México

Xóchitl Gálvez, la candidata anfibia que se la ha pasado nadando entre dos aguas

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Miércoles 23 de agosto de 2023

El entorno más cercano en su pueblo de Hidalgo y antiguos compañeros de carrera política profundizan en los tópicos y las paradojas de la senadora convertida hoy en fenómeno como aspirante de la oposición a las presidenciales

Xóchitl Gálvez Ruiz es un personaje anfibio. Quienes estos días se devanan los sesos tratando de encuadrarla en un partido o una ideología, quienes se preguntan si es blanca o indígena, si fue una niña pobre o acomodada, encontrarán alguna respuesta viajando a su pueblo, Tepatepec, en Hidalgo.

En la calle Francisco Madero viven los Gálvez, más de izquierda, perredistas y morenistas; en la de Rosales, los Ruiz, más a la derecha, o sea “apolíticos”, quizá del PRI, quizá del PAN.

La casa familiar de la fulgurante aspirante a la presidencia sin afiliación política está en Rosales… pero no del todo, hace esquina.

¿Indígena? En la calle Madero dicen que bueno, que el abuelo paterno, Amador, el albañil, hablaba otomí, pero que era “como españolado, alto, bigotón, de ojos claros”; en la calle Rosales, los cercanos al PRI contestan que “hoy nadie se quiere llamar indígena, aunque lo sea”; los más conservadores miran las fotos en blanco y negro de tíos y abuelos colgadas de la pared y niegan sin paliativos esa procedencia cobriza.

Los de la calle Madero la consideran “progresista”; los de Rosales, “de derecha”. Con esas mimbres se puede armar una cesta, pero a saber por dónde sale el agua.

Un viaje a Tepatepec solo confirma una cosa: Xóchitl Gálvez es un ser anfibio, como solo pueden serlo quienes se han criado en un pueblo y viven en la ciudad.

Dilucidar si su familia era pobre o con dinero es más difícil aún. Comparada con quién.

De chica, Gálvez compartía cuarto con sus cuatro hermanos, “todos amontonados”, dice un primo, y señala la ventana: “Aquí era. Esta otra es la recámara de los padres y esta, la cocina”.

Había, en aquellos tiempos, un baño de letrina y un columpio colgado del árbol. Pero otros ni eso tenían.

Un compañero de la escuela, morenista, afirma que la candidata panista miente todo el tiempo, que ellos eran ricos, que llevaba una mochila a la escuela y una lonchera con la comida. “Nosotros, pura bolsa”. “Y mire lo grande que era la casa donde vivía la familia, y qué paredes tenía, eso de que estaba hecha de pencas y láminas, mentira”, sigue el maestro jubilado Cutberto Díaz.

“La escuela está ahí, a dos cuadras de la primaria, ¿qué es eso de que venía caminando descalza durante kilómetros? Ella nunca vivió en Dengantzha”, asegura Díaz.

El vehículo pone el GPS camino de Dengantzha, uno de los pueblos del municipio, a unos kilómetros de Tepatepec.

“No, no, ella nunca vivió aquí”, dice una mujer en la escuela. “Jamás. Ella venía mucho aquí, la recibían como a los Reyes Magos porque repartía juguetes para los niños, eso sí es cierto”, afirma. No quiere dar su nombre. “Si quieren saber, vuelvan a Tepatepec”.

De nuevo en la plaza, los morenistas concentrados en protesta contra el alcalde acusan a la senadora de inventar sus orígenes y casi de ser la culpable del agujero de ozono.

Uno de sus primos Gálvez, que tampoco quiere identificarse, dirá después que “tiene capacidad intelectual, ambición personal y política. Ella se fue a la ciudad y ha destacado, nadie le puede quitar ese mérito. No es indígena, pero sí se preocupaba por los indígenas ahí en Dengantzha. Debería haber dicho que es indigenista, eso sí. Y tiene origen de pueblo y es progresista. Si lo que nadie entiende aquí es qué hace con el PAN y con el PRI, cómo puede convivir con ellos. No se afilia porque le resulta cómodo nadar entre dos aguas”, asegura.

La niña anfibia dejó la primaria y siguió la secundaria en Mixquiahuala. Cada mañana montaba en el vehículo de su tío Camilo Gálvez, que trabajaba en ese pueblo y acercaba a los alumnos.

Después fue Ciudad de México y la UNAM, donde se hizo ingeniera y más adelante, empresaria, tiene una firma de ingeniería para edificios inteligentes, High Tech Services, donde se desempeñan dos de sus sobrinas, hijas de la hermana que está en la cárcel por un asunto de secuestros: Xóchitl las acogió y les proporcionó estudios, también son ingenieras.

Es en sus años universitarios donde le brotó el trotskismo y el marxismo, según dicen sus parientes en el pueblo. “Siempre fue una joven rebelde”, una muchacha que heredó genes de izquierda y los cultivó en una familia conservadora.

Porque la familia de Gálvez convivió con los Ruiz en aquella casa dividida en estancias donde nunca faltaban primos, ni la tía “solterona que daba nalgadas y pellizcos”, donde todos los recién casados tenían una recámara hasta que salían adelante por sus medios.

“Los Ruiz siempre fueron creativos”, dice un primo de Xóchitl. Y otro de ellos, Vicente, dice más: “Llevamos el negocio y la superación en la sangre”.

Los Ruiz estudiaban todos, y fueron prosperando y yéndose del pueblo, muchos, pero algunos conservan negocios, son empleados públicos o regentan una farmacia.

El abuelo de Xóchitl compró un tractor, el primero del pueblo, ahí están las fotos, no todo el mundo tenía uno, y una trilladora con la que rentaba su trabajo de cosechador. Aquello le dio para ahorrar.

En casa del nieto Vicente, primo de Xóchitl, hay un Mercedes color crema de los años ochenta que le regaló a su mujer, y regenta un negocio con cinco tráilers que transportan productos perecederos.

En la casa también se hace mole en el viejo molino del tío creativo, Beto, que allí vivió y del que más adelante se sabrá algo más. ¿Son ricos? La casa es grande, pero sin lujos. La familia, campechana, de pueblo. Si se compara con la pobreza de millones de compatriotas, los Ruiz son pudientes, pero hace medio siglo no vivían más que con la humildad de aquellos años y de aquellos pueblos.

El primo Vicente conserva la máquina donde aprendió Xóchitl a coser. Le enseñaba la tía soltera, Manuela. La candidata también sabe cocinar porque su madre, doña Bertha, tenía un buen sazón.

Mujer de su tiempo, no es de extrañar que la joven Xóchitl aprendiera a coser y a cocinar. Pero su vida se llenó de política años más tarde, en la capital.

El presidente Fox la llamó para llevar la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, un asunto con el que ha estado vinculada buena parte de su trayectoria política.

En 2010, siempre bajo el cobijo del PAN, fue candidata a la gubernatura de Hidalgo, pero no la consiguió. Sí alcanzó, en 2015, la alcaldía de Miguel Hidalgo, en la capital. Y ha sido senadora hasta embarcarse en esta aventura por la presidencia.

De este último periodo se la conoce por algunas performances en la Cámara alta, donde se disfrazó de dinosaurio, o por encadenarse a la silla de la presidencia como protesta.

Su voto se ha saltado a menudo la disciplina del partido que la acoge, y se declara feminista y a favor del aborto. “La critican, que si dice majaderías…”, reflexiona serio el primo Vicente. ¿Y las dice? “Sí, dice muchas”, se ríe con complicidad familiar. Defiende la humanidad de su prima: “Siempre ha ayudado a la gente del pueblo con sus problemas médicos, y a sus padres, y a la tía Manuela”, asegura. “Pero nunca ha favorecido a nadie de la familia por su puesto político, no se puede esperar de ella eso”. Si se presentara para presidenta, Vicente la votaría. Otros primos del pueblo, quizá no. Depende de la calle donde vivan.

La priista Nuvia Mayorga no solo ha sido su compañera de alianza política en el Senado, eran muy amigas de pequeñas en el pueblo y las familias de ambas, también.

“Yo sabía que iba a llegar a ser una gran profesionista y también en la política, que ya le gustaba de joven. Trabajó en el registro civil con mi papá, que era presidente municipal en Tepatepec por los ochenta, y con mi mamá, que llevaba el DIF. Ella y todos sus hermanos eran excelentes estudiantes”.

Xóchitl tiene cuatro hermanos, todos con un doble nombre indígena, menos la mayor, maestra. Otro es profesor y otro general del Ejército.

“Ya de jovencita daba discursos y siempre fue inquieta y buscando el favor para su pueblo”. Mayorga recuerda que su amiga les confeccionaba los uniformes del colegio. “Su familia fue de abajo a arriba, muy trabajadores siempre”. ¿La ve de presidenta? “Sí”.

¿Está capacitada Xóchitl Gálvez para ocupar el Palacio Nacional? De nuevo la misma respuesta: “¿Comparada con quién?”, que esta vez pronuncia Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores con Fox y quien trabajó con ella en aquellos tiempos.

“Si la comparas con Obama, con Felipe González o con Macron, pues tal vez, no sé. Pero con los presidentes que hemos tenido en México en los últimos 40 o 50 años, pues yo creo que sí”, dice el también profesor de la Universidad de Nueva York y escritor.

Menciona los varios cargos públicos que ha tenido, pero, sobre todo, destaca dos circunstancias que la envuelven estos días y que podrían facilitarle su propósito.

“Una es la narrativa: en ella el mensajero es el mensaje. No sé qué propondrá más adelante, cuando diseñe un programa o si ya lo tiene, pero ahora mismo, el mensaje es muy potente y es ella”.

Se refiere a sus orígenes rurales y su trayectoria de mujer hecha a sí misma que estos días se ha difundido con profusión. Y esa es la segunda razón por la que la ve una buena perspectiva política. “Hace unos años no se tenía en cuenta si Fox era hijo de española o tenía un apellido extranjero; si Díaz Ordaz era más moreno o menos indígena, si un presidente era criollo o mestizo. Ha habido de todo. Pero López Obrador ha inyectado eso, los fifís versus el pueblo, los potentados versus el pueblo, los corruptos versus el pueblo.

Y ahora resulta que los aspirantes morenistas son ambos blancos, ambos con apellidos extranjeros, de clases medias relativamente altas y con estudios en el exterior. Alejados, entre comillas, del pueblo”, menciona como contraposición a las características vitales de Gálvez.

Y recuerda de su antigua compañera “el buen humor y su agilidad”. Castañeda y Gálvez, en aquel gobierno de Fox, dice el ex funcionario, eran “los menos solemnes”. Eso les dio afinidad. “Me caía especialmente bien”. “Era juguetona, pero no frívola”.

Castañeda también parece que la votaría llegado el caso. Pero ¿y en su pueblo? “No lo sé”, dice un primo. Ella ya no va mucho por allí. Apenas por Muertos, quizá en Navidad, cuando los hermanos se reúnen todos en la casa que fue de los padres y que ahora es de la senadora.

El mismo primo sostiene que en el pueblo no han gustado todo eso que ha trascendido sobre sus orígenes pobres e indígenas, que parece exagerado.

Los morenistas reunidos en la plaza no quieren ni oír hablar de ella. No consiguió ganar Hidalgo, pero si se presentara a la presidencia… Queda todavía un camino muy largo para eso.

El lado más amargo de la candidata lo ha contado ella misma y lo sabe todo el pueblo: la afición del padre a la copa y cómo le levantaba la mano a la madre. “El tío Lalo tenía mal carácter”, reconocen los sobrinos carnales y políticos.

Tepatepec es una factoría de maestros. Hay cuatro Normales que se han formado profesores para surtir a todo Hidalgo. El padre de la candidata también lo fue. Le apodaban Guanajuato, porque ejerció en aquel Estado.

De vuelta en el pueblo, el abuelo Amador le proporcionó un solar en la calle Francisco Madero para que se hiciera, como cada uno de los hermanos, una casa, pero allí nunca hubo más que unos bloques de cemento donde Xóchitl y sus primos Gálvez jugaban de niños.

La familia vivió en la calle Rosales y la candidata se crio junto a los Ruiz. Cuando el padre pegaba a la madre, los Gálvez venían por el hermano para devolverlo a su calle hasta que se aplacaba la violencia, pero a los dos días ya estaba de vuelta, explican los primos de Xóchitl.

Con el tiempo, el padre se hizo inspector de educación y se compró el primer coche. ¿Tenían dinero? Comparado con quién. El alcohol no dio para prosperar mucho, según cuentan los Ruiz.

Pero otros ni coche tenían. Y así cada quien va contando la feria en el pueblo según la vio.

En estos días ha sido muy sonada la anécdota de la candidata panista, de que vendía gelatinas en Tepatepec para costearse los estudios.

Los morenistas que protestan en la plaza lo niegan, algún primo Gálvez mueve la cabeza: “Yo nunca la vi”.

Los Ruiz lo explican: “El tío Beto tenía un puesto en el mercado y la madre de Xóchitl hacía galletas y gelatinas para venderlas donde su hermano. La niña las llevaba hasta el mercado, no es de extrañar que en el camino vendiera algunas”.

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