Espectáculos

MIRANDO AL CIELO: RECREACIÓN DE LA VIDA Y MARTIRIO DE SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO

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Miércoles 10 de mayo de 2023

Por Helena Judith López Alcaraz

LA SANGRE DE LOS MÁRTIRES ES SEMILLA… DE BUEN CINE CATÓLICO

En estos tiempos aciagos donde sobreabundan los filmes rebosantes de la abominable ideología de género so pretexto de “inclusión”, de inmoralidades y obscenidades sin cuento, carentes de toda decencia e incluso abiertamente laicistas y antirreligiosas, la presencia de una película que promueva las virtudes humanas y, ante todo, católicas, logra erigirse e imponerse como una intensa luz en las tinieblas.

“Mirando al Cielo”, dirigida por Antonio Peláez y producida por su esposa Laura Díaz Alonso, es sin lugar a dudas una de estas producciones cinematográficas dignas no sólo de ser elogiadas, sino promovidas y divulgadas.

Rodada en siete semanas (2018-2019), con locaciones en San Miguel el Alto, Arandas, Guadalajara y Aguascalientes, causó que el matrimonio de cineastas fuera acreedor del Premio Católico al Comunicador “Juan Ruiz Medrano” 2022.

Más que reseña, ya que, como podría esperarse tratándose de San Joselito, nos inspiramos –de más, lo sabemos–, ofreceremos al lector un comentario crítico extenso, más concienzudo, que sin pretender ser definitivo busca profundizar en diversos aspectos en un formato que la síntesis impide. No hay alerta de spoilers porque no es un secreto cuál es el desenlace de la historia.

En primer lugar, la cinematografía nos pareció impecable. Es patente que los autores de esta obra poseen un gran dominio del lenguaje audiovisual y que son capaces de aplicarlo en pantalla.

Visualmente, la película es preciosa. Cada plano, ángulo y encuadre, la profundidad de campo, la paleta de colores, la composición, los efectos especiales (que, sin ser de empresas multimillonarias, no dejan nada que desear), los escenarios, la edición y postproducción…

En fin, cada punto que hay que tomar en cuenta se cuidó muchísimo, y eso es fascinante. Desde luego que no es lo más importante –tantas películas que tienen una realización estupenda, desde el punto de vista técnico, están plagadas de basura para la mente, el alma y el corazón–, pero no en vano reza el adagio que “de la vista nace el amor” y qué mejor difundir una hermosa historia por medio del óptimo cumplimiento de los cánones elementales del séptimo arte.

En particular, nos agradó el manejo de la cámara para capturar la acción y los gestos de los personajes, los primeros planos y los planos detalle, el empleo del ralentí –del cual no se abusa, y es un acierto– y la viveza cromática.

En cuanto a lo sonoro, considero que tanto la música como los sonidos (dentro y fuera de campo y la breve voz en off de Joselito al comienzo) están bien logrados y cumplen su finalidad a la perfección, sea para mostrar lo que sucede en pantalla, como para conmover al espectador en los momentos álgidos y fuertes del argumento.

En lo que respecta al guion, es notable la habilidad con que se consiguió que el ritmo de la película fuera raudo, no demasiado rápido, pero tampoco estancado en alguna escena.

Creo que su esposo consiguió rescatar los diálogos más importantes del libro para dar lugar a una narrativa consistente y comprensible, en los que el público es capaz de identificar a cada personaje y su carácter y ser partícipe, no sólo testigo, de sus sentimientos, emociones, luchas, contradicciones y caídas.

Vamos a la cuestión de la fidelidad a los acontecimientos históricos, que para quien esto escribe es fundamental, y máxime en el caso de cintas hagiográficas o que, como la famosa “Cristiada” (“For Greater Glory” en inglés), juran ser completamente apegadas a lo que pasó y hasta se atreven a usar la leyenda “la historia que te quisieron ocultar” para presentarse como lo más verídico que existe.

“Mirando al Cielo”, en general, es muy fiel a la historia de San Joselito y destaca la atención al detalle en diversos aspectos: el fragmento de la fotografía de la prole en la sala de estar de los Sánchez del Río –si bien se tomó después de la muerte del sexto hijo, no antes–, la imagen de Francisco Ruiz y los colgados en la calzada Amezcua en la otrora villa michoacana, la contextualización histórica de la persecución religiosa, la reglamentación del Código Penal (Ley Calles), el memorial de dos millones de firmas que fue ignorado, las tentativas pacíficas de solución del conflicto que fracasaron, la lucha de Anacleto González Flores –a la que se alude en una conversación–, las circunstancias que rodearon el estallido de la Guerra Cristera, el hecho de que dos hermanas de Rafael Picazo eran religiosas y el mismo hecho de que éste pudo confesarse antes de morir, el odio que profesó el diputado a su compadre Macario debido a que sus hijos se unieron a los católicos levantados en armas, los sobrenombres exactos de los verdugos del adolescente Mártir de Sahuayo, las cartas escritas a doña María del Río y a la tía María Sánchez de Olmedo, el tormento al que fue sometido en aquella trágica noche de febrero y el balazo que recibió en la cabeza tras decir que sus padres y él se verían en el Cielo… En suma, bastantes pormenores que no se habían explorado adecuadamente en el terreno cinematográfico.

Con todo, y lo afirmamos sin afán de emitir críticas destructivas, sino para esclarecer y hablar con verdad, hay varios puntos que no son verídicos o que fueron modificados respecto de la información documentada.

Es innegable que, al llevar a cabo una adaptación de sucesos, es imperiosa la ficcionalización para trasponer aquéllos del medio escrito, histórico y más frío, al fílmico y artístico, más subjetivo y emocional.

No obstante, estamos convencidos de que, tratándose de personajes que sí existieron y, más aún, ya elevados a los altares, hay que ser incluso más minuciosos.

Es nuestro juicio personal, tal vez rayano en el rigorismo para algunos, aunque necesario para tratar la materia que nos ocupa.

Hablando con franqueza, es digna de encomio la honestidad de los productores, que describen su trabajo como “basado en hechos reales”.

No pondremos la película al nivel de otras producciones –en su mayoría cortometrajes, y la ya citada obra dirigida por Dean Wright–, puesto que sería una gran injusticia y procederíamos muy mal; pero no vamos a afirmar que es cien por ciento circunscrita a lo que pasó.

Vayamos a los casos concretos. En la película se muestra que Joselito anduvo enamorado de una muchachita de Sahuayo, de nombre Valentina, y que antes de partir con los cristeros baja del caballo y graba una cruz junto a las iniciales que ella había tallado en la corteza de un árbol de la plaza.

Si la intención era mostrar al jovencito como un chico común y corriente, no un ángel o ser sobrehumano, es válido, pero podrían haberlo efectuado de otra forma.

A su vez, el general cristero con quien se presentó nuestro protagonista para solicitar su ingreso a las huestes libertadoras fue Prudencio Mendoza Alcázar, no Luis Guízar Morfín.

En contraparte, hablando de lo que sí se hizo bien, las interacciones entre éste y José son valiosas y trascendentes para el desarrollo de la historia.

La representación del acto heroico del abanderado y corneta es breve y emotiva; resalta la citación de la frase de Jesucristo: “Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos” (Juan, 15:13).

Tampoco, aunque la magnitud de la alteración es menor, se dio el caso de que las dos tías de José fueran a llevarle juntas el Sagrado Viático; la que acudió fue sólo Magdalena.

En lo que concierne a la confesión in articulo mortis, en el último lecho, del antiguo padrino de Primera Comunión, es ingenioso que se recurriera a su voz para contar la historia y el detrimento del vínculo entre el político sahuayense, su ahijado y la familia de éste, y es cierto que alcanzó a recibir el Sacramento antes de exhalar el último suspiro.

Por desgracia, hasta donde conocemos, nuestro controvertido personaje, de triste memoria, no dispuso del tiempo que le conceden los flashbacks.

Según los únicos datos existentes, el deceso de Rafael Picazo Sánchez ocurrió poco después del intento de homicidio en la ciudad de México, en la misma estación de tren.

En realidad, al sentirse herido, el diputado pidió a un conocido que iba en el vagón, Enrique Prado González, también de Sahuayo, que le llevara un presbítero. “¿Y dónde te consigo aquí un sacerdote?” fue la respuesta.

Providencialmente, en el mismo convoy estaba el P. Ramón Martínez Silva, viajero de incógnito, quien pudo auxiliarlo. Picazo murió al poco rato, en los brazos de don Enrique. Así lo testimoniaron algunas personas, entre ellas la hermana Anita Picazo, hermana de Rafael, su hijo el padre Melecio Picazo Gálvez (Misionero del Espíritu Santo) y el médico Rafael Picazo Gálvez. De cualquier modo, tal como aparece en la película, se le sepultó en Sahuayo. Y la fecha es correcta: 1931.

Otros detalles que deben precisarse atañen a las dos fotografías recreadas para la película: la de la Primera Comunión y la del arribo como prisionero tomada afuera de la Parroquia de Santo Santiago Apóstol. Opinamos que habría sido más conveniente usar las imágenes genuinas.

De igual modo, hasta donde sabemos, don Alberto Guerrero no retrató el ahorcamiento de Lorenzo. Ahora bien, su ayudante sí se llamaba José María; su apellido era García.

Una vez asentado lo anterior, pasemos a lo que sigue. La incorporación de algunos personajes ficticios de apoyo es idónea. El soldado Inocencio, que plantea a Joselito la posibilidad de renegar “de mentiritas” de su religión encarna cuestionamientos que muy seguramente ocuparon la mente de innumerables personas: ¿quién estaba del lado correcto? ¿Valía la pena fingir una traición a Dios para conservar la vida del cuerpo? ¿O era –y es– mejor sacrificar la última con tal de ganar la eterna? ¿De qué le sirve a alguien ganar el mundo, si pierde su alma?

La escena de la Misa clandestina también expone raciocinios y propone reflexiones que obligan a un autoexamen y que, en la mejor de las circunstancias, si se deja actuar la gracia divina, moverán a un cambio sustancial en el actuar de quienes vean la película.

¿Hasta dónde podemos llegar cuando la fe que nos inculcaron y heredaron nuestros padres se ve amenazada por un gobierno masónico, ateo, laicista y anticristiano, que legisla en contra de lo más sagrado y que propone iniciativas que atentan contra la ley natural, el derecho de los progenitores para educar a sus hijos, la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho inalienable, siempre conculcado a los católicos, de profesar su fe con libertad y sin someterse a la voluntad del Estado?

Asimismo, se percibe a todas luces que no se ahorraron ni esfuerzos ni presupuesto para la recreación de época.

Enhorabuena por la consecución del apoyo financiero necesario y por los que colaboraron en ello.

Pudimos ver la atención al detalle que mantuvieron de principio a fin en cuestiones visuales tan minúsculas, mas no por ello menos perceptibles para un ojo avizor; la instantánea familiar susodicha es un buen ejemplo. La utilería y los vestuarios fueron seleccionados con tino; llaman la atención las armas y los uniformes, así como la utilización de los corceles. El maquillaje también es muy bueno.

Las secuencias de batalla, sin ser elaboradas o complejas en demasía, poseen gran coordinación y recurren hábilmente la cámara lenta o al movimiento inestable del artefacto.

Por otro lado, el plano en que un valeroso sacerdote absuelve a un soldado federal en pleno fuego cruzado pone de manifiesto que no todos los que peleaban en el bando callista comulgaban con las ideas del perseguidor; era la forma en que muchos llevaban el pan a sus familias.

No olvidemos que algunos militares –pocos, pero los hubo– llegaron al extremo de negarse a disparar contra los clérigos y granjearse, por ende, ser asesinados junto con la víctima.

Las actuaciones son muy convincentes y logran tocar fibras sensibles, desde el joven Fidalgo Gaytán en su magnífico papel de Joselito hasta Luis Xavier Cavazos interpretando al cínico Picazo, la angustia y la desesperación que imprime Marco Orozco al interpretar a don Macario cuando trata de salvar a su retoño, la maldad extremada de los verdugos pertenecientes a “la Acordada” que externan Jesús Hernández (“Chiscuaza”), Carlos Hoeflich (Rafael Gil Martínez “el Zamorano”), Mauro Castañeda Aceves (Alfredo Amezcua Novoa “la Aguada”) y Olaf Herrera (“el Malpolá”); el vínculo de amistad que refleja Alexis Orozco en su papel de José Trinidad Flores Espinosa… Todas ellas demostraciones de la espléndida dirección actoral de don Antonio Peláez.

Nos encantó, entre muchas escenas, cómo capturó el rostro sin vida del Mártir de Sahuayo y pintó, con el pincel del arte fílmico, la dicha de quien ha volado directamente a gozar de la visión beatífica.

En cuanto a los mensajes transmitidos, no exageramos al afirmar que lo logran de una manera tan sublime y poética que uno no puede sino quitarse el sombrero, como dice la expresión, y felicitarlos desde lo más recóndito.

No nos están pagando por escribir esto, y ya quedó claro que tiene algunos aspectos que debieron tratarse de otro modo, pero hay que ser justos y equilibrados.

Otro punto a favor de la película, y no con miras a despertar el morbo, sino a plasmar fehacientemente la violencia de la persecución, es que no suaviza nada: ni el lenguaje, ni los golpes, ni la sangre, ni las escenas de tortura y suplicio.

Son planos dentro de campo –aunque también fuera de él, o recurriendo a diversas colocaciones de la cámara– que sacuden, sobrecogen y, dependiendo de la emotividad y sensibilidad del receptor, conmueven hasta el llanto.

Creemos que “Mirando al cielo” muestra, sin reservas ni edulcoraciones, contenidos que es imperioso rescatar en esta época tan plagada de errores, perversidad e impiedades, en la que la guerra contra el mundo, el demonio y la carne es más terrible que nunca: la coherencia de vida que debemos tener como creyentes católicos, la valentía requerida para defender nuestra fe hasta las últimas consecuencias, la importancia de la formación cristiana en el seno de la familia, desde la más tierna edad; la belleza del perdón y de la misericordia de Dios por encima de las más grandes barbaries y bajezas, el abrigo de un ideal santo que nos mueva a amar al Señor sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos y que, en suma, nos permita tener motivos e ideales para vivir y para morir; la benignidad para quienes nos provocan algún daño, la posibilidad de conversión, el dilema entre Paraíso e Infierno, entre fidelidad y apostasía, y la libre y decisiva elección que hemos de tomar…

En fin, la doctrina cristiana, el Evangelio que predicó Nuestro Señor Jesucristo y las enseñanzas edificantes generadas por aquellos que lo han imitado hasta la muerte.

En conclusión, “Mirando al Cielo” es la prueba diáfana de que la sangre de los mártires no sólo es semilla de cristianos, sino de buenas películas, sobre todo en lo moral, de tinte netamente católico, en las que sea factible dar a conocer su vida, obra, figura y sacrificio.

En adición, contribuye a la propuesta de héroes dignos de imitar, firmes en sus creencias y congruentes con ellas. Y lo mejor: que fueron personas de carne y hueso como cualquiera de nosotros.

En verdad que vale la pena, cada segundo de metraje y cada céntimo invertido para planearla, para filmarla y para acudir a verla.

Con las aclaraciones ya mencionadas, sí, pero que no demeritan la calidad general del producto final. Nada que ver con su antecesora de 2012. La recomendamos ampliamente, felicitamos de nuevo a los señores Antonio y Laura y esperamos que la difusión de su labor prosiga sin cortapisas hasta que se encuentre disponible para todos.

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