Espectáculos

Dolores del Río y Hollywood

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Jueves 18 de abril de 2024

Hollywood, en aquel tiempo, era algo cruel, maravilloso, brillante, glamoroso, elegante.

Llegaban personas de todas partes del mundo, novelistas como Somerset Maugham, Noel Coward, que venían simplemente para pasar un verano.

Se hacían fiestas increíbles en las que por una sola noche, los más grandes decoradores e iluminadores de los estudios cinematográficos arreglaban la casa.

Los anfitriones planeaban su recepción durante meses para que opacara a la del vecino, la semana anterior.

Se mandaban traer gardenias de Hawai, rosas francesas especiales; por avión llegaban fuentes de caviar, ancas de rana y caracoles a la bourguignonne, faisanes y patés de foi-gras, piezas de charolais, champañas, nidos de golondrina, acociles y quesadillas de flor de huítlacoche… sonríe- Las mujeres que asistían a las fiestas estrenaban cada día un vestido más deslumbrante que el anterior: trajes de luces y de chaquiras, de piedras bordadas, de corpiños tapizados de perlas, y esas estolas de armiño, sin hablar de los minks, de los velos y encajes, y de la profusión de joyas que usaban.

Cuentan que Lupe Vélez, en el más famoso restaurante de Nueva York, del que era habituée, se presentó deslumbrante en un abrigo de armiño.

Antes de tomar su orden, el maítre acarició lentamente la piel y le dijo con dulzura: ¿Qué tal el conejo?… Y Lupe tuvo una respuesta de víbora: ¿Qué sabe usted de conejos en esta fonda, donde dan gato por liebre?… Eran los tiempos en que Buster Keaton llenó, para sus invitados, una alberca con champaña, para que les hiciera cosquillitas en la planta de los pies.

Cuando llegamos, entramos al grupo de Jack y Sonny Whitney, que nos chaperoneaban a Jaime y a mí a todas partes.

Las fiestas se hacían muchas veces al aire libre, alrededor de las piscinas. Los Angeles era muy feo, y nadie iba allá.

Todos nos quedamos en Beverly Hill, en donde se alineaban una serie de casas con jardín, construidas por estupendos arquitectos, y cada casa era más linda que la otra.

Los dueños tenían millones en sus manos, ganados en una noche. ¡Se hacían fortunas de un momento a otro! Recuerdo a John Gilbert, Clark Gable, William Powel, a Adrian el modisto, a Myrna Loy, a Norma Shearer, a Joan Crawford, a Constance Bennet, Gary Cooper, Kay Francis; y de otros países empezaron a llegar gente tan importante como Marlene Dietrich, de Berlín; Lesllie Haward y John Barrymore, de Inglaterra; la Garbo de Suecia, todos para convertirse en stars, porque Hollywood era una empresa manufacturera de estrellas que garantizaban el éxito, la felicidad y la fortuna de los ídolos que brillan en la pantalla. -concluyó Dolores del Río en entrevista dada a Elena Poniatowska-

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