Religión

Dar a conocer la doctrina de Jesucristo

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Miércoles 19 de junio de 2024

El anuncio del Evangelio, realizado las más de las veces por compañeros de profesión, de oficio o de vecindad, significó para familias enteras un cambio radical de vida y la salvación eterna; para otros resultó escándalo y, para muchos, necedad.

San Pablo declara a los cristianos de Roma que él no se avergüenza del Evangelio, porque es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree.

Y comenta San Juan Crisóstomo: «Si hoy alguien se te acerca y te pregunta: “Pero ¿adoras a un crucificado?”, lejos de agachar la cabeza y de sonrojarte de confusión, saca de este reproche ocasión de gloria, y que la mirada de tus ojos y el aspecto de tu rostro muestren que no tienes vergüenza. Si vuelven a preguntarte al oído: “¡Cómo!, ¿adoras a un crucificado?”, contesta: “¡Sí!, yo lo adoro” (…).

Yo adoro y me glorío de un Dios crucificado que, con su Cruz, redujo al silencio a los demonios y eliminó toda superstición: ¡para mí su Cruz es el trofeo inefable de su benevolencia y de su amor!». Es una bella respuesta que podemos hacer nuestra.

De los primeros cristianos debemos aprender nosotros a no tener falsos respetos humanos, a no temer el «qué dirán», a mantener viva la preocupación de dar a conocer a Cristo en cualquier situación en la que nos encontremos, con la conciencia clara de que es el tesoro que hemos hallado, la perla preciosa que encontramos después de mucho buscar.

La lucha contra los respetos humanos no debe cesar en ningún momento, pues no será infrecuente el encontrar un clima adverso, cuando no escondemos nuestra condición de cristianos que siguen a Jesús de cerca y quieren ser consecuentes con la doctrina que profesan.

Muchos que se dicen cristianos, pero con una postura poco valiente a la hora de dar testimonio de su fe, parecen valorar más la opinión de los demás que la de Jesucristo, o se dejan llevar por la fácil comodidad de seguir la corriente, de no significarse, etc.

Esta actitud revela debilidad de carácter, falta de convicciones profundas, poco amor a Dios. Es lógico que alguna vez nos cueste comportarnos como somos, como cristianos que quieren vivir la fe que profesan en todos los momentos y situaciones de su vida; y esas serán excelentes ocasiones para mostrar nuestro amor al Señor, dejando a un lado los respetos humanos, la opinión del ambiente, etc., pues no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza.

No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor, exhortaba San Pablo a Timoteo, a quien él mismo había acercado a la fe.

Esta fue siempre la actitud de quienes nos precedieron en la tarea de cristianizar el mundo. Y antes incluso.

Tenemos el ejemplo de Judas Macabeo, en momentos muy difíciles, cuando el santuario quedó desolado como el desierto y muchos en Israel se acomodaron a este culto, sacrificando a los ídolos y profanando el sábado.

Judas, al frente de sus hermanos, siguiendo el ejemplo de su padre, Matatías, se rebeló contra aquella iniquidad y, por el honor de Dios, supieron combatir alegremente los combates de Israel.

Judas Macabeo nos dejó la razón de su victoria: Al cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza de unos cuantos.

Siempre ha sido así en las cosas de Dios; desde los principios de la Iglesia hasta nuestros días. Dios se vale de lo poco para sus obras. Tampoco a nosotros nos faltará su ayuda. Él hará que lo poco se vuelva una fuerza grande allí donde estamos.

En la Cruz encontraremos también nosotros el poder y la valentía que necesitamos. Miramos a Santa María: «No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo.

»Invócala con fuerza: “Virgo fidelis!” —¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios lo seamos de veras y a todas las horas»

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