Religión

Non possumus. ¡Basta ya! Rechazamos la nueva misa porque no es tradicional

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Gracias, si se puede decir tal cosa, a Traditionis custodes hemos visto resurgir el discurso según el cual por un lado el Papa se ha visto obligado a tomar medidas porque hay tradicionalistas que rechazan la nueva misa, y por otro, están las protestas de los tradicionalistas que afirman que desde luego ellos no la rechazan, sino que simplemente piden que se les permita mantener la antigua por razones de… ¿de qué? ¿Preferencia personal? ¿Sensibilidad? ¿Nostalgia?

Las cosas claras. No. No preferimos la Misa Tradicional por sensibilidad, ni por estética ni por una supuesta nostalgia (una amplísima mayoría éramos niños cuando tuvo lugar la revolución litúrgica). Rechazamos la nueva misa porque no es tradicional, porque ya no es la plena expresión de la liturgia católica.

1. La neoliturgia se ha cocinado de un modo descaradamente antitradicional. Había que redescubrir la pureza de los primeros siglos, antes –como tuvo la osadía de decir uno de sus principales inventores– de la corrupción gregoriana, o sea, de San Gregorio Magno. Esto es de por sí suficiente para no conceder la menor validez a semejante reforma. En la Iglesia no se puede hacer nada contra la Tradición, y menos aún cuando se llega al colmo de la irreverencia achacando la corrupción a quien fue el máximo codificador de la liturgia latina y uno de los más grandes pontífices y doctores de la Iglesia.

2. Es más, la pretendida voluntad de recuperar la pureza original es una auténtica mentira. Y una reforma que se basa en una mentira no puede ser legítima. Los inventores de la neoliturgia, muy orgullosos de su labor, publicaron sus trabajos. No restablecieron lo que existía antes de corrupción gregoriana; se sacaron de la manga una liturgia nueva de cabo a rabo valiéndose de expresiones tomadas de aquí y de allá con las que la han armado chapuceramente a la manera del doctor Frankestein, mientras desdibujaban cuanto en el ordo Misae ponía de relieve el Sacrificio y la Presencia Real.

3. Prepararon este inmundo brebaje porque tenían que emplear expresiones antiguas para hacer creer que se recuperaba la pureza original; pero era para crear una liturgia con arreglo a las aspiraciones del hombre moderno, imaginando que así conseguirían que éste volviera a la Iglesia. Y a consecuencia de ello, buena parte de la liturgia ha sido desechada. Todo lo relativo al ayuno, la penitencia y la ascesis ha sido eliminado o difuminado, así como cuanto hablaba de las dificultades de la vida cristiana. Ya no se trata de huir de las seducciones terrenas y aspirar a las realidades de Arriba. El cristiano de hoy es adulto y capaz de salvarse sin necesidad de la Iglesia. Se ha regresado a lo grande al semipelagianismo. Permítaseme reiterar la conclusión del estudio de Lauren Pristas (que tiene imprimátur) sobre las colectas de Adviento en el Misal antiguo y el nuevo, sin dejar de señalar que ninguno de los turiferarios del nuevo ha bajado todavía de su pedestal para pasar de la petición de principio (si lo ha impuesto Roma, es que está bien) a la crítica de los argumentos precisos:

Los verbos que indican movimiento en uno y otro rito describen acciones totalmente contrarias: en las colectas de 1962 Cristo sale a nuestro encuentro; en los de 1970, nosotros mismos vamos al encuentro de Cristo, llegamos, nos llevan, etc.

En las oraciones de 1970 no hay la menor alusión al pecado ni a sus peligros, a las tinieblas, a la actitud de impureza, la debilidad humana o la necesidad de misericordia, perdón, protección, liberación o purificación. Por otro lado, el concepto de que para entrar al Cielo tenemos que transformarnos sólo se expresa con la palabra eruditio (instrucción o formación) en la colecta del domingo segundo (…)

Quienes rezan las colectas de 1970 no imploran la asistencia divina para sobrevivir a los peligros o empezar a hacer el bien. En realidad, no expresan la menor necesidad de tales ayudas. En cambio, piden que al final puedan entrar en el Paraíso. Por el contrario, quienes rezan las colectas de 1962 no aspiran explícitamente al Cielo, sino que exigen –con verbos en el modo imperativo– asistencia diaria, inmediata y personal a lo largo del camino.

Estas tres diferencias nos llevan a una conclusión muy delicada. Hablando en plata, la Fe católica considera que toda buena acción que nos hace avanzar hacia la salvación depende de la Gracia divina. Es una doctrina formalmente definida y no se puede cambiar para revertir su alcance. En las colectas de Adviento de 1962, cada matiz expresa sin ambigüedades esta doctrina católica de la Gracia dentro del típico estilo sutil y no didáctico de las oraciones. Aunque las colectas de Adviento de 1970 no contradicen explícitamente la doctrina católica de la Gracia, no la expresan; y lo que resulta más inquietante: no parece que la den por sentado.

Se nos dice que la nueva liturgia se puede celebrar de un modo católico. Desde luego, eso es indudable. Puede ser así si el sacerdote que la celebra es verdaderamente católico. Pero por sí misma esa liturgia no lo es. Lo es porque recibe una ayuda externa. Lo noto más cada vez cuanto más voy conociendo la liturgia bizantina. Media un auténtico abismo entre el contenido de la liturgia bizantina y el de la neoliturgia que ya no es latina, abismo que no existe en modo alguno con la liturgia latina tradicional. Es posible disimular el carácter fundamentalmente antitradicional de la neoliturgia con formas tomadas de la liturgia tradicional, pero es un reclamo engañoso: el mismo que se observa en las misas anglocatólicas anglicanas: tiene la apariencia de una misa de San Pío V, pero no hay ni sacerdote ni presencia real.

El ropaje católico externo de la neoliturgia puede darle un aspecto católico por un tiempo, pero poco a poco el veneno neopelagiano de las nuevas oraciones, la reverencia hacia el mundo, la eliminación de la necesidad de penitencia, la supresión de las témporas y de la Septuagésima, así como de toda mención de la Cuaresma, el hincapié que se hace en la comunidad en lugar de poner los ojos en Dios, la desaparición de palabras y gestos significativos en el rito de la Misa, la degradación y en la práctica abandono del Canon romano, son cosas todas que a la larga no pueden menos que desembocar en una religión que ya no es católica.

Ésta es la verdadera razón. Dejémonos de excusas. Dejémonos de cortesías. Estamos en guerra. Podríamos perder la guerra, porque son ellos los que tienen el poder. Pero desde el punto de vista sobrenatural son ellos los que ya la han perdido.

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