José Díaz Bolio, mítico personaje de la historia y la cultura de Yucatán
Si hubiera conocido todo lo que se decía de él en los cafés, las reuniones, entre académicos y estudiosos de arqueología, con su sabia ironía se hubiera carcajeado, debido a la conciencia que tenía de su papel de creador de una nueva teoría, sobre la cultura maya.
Sus frecuentes escritos periodísticos en los que hablaba de sus descubrimientos del culto crotálico lo fueron convirtiendo en un personaje.
No cejó en sus búsquedas de serpientes de cascabel y ese ofidio lo condujo hasta lugares centroamericanos donde quería encontrar especímenes de tal naturaleza, para compararlos con los de nuestra geografía.
Buscaba, afanosamente, la durissus durissus, que decía solamente tenía existencia en estas tierras, y por ello, la arquitectura maya de Yucatán, basada en la piel de la serpiente, era tan extraordinariamente bella e impregnada de contenidos estéticos relacionados con el cosmos.
Ese perseguidor de serpientes de cascabel se llama José Díaz Bolio. Y lo nombro en presente, porque personas de su talla, no se van, nunca lo hacen porque es un deber estar presente, como lo fueron y lo seguirán haciendo.
Indiana Jones parece un símil de Díaz Bolio, quien en su gran individualidad transforma un vehículo WV, para realizar una larga travesía centroamericana en busca de la serpie perdida.
En ese medio de transporte tenía que haber adaptado algo fundamental para sus gustos, un enchufe para su cafetera, y así poder sorber esa bebida que preparaba con vocación de alquimista y calificaba como bebida de dioses.
Nunca tuvo temor de nada en el aislamiento geográfico, en la inexistencia de cualquier factor cómodo de la vida contemporánea, como la electricidad, que nos otorga todo.
Decía que en las alturas de una montaña centroamericana, una noche viendo el cielo constelado y derramando estrellas para él, les echó su potente voz, interpretándoles una aria de ópera con su voz de tenor.
Conocí la literatura investigativa de Diaz Bolio antes que la de John Stephens, ambos amorosos persecutores de lo maya y su portentosa belleza.
Uno y otro, en sus solitarios andares por caminos de yerbas, entre brechas húmedas y calurosas, buscando descubrir y/o encontrar al habitante cultural imaginario de sus mentes, me parecieron seres míticos, figuras colosales, Quijotes queriéndonos llevar en sus andanzas, a sus mundos de grandeza figurativa.
No se cuanto se sepa, pero la culebra que cuelga del pico del águila de nuestras insignias, tienen ringlera gracias a don José, quien acudió a las máximas autoridades del país para decirles que la culebra que mordía el águila de nuestra bandera y escudo, era una cascabel y que tenía que tener sus crótalos.
Después de insistir en ello, por fin, quedó dibujada la serpiente de cascabel en nuestros máximos símbolos nacionales, con su cola de crótalos.
Don José Díaz Bolio, fue amigo de todos los intelectuales yucatanenses del siglo XX. Muchas mañanas estaba entre ellos en aquel famoso café Louvre, del capitán Castro. O sencillamente caminaba por las calles de Mérida, con su porte y expresión facial, parecida a la de Jorge Luis Borges.