No a la incineración de los difuntos
La costumbre de incinerar a los difuntos se ha extendido ya de tal manera que casi se ha convertido en un supuesto de hecho para la gran mayoría de los católicos. En breves líneas quiero exhortar las conciencias sobre este particular asunto para decantarme sin duda alguna por el NO a la incineración, y lo hago a través de los siguientes argumentos concretos:
1: Pensemos que, normalmente, quemamos lo que no queremos, lo que ya no nos sirve. Apliquemos ese pensamiento a nuestros seres queridos difuntos y, al incinerarlos, consideremos si el horno crematorio es realmente un signo de cariño hacia ellos.
2: La incineración de los cadáveres era una forma común de enterrar en las culturas pre-cristianas. En la más cercana a occidente tenemos la tradición griega antigua y las enormes piras funerarias donde se depositaba a los cuerpos difuntos. Y el motivo era más profundo de lo que superficialmente parecía: la falta de fe en la resurrección de los cuerpos. Muchos creían en la vida eterna, si, pero donde solo cabían los espíritus y no los cuerpos. Gran novedad del cristianismo es la dignidad excelsa del cuerpo llamado a la resurrección unido al alma. Jesucristo tuvo cuerpo humano que ha resucitado y habita para siempre en el cielo. La encarnación del Hijo de Dios debiera ser punto de reflexión en el rechazo a la incineración.
3: A lo largo de la historia ha habido no pocos casos de santos cuyos cuerpos permanecen incorruptos al morir, como signo milagroso de su santidad. Si hubieran sido incinerados se habría perdido para siempre esa oportunidad de afianzar la Fe que la Divina Providencia dispone para algunos santos.
4: Vamos a la parte más “profana/práctica”. Aconsejo que busquen por google una incineración y la vean en detalle. Observen con que desdén y vulgaridad se trituran los huesos de los difuntos; sepan que durante varias horas los familiares han de esperar en las salas anexas a los hornos a que se acabe el “proceso, y asuman igualmente que lo que reciben los familiares en el recipiente puede ser algo así como una mezcla de cenizas del difuntos junto a otros materiales quemados y quien sabe si sumados a cenizas de otros difuntos.
5: Sigamos con la parte práctica. Algunos prefieren la incineración porque temen ser enterrados vivos como si aún la ciencia médica no hubiese avanzado desde el siglo XIX. Y aún en el hipotético caso de que se diera debiera pensarse que ha de ser mucho más terrible despertarse en una hoguera que en un féretro donde incluso podría haber opción de salvarse de la asfixia.
Deberíamos hacer una reflexión profunda sobre hasta que punto ha penetrado en la conciencia general de los católicos una tremenda paganización del hecho cierto de la muerte. La tradición católica se bien segura y nos debe marcar el camino a seguir cuando tengamos cerca un ser querido próximo al fallecimiento. Desde esa reflexión hemos de recuperar, con firmeza, el ejercicio de la caridad fraterna desde la Fe y la Esperanza:
– Procurando que quien vaya a morir reciba la confesión si aún está consciente
– Velando el cuerpo fallecido con oraciones y aplicación de indulgencias
– Solicitando exequias dignas con Misa en templo parroquial
– Enterrando el cuerpo (obra de misericordia) con inhumación en campo sagrado
Desterremos esta gradual y ascendente secularización de la muerte que ya se ha impuesto en una mayoría desde:
* Buscando solo el alivio corporal del que va a morir y privándolo de la importantísima ayuda espiritual en ese momento calve de su vida
* Dejando el cuerpo fallecido en “velatorios” donde desaparece la oración para dar paso solo al acto social
* Procurando que el ministro ordenado celebrante de la exequia pida oraciones por el difunto sin hacer “profecías” de su salvación y/o adelantando groseramente su beatificación
* Incinerando finalmente ese cuerpo difunto y, de ese modo, disminuyendo la Fe cierta de su resurrección futura