El aria incompleta de Caruso
Miércoles 7 de febrero de 2024
Enrico Caruso (1873-1921), nace en Nápoles con el nombre de pila Errico que luego cambiaría por Enrico.
Fue un tenor italiano de una hermosa voz, cantaba naturalmente y poseía un oído musical perfecto, fue el indiscutido divo durante principios del siglo XX.
Tan bella era su voz y tan perfecta su técnica que llegó a ser el cantante más famoso y admirado de todos los géneros musicales, cautivaba aún a quienes no gustaban de la ópera.
Todavía hoy es referente del mundo de la lírica y se le reconoce haber creado un estilo de interpretación modelo.
Fue criado en Nápoles, en una familia humilde, con seis hermanos. A los 10 años comenzó su vida laboral trabajando con su padre como mecánico.
Durante su tiempo libre gustaba de interpretar canciones, todavía no sabía música, simplemente cantaba de oído y como pasatiempo, hasta que llamó la atención del cura párroco de su pueblo quien lo incluyó en el coro y lo alienta a estudiar música con Guglielmo Vergine.
Luego de tres años logra cantar una partitura completa a pesar de no dominar todavía a la perfección la técnica vocal ni instrumento alguno.
Antes de la primera guerra mundial, Enrico emigra a Estados Unidos de América, allí conoce a la soprano Ada Giachetti quien fuera su pareja y profesora vocal.
Ella estaba separada de su marido y durante los once años que permanecieron juntos, le dio cuatro hijos.
Luego de esta relación conoce a Dorothy Park Benjamin con quien se casa en 1918. Tuvieron una hija, Gloria Caruso.
Dorothy escribió dos biografías de Enrico, con gran profusión epistolar, lo que permite hoy conocer ampliamente la psicología y el pensamiento de este hombre tan peculiar.
Finalmente, Estados Unidos entra en la primera guerra mundial y comienza a enviar tropas a Europa, Caruso cumplió entonces un gran trabajo de caridad, recolectando dinero y actuando a beneficio.
Además de generoso, resultó ser un excelente empresario, pero jamás dejó de ser una persona alegre, sencilla y pródiga con todos.
Al Capone llegó a decir que lo único que amó en este mundo fue la voz de Enrico Caruso, ello no obstante tuvo ciertos problemas con la mafia que luego no pasaron a mayores.
Fue pionero de las grabaciones de canto, en la época los tenores no gustaban de grabar ya que el sonido no era tan limpio y decían que voz y música sonaban apagadas dando una falsa imagen del artista.
Caruso era muy supersticioso, solía llevar entre sus vestimentas una cantidad considerable de amuletos, a la vez que eludía las típicas acciones que traen mala suerte, especialmente la triscaidecafobia.
También era obsesivamente pulcro y se bañaba dos o más veces al día y cultivaba la elegancia.
Cantaba con tanta facilidad que se sentía muy confiado, quizás por eso no cuidó jamás su garganta y fumaba no menos de dos atados de cigarrillos egipcios por día.
Amaba la buena mesa y el buen vino, éste último debía ser tinto, jamás otro tipo y menos espumante. Él creía que era lo mejor para limpiar y templar su garganta razón por la cual siempre bebía algunos tragos horas antes de sus actuaciones. Y con respecto a esto hay una increíble anécdota:
El 18 de abril de 1906, Caruso actuó en el teatro de San Francisco, en la ópera Carmen de George Bizet, luego de la perfecta actuación fue invitado a brindar en el hotel donde se hallaba alojado junto con distinguidas personas de la ciudad.
Como es lógico suponer, hicieron varios brindis con champán que el tenor, por cortesía, acompañó.
Luego de salutaciones y elogios se le pidió que cantara su famosa aria “Vesti la giuba” de la ópera Los Payasos de Leoncavallo.
Aceptó y comenzó el aria, sin embargo, su interpretación fue interrumpida por un terrible estruendo; había sucedido el primer temblor del horroroso terremoto de San Francisco que destruyó prácticamente la ciudad y cobró 3.000 muertos de la escasa población que tenía todavía esta metrópoli, si hubiera ocurrido hoy el número de víctimas hubiera sido incalculable.
Caruso logró escapar junto con el grupo que lo rodeaba y corrió entre los escombros y el polvo que le dificultaba la respiración.
Esa noche pernoctó a la intemperie y a la mañana siguiente, luego de terminadas las réplicas del sismo y despejado el polvo y el humo, subió a un cúmulo de destrozos y comenzó a hacer ejercicios vocales, principalmente para comprobar que sus cuerdas vocales y su “fiato”, no habían sido afectados.
En cuanto le fue posible, volvió a Nápoles prometiendo no volver nunca más a San Francisco, cosa que cumplió.
Tan supersticioso era que llegó a dudar si no había sido haber bebido champán la causa del desastre.
Su falta de ejercicios, su abultada agenda de actuaciones y sus excesos gastronómicos finalmente comenzaron a pasarle factura.
En 1921 es sorprendido por una pleuresía u otro tipo de complicación que no se ha determinado, lo cierto es que fallece ante el estupor del mundo entero.
Fue enterrado en Nápoles, su ciudad que tanto amó.
Su tumba es una de las más visitadas en el cementerio de Santa Maria del Pianto en Nápoles, siempre llena de flores.