Espectáculos

El Rolls Royce de Rigo

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Martes 16 de enero de 2024

Lo vi en su casa en 1994 cuando fui asignado para entrevistarlo con el objeto de evaluar la posibilidad de hacer una telenovela sobre su vida. El productor sería Luis de Llano.

De aquellos días, deben estar guardadas por allí alrededor de nueve cintas con todas las entrevistas que le hice a Rigo en una modesta casa en el barrio de Tlalpan, por allá donde se cruzan Insurgentes Sur y avenida San Fernando.

Lo primero que llamaba la atención al llegar a esta casa de clase media era constatar que no se trataba de una residencia enorme, o lo que imaginaríamos que el autor tamaulipeco, icono de la música tropical de los 70 en nuestro país, podría ostentar como su habitáculo.

Traspasar la puerta de la calle era introducirse en un espacio lleno de recuerdos de cuando niño, escuchando a Rigo Tovar y su Costa Azul en todas partes: el mercado, el taxi, el trolebús, la cocina de casa y en alguna que otra boda de una de las primas mayores.

Al tiempo que cruzaba el pequeño pasillo que conducía al interior de la casa y pasaba justo al lado del maravilloso Rolls Royce Phantom de Rigo, imaginaba cómo habría hecho Rigo para traerse semejante ejemplar de ingeniería perfecta desde el Reino Unido.

La casa era por demás minimalista. Carecía casi de muebles y todas las habitaciones estaban pintadas de blanco, y un barandal de madera que recorría todas las paredes de la casa servía de guía a un Rigo Tovar que para entonces ya había perdido la vista por completo debido a una retinitis pigmentosa, que incluso le llevó a Londres a tratársela en 1977.

Supongo que de ese viaje habrá salido el Rolls Royce. La verdad es que nunca lo supe. Nunca se me ocurrió preguntarle.

En los días subsecuentes, me enteré –más gracias a los comentarios de un personaje misterioso que siempre estaba junto a Rigo y cuyo nombre deben también guardar las cintas- de que Rigo tenía 32 hijos naturales reconocidos y que con motivo de un aniversario más de su carrera, había rentado el hoy extinto salón Riviera (en División del Norte y Cuauhtémoc), celebración a la que invitó a todas sus mujeres, a quienes sentó en una misma mesa.

En 1995 estaba cerca de casarme y tuve la peregrina idea de pedirle a Rigo el Rolls Royce como mi coche de bodas. “Con una condición”- contestó. “-Con que me dejes tocar en tu boda”.

Salí esa tarde de casa de Rigo verdaderamente perplejo y lleno de ideas de cómo producir el banquete de mi boda, y corrí a contárselo a mi “contraparte contrayente”. Iba por un coche y salí con él y un grupo (más que) versátil.

Por un prurito de mi raquítica conciencia, pensé que quizá no sería del todo buena idea, y después de ver la cara de mi novia, comprendí que no habría cabida alguna a la discusión del punto; la noche de la boda corría el riesgo de convertirse en un concierto de Rigo Tovar –sin su Costa Azul- y competiría con la estrella de la noche. Y no hablo precisamente de mi.

Hice números. La producción sería muy costosa, además de pagar el desplazamiento correspondiente de los músicos del SUTM. Desistí y se lo comenté a Rigo, quien amablemente entendió las razones, no sin sentirse un tanto decepcionado.

Terminó por no ir a la boda y yo sin el Rolls Royce que pensé podría transportarnos, pero siempre cordial, Rigo mandó su regalo correspondiente.

Hice los primeros 5 capítulos de una telenovela que nunca se grabó, pero que a la fecha sigo pensando habría sido un gran homenaje a uno de los más grandes compositores de música tropical de este país y que, según estadísticas, logró reunir en un concierto a más gente que el Papa Juan Pablo II en Monterrey.

Números son números. Y no todos los coches son para todas las noches.

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