peligrosa no solo para aquellos en falsas religiones sino también para los católicos. Cuando un Papa honra el islam, el budismo, y el hinduismo con el “diálogo interreligioso”, ¿hay algún fundamento lógico para decir que si un Papa honra a la Pachamama como lo hizo Francisco está yendo “demasiado lejos”?

Si consideramos honestamente las declaraciones de Benedicto XVI, debemos reconocer que van contra lo que la Iglesia siempre enseñó. Es más, contienen las columnas “teológicas” de muchos de los abusos anticatólicos que vemos en Francisco. Y sin embargo muchos fieles católicos están satisfechos con Benedicto XVI porque su teología modernista le permitió agregar suficientes afirmaciones aparentemente ortodoxas para compensar las claramente heterodoxas.

Esto plantea la pregunta sobre cuánto error en la Iglesia es demasiado error. En su encíclica de 1896, Satis Cognitum, León XIII explicó el fundamento básico para comprender que incluso un error menor es incompatible con la enseñanza católica:

“Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico.”

Esto surge naturalmente de la idea de que el rol de la Iglesia es transmitir fielmente las verdades que Jesucristo nos confió. Esto es lo que rezamos en nuestro Acto de Fe:

“Dios mío, expresamente creo en ti, único y verdadero Dios, en tres personas iguales y distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creo que Jesucristo, Hijo de Dios, se encarnó y murió por nosotros, y vendrá a juzgar a vivos y muertos.  Creo en estas y todas las verdades que la santa Iglesia Católica enseña, porque tú las has revelado que eres infalible.”

Por lo tanto, creemos en lo que la Iglesia enseña porque Dios lo ha revelado. Como escribió León XIII, si hoy la Iglesia enseñara algo que contradice lo que siempre enseñó, entonces la Iglesia sería falsa o Dios sería un mentiroso:

“Cuantas veces, por lo tanto, declare la palabra de ese magisterio que tal o cual verdad forma parte del conjunto de la doctrina divinamente revelada, cada cual debe creer con certidumbre que eso es verdad; pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres.”

A esta altura, ningún católico sensato puede dudar de la sabiduría de León XIII.  Sin embargo, quienes aceptan las novedades del Vaticano II promovidas por Benedicto XVI, ponen la verdad y el error codo a codo, haciendo que Dios parezca un mentiroso. Una vez que hacemos eso, toda la religión se torna absurda.

Mientras que Benedicto XVI camufló los absurdos del Vaticano II con un aire de sólida autoridad doctrinal, Francisco expuso la religión del Vaticano II por lo que verdaderamente es. Al acoger y exhibir desvergonzadamente los absurdos anticatólicos de la religión conciliar, Francisco causó un daño tremendo; pero también permitió que muchas almas abran sus ojos a la realidad que The Remnant y otros han estado describiendo por décadas. Francisco no merece galardones por esto — pero es la recompense adecuada a nuestra tolerancia colectiva de los errores del Vaticano II promovidos por Benedicto XVI y sus predecesores.

Por alguna razón Dios permite esta crisis en aumento. Sin dudas, es un llamado a acercarnos a Él como santos. Pero esta crisis también demanda que lo honremos, rechazando los errores anticatólicos sin importar quién los promueva. Hasta no hacerlo, nos merecemos toda la absurdidad tóxica que los globalistas pidan que Francisco emita. ¡Nuestra Señora, destructora de todas las herejías, ruega por nosotros!

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