Los hombres que amamos a las mujeres


Martes 11 de marzo de 2025
Por José E. Urioste Palomeque
Soy de otra época. Vengo de un mundo donde ser hombre significaba más que fuerza bruta o el peso de la responsabilidad.
Significaba respeto. Significaba honrar, cuidar y valorar a las mujeres que nos rodeaban.
Me tocó ser criado por una madre que tuvo que hacerse fuerte en una sociedad yucateca cerrada, farsante, con doble moral, que veía el divorcio como una mancha, en un entorno donde una mujer sola era cuestionada antes que respetada.
Mi madre, sin victimizarse jamás, nos enseñó a mi hermano y a mí, con amor pero firmeza, a ser más que hombres, caballeros.
Nos educó para abrir puertas, jalar sillas, pagar la cuenta no por obligación, sino por detalle y cortesía.
Nos enseñó que una mujer no se toca más que con ternura, y siempre nos dijo que la caballerosidad no es un acto de sumisión sino de respeto, y que si algún día teníamos la fortuna de compartir la vida con una mujer, nuestra misión era respetarla, amarla, aceptarla, hacer equipo con ella y darle lo mejor de nosotros.
Se habla mucho de los hombres que lastiman a las mujeres y es cierto, hay malnacidos que no merecen el título de hombres.
Tipejos que creen que la violencia es poder, cuando en realidad es miseria.
Pero… ¿cuántos son realmente?
¿Cuántos de los casi 70 millones de hombres en este país son monstruos?
Porque si bien cada caso es una tragedia que no debe ser ignorada, hay algo que se olvida en la narrativa de odio: somos más los que amamos a las mujeres.
Los que cuidamos, los que protegemos, los que veneramos el suelo que pisan.
Los que nos enamoramos de sus ojos, de su pelo, de su olor, de su piel.
Nos hipnotizan con sus miradas, nos idiotizan con sus lunares, nos hechizan con sus sonrisas. Nos hacen cómplices de sus ideas, nos incomodan con sus silencios llenos de significado. Nos desarman con su ternura y nos reconstruyen con su amor.
Las amamos tanto, que les escribimos canciones y poemas, nos volvemos idiotas al intentar entenderlas, vivimos para hacerlas reír. Nos emocionamos con el brillo en sus ojos cuando logran lo que sueñan y nos volvemos hombres mejores por ellas y con ellas.
Ojalá algún día, aquellas que tanto dolor tienen, entiendan que los buenos somos más. Que los buenos no hacemos ruido, pero estamos aquí.
Que los buenos no buscamos reconocimientos ni medallas por hacer lo que es correcto.
Que amamos a nuestras abuelas, madres, esposas, novias, hijas, hermanas, amigas, con el alma, con la vida, con el corazón.
Y que incluso aún luego del adiós, nunca dejamos de hacerlo.

