La excelencia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Reflexionemos en esta devoción, pues nos permite corresponder al amor de Dios, pero también reparar la ingratitud de un sinfín de almas.
Una noche, un sacerdote de la Fraternidad de San Pío X, recibió una llamada telefónica en la que le pedían visitar un «barrio marginal» en América Latina, para dar los últimos sacramentos a un moribundo.
Después de haberle administrado los sacramentos a este hombre, que no era uno de sus fieles habituales, el sacerdote trató de averiguar quién lo había llamado por teléfono.
Sin embargo, el enfermo respondió que nadie lo había llamado, y agregó simplemente: “Yo lo estaba esperando. Sabía que vendría un sacerdote porque hice los primeros nueve viernes de mes en honor al Sagrado Corazón”.
En el siglo XVII, Nuestro Señor dijo a Santa Margarita María Alacoque: “Yo prometo en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen los nueve primeros viernes consecutivos la gracia de la perseverancia final: no morirán en mi desgracia ni sin recibir los Sacramentos, haciéndose mi Corazón su asilo seguro en aquella última hora».
El Sagrado Corazón, que honramos especialmente en junio, es el signo de la caridad de Nuestro Señor Jesucristo; caridad para su Padre primero, caridad para las almas en segundo lugar.
En el primer caso, por lo tanto, también es un signo de dolor y tristeza por los pecados contra Dios. En el segundo, es un signo de misericordia y compasión. San Juan lo resume de la siguiente manera: “Y nosotros, hemos creído en la caridad” (1 Jn. 4,16). Este verso, elegido por Monseñor Lefebvre como lema episcopal, nos recuerda que debemos creer en el amor de Dios, de Nuestro Señor, por el hombre. Pero, ¿la gente corresponde a este amor de Dios? Desafortunadamente, muy pocos lo hacen.
Nuestro Señor dijo a Santa Margarita María hace cuatro siglos: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, hasta agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitudes”. Nuestro Señor también afirma en el Evangelio: “Si me amas, guarda mis mandamientos” (Jn 14, 15). ¿Cuántos aman a Dios de este modo? ¿Cuántos respetan sus mandamientos? ¿Cuántos, por ejemplo, santifican el día del Señor todos los domingos? En Francia, hoy en día, los católicos practicantes solo representan el 1.8% de la población.
Ya podemos comprender en qué consiste la devoción al Sagrado Corazón: ¿Dios nos ama? La devoción al Sagrado Corazón nos ayuda a corresponder a su amor. ¿Son los hombres ingratos? La devoción consiste en amarlo mucho para reparar, consolar y compensar.
El Papa Pío XI, en su encíclica Miserentissimus Redemptor del 8 de mayo de 1928, sobre el Sagrado Corazón, escribe: “La criatura debe compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación”. El Papa dice que este consuelo es misterioso pero muy real. Y cita las palabras que las Escrituras ponen en los labios de Nuestro Señor: “El oprobio me ha quebrantado el corazón y titubeo; esperé que alguien se compadeciera de mí, y no lo hubo; y que alguno me consolara, mas no le hallé” ( Sal 68, 21).
Para reparar concretamente la ingratitud de los hombres hacia el Sagrado Corazón, el Papa recuerda la devoción de los primeros viernes de mes, que consiste en hacer una comunión reparadora. Santa Margarita María explica: “Mi Divino Salvador me ordenó comulgar el primer viernes de cada mes, para reparar, en la medida de lo posible, los ultrajes que recibe durante el mes, en el Santísimo Sacramento”. La santa misma, a menudo experimentó el poder de la comunión reparadora para conmover profundamente el Sagrado Corazón de Jesús. Para realizar esta comunión reparadora, es necesario confesarse ocho días antes u ocho días después del primer viernes.
Con esta misma finalidad de reparar, también podemos asistir a la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento expuesto. Nuestro Señor dijo a sus apóstoles en el Huerto de los Olivos: “¿No pudieron velar una hora conmigo?” (Mt. 26:40). Que nuestra presencia frente al altar nos permita responder afirmativamente.
Finalmente, una gran manera de consolar a Nuestro Señor radica en la entronización del Sagrado Corazón en las familias.
El Padre Matéo, de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, a quien debemos esta práctica, declara: “Se puede decir, con toda verdad, que, en oposición a la campaña de apostasía social, la entronización es un acto real de reparación”.
El Padre Matéo recibió la autorización para propagar esta devoción, a principios del siglo XX, de San Pío X, quien le dijo: “¡No se lo permito… se lo ordeno! Le ordeno que consagre su vida a esta obra de salvación social”.
La entronización del Sagrado Corazón en las familias es el reconocimiento, oficial y social, de que el rey de la familia es el Sagrado Corazón. Este reconocimiento se manifiesta mediante la instalación solemne de la imagen del Sagrado Corazón en el lugar de honor del hogar. También se hace perdurable por un acto de consagración de la familia al Sagrado Corazón. El hecho de que el Sagrado Corazón presida la sala principal permite reparar los ultrajes cometidos contra su realeza. ¿Nuestro Señor es expulsado de todas partes? Las familias que lo entronizan en sus hogares le dicen: “Entra, Señor; queremos que reines aquí”.
El Padre Matéo dice: “Atrevámonos, como los malvados, y mejor que ellos, a gritar y manifestar nuestras convicciones”. Y añade que “el Sagrado Corazón no es un ‘mueble’ más, sino un ‘miembro’ de la familia por derecho propio.
Entronizar el Sagrado Corazón es dar la bienvenida a un verdadero huésped, a un rey, a un amigo, a un confidente. Aunque no podemos comparar la imagen del Sagrado Corazón a una hostia consagrada, la entronización bien entendida traerá consigo gracias especiales de la presencia de Dios y de la vida cristiana con Jesús, a través de Jesús, bajo la mirada de Jesús”.
En la revista Marchons droit No. 149, “La entronización del Sagrado Corazón en las familias”, el Padre Delagneau, escribe: “¿Qué podemos hacer en estos tiempos en que el Rey divino es expulsado de todas partes, exiliado? Debemos ponernos especialmente bajo su cetro y consolarlo con una vida cristiana ejemplar, con una reparación habitual de todos estos ultrajes, y suplicar al Padre Eterno para que todo hombre, toda familia y las autoridades se pongan bajo el liderazgo del Rey de reyes. [.] Consideren, pues, esta entronización, no como una devoción privada, sino mucho más como un compromiso en la lucha sobrenatural por el reinado de Nuestro Señor, comenzando por su hogar”.