Opinión

La sombra de la violencia

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Lunes 17 de marzo de 2025

Por José E. Urioste Palomeque

Ayer domingo, 16 de marzo, un hombre arrolló a una familia entera en Mulchechén, municipio de Kanasín.

Según algunos medios, una mujer embarazada de gemelos perdió a ambos bebés. Dicen que fue por rencillas entre ellos de tiempo atrás.

En el carnaval, fuimos testigos de tremendos brotes de violencia: pleitos entre mujeres, personas gravemente heridas.

Hace unas semanas, en Tekit, quemaron vivo a un joven. Y estos son solo algunos de los casos recientes.

Los yucatecos siempre fuimos gente de paz, hasta que hemos ido dejando de serlo.

En gran parte del país, la violencia es ruidosa: armas, disparos, explosiones, gritos y caos. Aquí es silenciosa, y no por ello menos devastadora.

No importa en qué parte del mundo estés, si en Sinaloa, al otro lado de la ciudad o en la habitación contigua.

La violencia se esconde en el anonimato de las redes sociales y también se pasea a plena luz del día.

Habita en las palabras que hieren, en los actos que destruyen, en el miedo que se instala en el alma y en cicatrices que solo uno puede ver.

La violencia no es solo el acto, es la marca que deja. Sus heridas más profundas no se ven en la piel, sino en el espíritu. Nos cambia, nos endurece, la normalizamos y, tarde o temprano, nos quiebra. Porque la violencia solo engendra más violencia.

Hay que tener especial cuidado cuando nos susurra una palabra dulce, pero nefasta –venganza–, promete justicia, pero solo entrega más destrucción. Alimenta un ciclo sin fin de dolor y resentimiento. Nos engaña haciéndonos creer que para sanar el daño, debemos infligirlo en otro.

Lo que el hombre que arrolló a esa familia quizá nunca pensó es que antes de iniciar un acto de venganza, debía cavar dos tumbas: una para sus enemigos… y otra para sí mismo.

Pobres de nuestros paisanos yucatecos que han adoptado la mentalidad de las series de televisión que glorifican la violencia. Algunos creen que es sinónimo de fuerza.

Pobres, en verdad, porque no entienden que no hay mayor debilidad que ser esclavo de ella. La violencia nunca es solo un momento. Es un eco que resuena en quienes la sufren y en quienes la perpetúan.

No. Nuestro Yucatán ya no es el mismo. Está en un proceso de cambio y no precisamente para bien.

Lo peor es que esto apenas comienza.

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