La Confesión, un encuentro con Cristo


Miércoles 12 de marzo de 2025
La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote; encuentro siempre único, y siempre distinto.
Allí nos acoge como Buen Pastor, nos cura, nos limpia, nos fortalece.
Se cumple en este sacramento lo que el Señor había prometido a través de los Profetas:
Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada. Buscaré a la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré a la herida y curaré la enferma, y guardaré las gordas y robustas.
Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo.
Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados.
Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia.
El hijo pródigo que vuelve –eso somos nosotros cuando decidimos confesarnos– inicia el camino del retorno movido por la triste situación en la que se encuentra, sin perder nunca la conciencia de su pecado:
No soy digno de ser llamado hijo tuyo; pero conforme se acerca a la casa paterna va reconociendo con cariño todas las cosas del hogar propio, del hogar de siempre.
Y ve en la lejanía la figura inconfundible de su padre que se dirige hacia él.
Esto es lo importante: el encuentro.
Cada Confesión contrita es «un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro en la propia verdad interior, turbada y transformada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo, y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo han dejado de gustar».
Nosotros hemos de procurar que sientan, que experimenten esa nostalgia de Dios y se acerquen a Él, que les espera.
Debemos sentir deseos de encontrarnos a solas con el Señor lo antes posible, como lo desearían sus discípulos después de unos días de ausencia, para descargar en Él todo el dolor experimentado al comprobar las flaquezas, los errores, las imperfecciones, los pecados, tanto al desempeñar nuestros deberes profesionales como en la relación con los demás, en la actividad apostólica, en la misma vida de piedad.
Este empeño por centrar la Confesión en Cristo es importante para no caer en la rutina, para sacar del fondo del alma aquellas cosas que son las que más pesan y que solo saldrán a la superficie a la luz del amor a Dios.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas.

