Religión

Las obras de misericordia

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Jueves 5 de diciembre de 2024

Existe en toda la Sagrada Escritura una urgencia por parte de Dios para que el hombre tenga también sentimientos de misericordia, esa «compasión de la miseria ajena, que nos mueve a remediarla, si es posible»13. Nos promete el Señor que seremos dichosos si tenemos un corazón misericordioso para con los demás, y que alcanzaremos misericordia de parte de Dios.

El campo de la misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidades en el orden físico, intelectual y moral… Por eso, las obras de misericordia son innumerables –tantas como necesidades tiene el hombre–, aunque tradicionalmente, por vía de ejemplo, se han señalado catorce obras de misericordia, en las que esta virtud se manifiesta de modo especial.

Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser, en primer lugar, con quienes habitualmente tenemos un mayor trato –la familia, los amigos–, con quienes Dios ha puesto a nuestro lado y con aquellos que se encuentran más necesitados.

Muchas veces la misericordia consistirá en preocuparnos por la salud, por el descanso, por el alimento de los que Dios nos encomienda. Los enfermos merecen una atención especial: compañía, interés verdadero por su enfermedad, enseñarles y ayudarles a que ofrezcan a Dios su dolor… En una sociedad deshumanizada por los frecuentes ataques a la familia, es cada vez mayor el número de enfermos y ancianos abandonados, sin consuelo y sin cariño. Visitar a estas personas en su soledad es una obra de misericordia cada vez más necesaria. Dios premia de una manera especial estos ratos de compañía: lo que por uno de estos hicisteis, por Mí lo hicisteis14, nos dice el Señor.

También debemos practicar, junto a las llamadas obras materiales de misericordia, las espirituales. En primer lugar corregir al que yerra, con la advertencia oportuna, con caridad, sin que se ofenda; enseñar al que no sabe, especialmente en lo que se refiere a la ignorancia religiosa, el gran enemigo de Dios, que aumenta de día en día en proporciones alarmantes: la catequesis ha pasado en la actualidad a ser una obra de misericordia de primerísima importancia y urgencia; aconsejar al que duda, con honradez y rectitud de intención, ayudándole en su camino hacia Dios; consolar al afligido, compartiendo su dolor, animándole para que recupere la alegría y entienda el sentido sobrenatural de esa pena que sufre; perdonar al que nos ofende, con prontitud, sin darle demasiada importancia a la ofensa, y cuantas veces sea necesario; socorrer al que necesita ayuda, prestando ese servicio con generosidad y alegría; finalmente, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos, sintiéndonos especialmente ligados por la Comunión de los Santos a esas personas con las que estamos más obligados por razones de parentesco, amistad, etcétera.

Nuestra actitud de misericordia hacia los demás se ha de extender a otras muchas manifestaciones de la vida, pues «nada puede hacerte tan imitador de Cristo –dice San Juan Crisóstomo– como la preocupación por los demás. Aunque ayunes, aunque duermas en el suelo, aunque, por así decir, te mates, si no te preocupas del prójimo, poca cosa hiciste, aún distas mucho de Su imagen»

Así obtendremos de Dios misericordia para nuestra vida, y quizá la merezcamos también para los demás, ese abismo de misericordia que se extiende de generación en generación16, según profetizó nuestra Señora a su prima Santa Isabel.

Pidamos la misericordia divina para nosotros mismos, ¡que tanto la necesitamos!, y para nuestra generación, a través de Santa María, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Ante la próxima fiesta de la Inmaculada nuestro confiado recurso a la Virgen se hace, si cabe, más continuo y enamorado.

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