Opinión

El abstencionismo, el enemigo a vencer

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Me dan una mezcla de risa y de ternura esas personas (Ángel Verdugo los moteja de una manera muy peculiar y onomatopéyica) que se la pasan en las redes sociales debatiendo si son mejores los chairos o los fifís.

Pretenden unos, que sobrevivimos poco menos que al peor de los infiernos y sostienen los otros, que somos privilegiados habitantes del paraiso terrenal.

Propugnan unos, que López Obrador es un imbécil, analfabeta funcional, aquejado de una acusada demencia senil e insisten los otros, en que es poco menos que el mesías, la encarnación misma de las virtudes ciudadanas.

La verdad es que más alla de quien tenga razón o de con quien nos identifiquemos mejor por distintos motivos, es muy claro que se trata de visiones contrapuestas.

Una que propone el progreso a toda costa, atropellando al que sea menester y otra, que plantea el retorno al populismo y las prácticas clientelares, que tanto daño hicieron.

Habría que decirles a tirios y troyanos, que será menester aguardar la llegada de los comicios para dirimir sus diferencias y discernir de manera responsable, el sendero a tomar como nación.

Pero en tanto llega ese instante, oficialistas y opositores deben entender quien es el verdadero adversario, quien es el auténtico enemigo a vencer.

El contrincante a superar (y que será una verdadera hombrada conseguirlo) es el abstencionismo.

En efecto, en el proceso electoral pasado, el porcentaje de ciudadanos ausentes de las urnas, fue pavoroso. En varios casos frisó el cincuenta por ciento.

Pero seamos serios, un porcentaje de abstención de dos dígitos traducido en asistencia a las urnas, es susceptible de trastornar una elección cerrada (incluso si fuera de una sola cifra).

De ahí la importancia de motivar al electorado a participar, porque el concurso ciudadano en las urnas nulifica toda posibilidad (o tentación) de fraude.

Una altísima afluencia ciudadana a las casillas, imposibilita a cualquier gobierno, sean cuales sean sus siglas o colores, a intentar falsear los resultados.

Por supuesto, un gobierno de talante autoritario pudiera optar por defraudar a sangre y fuego la voluntad popular, pero eso tendría un costo a pagar altísimo y dudamos que alguien sensato estuviera dispuesto a pagar el precio (tendría que ser un IDIOTA o un DEMENTE).

De suerte tal, que toca a los partidos escoger las mejores opciones para representarlos en la justa y con ello, motivar la participación ciudadana (a esto, llamaban los panistas antiguos, esos a los que no abjuraban de su doctrina, mover las almas).

Deben los partidos participantes en las elecciones por venir, mover las almas. Deben entusiasmar al ciudadano con sus propuestas, deben convencer con sus ideas, motivar su plataforma y proyecto de trabajo. Deben enamorar al ciudadano.

Porque si no lo logran y los ciudadanos permanecen en sus casas, será la oportunidad que tendrá el corporativismo de vencer, será la ocasión del voto duro para prevalecer.

Si los partidos consiguen motivar la participación ciudadana, el triunfo, para quien lo consiga, será inobjetable y fuera de toda posibilidad de ser cuestionado.

Por supuesto, si la oposición consigue entusiasmar al electorado, López Obrador podría ser vencido, aunque consiguiera volver a movilizar a su favor treinta millones de votos (cosa que no logrará otra vez, pues solamente una, es que consigue el burro tocar la flauta).

Es así que ya saben los partidos a que le tiran y cual es la tarea que les toca. Veamos quien es capaz de resolverla a satisfacción.

Seguimos pendientes…

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