Religión

Los abusos litúrgicos proliferan en la Iglesia Católica de hoy

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Lunes 18 de marzo de 2024

La hipocresía de la Iglesia del posconcilio resulta ya difícil de ocultar. La tecnología impide que lo que realmente sucede quede escondido. Todo sale a la luz y todos los católicos pueden observarlo con sus propios ojos.

En la imagen de la izquierda vemos una misa pontifical, celebrada por algún obispo que desconocemos quien sea.

A la enorme mayoría de los católicos les parecería una ceremonia bellísima y sublime; estar en un templo cuyas columnas se elevan al cielo, arropados por la música del órgano o del canto gregoriano, con el perfume del incienso embargando la atmósfera y con los colores de los ornamentos y las luces de las velas atrayendo las miradas.

Era, como todos sabemos, una ceremonia a la que los católicos de los últimos mil quinientos años —poco más, poco menos— podían asistir con cierta regularidad.

La Iglesia del Vaticano II destruyó en menos de un lustro ese edificio de belleza que llevó siglos construir.

Y nosotros tan campantes, como si nada hubiera pasado. Más aún, la jerarquía eclesiástica, con el ¿Papa? a la cabeza, han prohibido del modo más terminante la celebración de esa misa (la Misa Tridentina o Tradicional).

En cambio, esos mismos obispos no tienen reparo alguno en profanar la eucaristía y protagonizar los espectáculos más burdos, como vemos en las otros dos fotografías.

En la de arriba, Mons. Eduardo Castanera, obispo auxiliar de Quilmes, en Argentina, celebra la misa del  29 de diciembre de 2023, en ocasión de un encuentro de los jóvenes voluntarios de Cáritas.

Tirado en el piso, con una ¿estola? multicolor, con un mate junto al cáliz y con una imagen de la Santísima Virgen, que es un muñeco de trapo. 

En la de abajo, el cardenal Ángel Rossi S.J., arzobispo de Córdoba (Argentina), el día 5 de marzo, en ocasión de su visita al decanato de la ciudad de Córdoba, imparte la bendición con el Santísimo Sacramento, sin ningún tipo de ornamento —peor aún, en mangas cortas— y con el único signo de reverencia de Mons. Horacio Álvarez, uno de sus auxiliares, que está de rodillas.

El resto de la asistentes —sacerdotes y obispos— permanecen sentados. Cabe mencionar que el cardenal Rossi es miembro del dicasterio para el Culto Divino.

Los cardenales y obispos pueden hacer lo que se les ocurra en materia litúrgica. Y los sacerdotes también.

Saben que no serán sancionados; que el cardenal Arthur Roche no dirá nada.

Incluso es probable que el mismo pontífice romano alabe su creatividad pastoral. 

Sin embargo, esos mismos cardenales y obispos y el mismo cardenal Roche, prohiben del modo más arbitrario y tajante, la celebración de la misa que la Iglesia celebró durante más de mil quinientos años y persiguen del modo más cruel a los sacerdotes que la celebran e incluso, a aquellos que aún celebrando la misa de Pablo VI, osan incluir algún canto en latín o alentar a los fieles a comulgar de rodillas y en la boca.

Hay que ser ciego, estúpido, cínico o extremadamente hipócrita, para no darse cuenta de lo que está ocurriendo. 

Usquequo, Domine, oblivisceris me in finem? 

usquequo avertis faciem tuam a me?

Quamdiu ponam consilia in anima mea; dolorem in corde meo per diem?

Usquequo exaltabitur inimicus meus super me? (Ps. 12, 1-3)

¿Hasta cuándo, Señor, al final me olvidarás?

¿Cuánto hace que apartas tu rostro de mí?

Mientras establezca planes en mi alma; ¿Dolor en mi corazón durante el día?

¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí?

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