El Concilio Vaticano II y el humo de Satanás dentro del templo de Dios
Jueves 20 de octubre de 2022
Por Roberto de Mattei
El pasado 11 de octubre, durante la celebración del sexagésimo aniversario e la inauguración del Concilio Vaticano II, Francisco dijo: «[El Concilio] nos recuerda que la Iglesia, a imagen de la Trinidad, es comunión (cf. Lumen gentium, 4.13). El diablo, en cambio, quiere sembrar la cizaña de la división. No cedamos a sus lisonjas, no cedamos a la tentación de la polarización (…) Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre.
Cuántas veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de izquierda” más que de Jesús; erigirse como “custodios de la verdad” o “solistas de la novedad”, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa Madre Iglesia», afirmó Francisco, según el cual «ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el “involucionismo” que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad».
Como tiene por costumbre, Francisco insinúa, hace alusiones, pero no aclara lo que dice. Habría sido mejor definir claramente los errores a los que se refería y llamar por su nombre a los responsables de esos errores que denuncia. Al mantener la vaguedad alimenta la cultura de la sospecha, los venenos y polémicas a los que señala como males que aquejan a la Iglesia. ¿Quiénes son los tradicionalistas y los progresistas a los que se refiere?
El mundo que se suele calificar de tradicionalista se encuentra hoy tan fragmentado y complejo como el progresista al que pertenece el propio Francisco.
Resulta difícil saber quiénes son y qué piensan hoy los tradicionalistas y los progresistas. En la época del Concilio era más fácil distinguir a los progresistas de los conservadores.
Los progres estaban convencidos de que el Concilio derribaría los bastiones litúrgicos, teológicos y morales de la Iglesia constantiniana inaugurando una nueva primavera eclesial.
Por su parte, los conservadores ponían en guardia contra esas ilusiones haciendo ver los peligros de una apertura indiscriminada al mundo. Entre otras cosas, los conservadores pedían la condena del comunismo, mientras que los progresistas, convencidos de que ésa era la dirección en que avanzaba la humanidad, eran partidarios de una política de mano tendida.
¿Quiénes tenían razón? ¿La Iglesia ha conseguido evangelizar el mundo, o ha habido más bien una contraevangelización de la Iglesia por parte del mundo? ¿Es la sociedad más conforme al Evangelio o más mundana que hace sesenta años?
Francisco suele deplorar la mundanización de la Iglesia pero, ¿acaso ese proceso no se inició, o al menos cobró gran impulso, precisamente a partir del Concilio?
El debate para determinar si los documentos conciliares han cumplido su objetivo o han sido traicionados no vienen al caso para nada. Lo que importa son los resultados, y no se puede negar que han sido desastrosos para la Iglesia.
Al cabo de sesenta años hay quienes siguen cerrando los ojos a los frutos del Concilio y hablan de un concilio idealizado que nunca ha existido; no de cómo fue el Concilio sino de cómo debería haber sido.
¿Cuáles han sido los frutos? Permítaseme citar un pasaje de mi libro Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita (Homo Legens, Madrid 2018, p. 411): «El desmoronamiento de las certezas dogmáticas, el relativismo de la nueva moral permisiva, la anarquía en el ámbito disciplinario, los abandonos del sacerdocio y el alejamiento de la práctica religiosa de millones de fieles, el despojamiento de muchas iglesias que se deshacían de altares, balaustradas, crucifijos, imágenes de santos, ornamentos sagrados: todo esto ofrecía la imagen de una verdadera y auténtica devastación. La primavera de la fe, que tendría que haber seguido al Concilio Vaticano II, se parecía más a un riguroso invierno, documentado sobre todo por la acentuada caída del número de vocaciones y por el abandono de la vida religiosa.»
Lógicamente, habría ampliar el panorama hasta la Pachamama y el sínodo de los obispos alemanes.
¿Es que esas cosas no tienen nada que ver con el Concilio? Y si el Concilio se ha interpretado mal o abusivamente, ¿de quién es la culpa? ¿Sólo de los malos hermeneutas, o también de unos documentos que por sus equívocos y ambigüedades han dado lugar a esa interpretación errónea? ¿Sólo de los malos intérpretes, o no lo será también de las autoridades que no condenaron con suficiente firmeza las malas interpretaciones?
Y si en los medios de difusión se ha impuesto una interpretación falsa y abusiva de los documentos conciliares, ¿quiénes son los responsables? ¿Sólo los medios de prensa, o también el acontecimiento histórico del que han salido esos documentos? Como acontecimiento, ¿es ajeno el Concilio a la crisis de nuestro tiempo?
El acontecimiento. Los documentos, o al menos algunos de los documentos generados en dicho acontecimiento , los hombres de la Iglesia se han encargado de promoverlo, aplicarlo e interpretarlo hasta, desgraciadamente, el pontífice actualmente reinante. Esos son los responsables de la actual crisis de fe.
Francisco ha mencionado al Diablo, que quiere sembrar la cizaña de la división en el seno de la Iglesia. Pero desde el 29 de junio de 1972, en un célebre discurso suyo, Pablo VI advirtió que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia.
Han pasado cincuenta años, y el humo resulta sofocante en el templo de Dios; cuesta respirar. ¿Por qué rendija se introdujo, y cuándo fue, sino con ocasión del acto que acaba de conmemorar triunfalmente Francisco?