Opinión

La Yucatanidad

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Lunes 5 de diciembre de 2022

Tuvimos la fortuna de nacer y ver la luz, en este girón de patria, al que José Castillo Torre se refería como EL PAÍS QUE NO SE PARECE A OTRO y es que a pesar que nuestra tierra se cobija con el pabellón tricolor, los yucatecos somos muy distintos al resto de los mexicanos y es ese modo particular de ser, la yucatanidad, un conjunto de peculiaridades que nos distingue del perfil de los mexicanos.

Debemos admitir que Yucatán, la tierra de Dios y María Santísima, como decía mi abuela, que era la mujer más sabia del mundo, brilla con luz propia y se distingue de todo México.

Los yucatecos hablamos diferente, comemos diferente y somos muy distintos de nuestros paisanos.

A continuación, enunciaremos las principales características que conforman ese amplio y difuso todo que resulta la yucatanidad:

Nuestro dejo característico.- llevado hasta el extremo del ridículo por don Humberto Cauich, protagonista de las cápsulas de Cine Mundial.

El carácter glotal de la lengua maya, es lo que nos brinda ese tono tan peculiar, remedado por muchos, pero que para nosotros constituye timbre de orgullo.

Nuestra gastronomía. – Venir a Yucatán constituye una verdadera aventura gastronómica, no exenta de riesgos.

Nuestra comida es grasosa, condimentada y para rematar, picante, habida cuenta de nuestra natural inclinación y preferencia por el chile habanero.

La persona de otros lares que decide avecindarse temporal o definitivamente en estas lajas, debe disponer su estómago para aventuras extremas y considerar seriamente la dureza del agua, que si bien abunda, es sumamente propicia para la litiasis.

Nuestro temperamento y manera de ser.- Frecuentemente escuchaba a mi abuela decir: de sangre de godos, nobles sin blanca, todos parientes y enemigos todos, en ácida crítica a las características de los habitantes de comunidades pequeñas, vinculados casi siempre por lazos de consanguinidad y que se conducen con el ánimo propio de las personas que no tienen mucho en que ocupar su tiempo libre, siendo naturalmente inclinados al chisme y el cotilleo, que son algo así como deportes de práctica común en nuestra entidad.

Si bien esto es innegable, también es menester destacar que los yucatecos somos solidarios, generosos y de natural pacifico.

Si hay un buen anfitrión sobre la faz del planeta, ese es el yucateco. Sin importar su extracción social, es capaz de vender o empeñar hasta la camisa, en aras de que el visitante regrese a su tierra, deshaciéndose en elogios de la longaminidad y munificencia de su anfitrión.

Esta peculiaridad concede al yucateco gran prosopopeya: mientras que los huaches invitan a pasar a su muy humilde casa a comer unos huevitos, el oriundo del Mayab convida a degustar un frijolazo con puerco, hecho con todas las de la ley, sin detenerse en gastos.

En las reuniones familiares, mi tío Carlos Vargas, un personaje digno de las historietas de Rius, acostumbraba preguntar con tono zumbón: ¿hay pobreza en esta casa?, si acaso no pudiera degustar una ración adicional de la vianda servida para el almuerzo.

Claro, después de la comelitona, muchos anfitriones deben reducir su dieta a frijoles y tortillas, pero lo bailado nadie lo quita y el huésped regresará a su tierra natal, admirado por la abundancia que prevalece en Yucatán.

En lo concerniente al carácter del yucateco, durante los efectos de fenómenos naturales, nuestros paisanos hicieron gala de desprendimiento, brindando apoyo a la población vulnerable.

Un aspecto que debe enfatizarse es nuestro temperamento pacífico. Los Índices de seguridad que disfrutamos se deben no sólo al excelente trabajo de Luis Saidén y sus muchachos, sino antes que nada, a nuestra educación, que nos inculca la tolerancia, la amabilidad y la gentileza.

El yucateco es siempre respetuoso de la autoridad, de la mujer, de las creencias propias o ajenas.

No nos gustan los borlotes, los plantones, el saqueo y en general el vandalismo. Somos una nación amante de la ley.

El amor a la tradición y el sentido de pertenencia.- Los yucatecos somos conservadores y tradicionalistas. Estamos muy orgullosos de nuestra Herencia cultural, situación que al paso del tiempo se refleja en nuestras costumbres, como celebrar el carnaval, preparar el hanal Pixán y los mucbilpollos, apetitosos manjares de época. Primero llegaría el armagedón antes que esto pasara de largo.

El amor a los deportes.- yucateco que se respete crece rindiendo culto al box, los toros y el béisbol. La presión comercial y publicitaria ha puesto en boga el balompié, pero sin elevar a los Venados al grado de delirio que desatan los Leones.

El consumo de cerveza.- merced al calor tan peculiar a estas tierras, Yucatán es el estado líder en consumo de cerveza. El ambarino y atarantador líquido se consume en grandes cantidades. Durante los días en que el Huracán Isidoro causó estragos, faltó de todo, menos cerveza fría.

Recuerdo a propósito del consumo de cerveza, una anécdota vivida con un compañero de estudios: cierto día que apretaba la canícula acudimos a uno de esos establecimientos que cumplen con el precepto bíblico de dar de beber al sediento.

Apenas nos instalamos en la barra, pedimos un par de cervezas. Mi acompañante se la acabó de un tirón y pidió otra. Se la sirvieron y sucedió lo mismo (se la bebió de golpe y pidió otra), cosa del calor, conjeturé, ahora ya beberá con calma.

Pero le sirvieron y volvió a empujarse la cerveza de golpe. Al notarlo, le comenté: tranquilo, que no es agua. Cierto hermano, pero tampoco es medicina, ripostó.

Nuestra trova. – Si de por sí los yucatecos amamos nuestras tradiciones, una de las que nos causa particular orgullo, es nuestra trova, que sabemos la mejor del mundo, muy por encima de la trova nacional y cubana, lo que ya es decir.

Irónicamente en Mérida, la capital de la trova, ya no quedan lugares donde pueda escucharse trova tradicional yucateca.

Los últimos que trataron de promover y auspiciar ese patrimonio cultural intangible, Sergio Esquivel y Tony Espinoza, alinean ya con los habitantes del Olimpo y no vislumbramos en el empresariado yucateco contemporáneo nadie que se quiera aventar el tiro. Ojalá y esto sea un llamado de atención.

El cultivo yucateco. – no estaría completa ninguna charla respecto a la yucatanidad, si no abordamos el tema del cultivo yucateco: ese arte de la adulación que los nativos de esta tierra sabemos ejecutar con singular maestría y que ha llevado a desenlaces hilarantes.

Pero también es obligado decir que el cultivo yucateco es de tal eficacia, que ha marcado el curso de la historia nacional.

Poca gente conoce que el cultivo yucateco probó su eficacia con el propio Napoleón Tercero, traduciéndose en la llegada del Emperador Maximiliano a estas tierras y la consecuente intervención francesa.

La historia, que por cierto, se enseña en las escuelas francesas, es la siguiente: En un baile realizado en las Tullerías, Luis Napoleón Bonaparte, conoció a una condesa rusa más fácil que la tabla del uno.

No le costó nada al Emperador involucrarse sentimentalmente con la aristócrata de la tierra de Tolstoi, pues se dice que el sobrino del gran corso, donde ponía el ojo, ponía la bala.

Así que confiado en estar por encima de todo, en mérito de ser el emperador, acudía a visitar a su amante, con toda la parafernalia imperial: desde el carruaje, hasta la escolta de húsares.

Como es natural, con tanta discreción, todo París se enteró de los devaneos del emperador (incluida la emperatriz, que como buena española, era de armas tomar).

Así que un día Eugenia llegó, sacó a su marido del pelo y lo obligó a terminar con su querida (así dice la crónica escandalosa de la época, plasmada en el libro Historias de amor de la Historia de Francia de Guy Bretón).

Así que esa noche, al pretender acceder a la alcoba imperial, Napoleón Tercero se encontró con una fiera, que anticipándose a Pasionaria, le dijo: vous ne passerez pas (no pasarás).

Y Luis Napoleón no pasó ni esa noche, ni las siguientes treinta, hasta completar el mes, y si bien la historia dice que Nápoleón Tercero se caracterizaba por calavera, también nos dice que si a alguien amaba de manera entrañable, era a su mujer.

Estoy seguro que todos se preguntarán: ¿y el cultivo? Paciencia, que nunca es tarde, cuando la dicha es buena.

Desesperado, Luis Nápoleón dijo a su mujer: Eugenia, dime que es lo que quieres y te lo concedo de antemano, pero no me tengas así…

¿Lo que quiera?

¿De antemano?

¿Seguro?

Luis Nápoleón comprendió qué se había metido en un berenjenal, prometiendo de manera temeraria y matizó: siempre y cuando sea con mesura, ya ves que el tesoro no anda muy boyante y tenemos conflictos en puerta con Austria y con Prusia.

No te preocupes, lo que te voy a pedir, no te costará nada.

Entonces dalo por hecho, reiteró aliviado el emperador. Dime Eugenia, ¿Qué deseas?

Qué recibas en audiencia privada a mi amigo José María Gutiérrez de Estrada.

Gutiérrez de Estrada era un hacendado yucateco, desterrado por sus ideas monarquistas. Llegado a España, fue introducido a la corte del palacio Del Pardo, donde conoció a las Duquesas de Montijo. Una de ellas, Eugenia, contrajo nupcias con Luis Nápoleón Bonaparte, llegando a convertirse en Emperatriz de Francia.

Gutiérrez de Estrada recetó a Nápoleón Tercero una sesión de cultivo yucateco, tan eficiente, haciendo hincapié en los abusos de Juárez contra los sacerdotes y monjitas, que éste, se dio a la tarea de buscar un príncipe católico para México. Lo demás ya sabemos como termina.

Claro, todo evoluciona constantemente y en el camino han ido quedando cosas típicas de nuestra entidad, tales como la Sidra Pino, el Parque Carta Clara, el cerverismo y una larga lista de fósiles culturales ya extintos (o casi, como las cantinas que se han transformado en bares hipster).

El principal reto que enfrenta la yucatanidad hoy día es trascender y sin perder las notas características de nuestra cultura y modo de ser, acoplarse y coexistir con las costumbres de otros estados del país o el mundo, recalcando a visitantes e inmigrantes, que el peso de la aculturación es todo suyo.

Inculcar a las generaciones venideras nuestras costumbres y tradiciones, es cumplir cabalmente el compromiso que la yucatanidad impone en estos tiempos.

Hago votos para que por tiempo inmemorial se conserven las piedras, las marquesitas, las serenatas de Santa Lucía, las vaquerías de los lunes y enamorar a base de selectas canciones y poemas. El amor debe hacerse como Dios manda.

Pido a Dios mantener esta tierra libre de la llegada de malos elementos y sobre todo, libre de tonalidades propias de gente incapaz de comprender y valorar el venero de la yucatanidad.

Seguimos pendientes…

Dios, Patria y Libertad

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