Opinión

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Viernes 8 de noviembre de 2024

Si algo caracteriza a Verónica Camino es ser imprudente.

La senadora morenista ha destacado por lo complejo de su personalidad que busca sobresalir a toda costa. Ello la ha llevado a verse involucrada en conflictos nada redituables políticamente hablando.

Insistimos: no es la primera ocasión en que la legisladora morenista se ve inmersa en dimes y diretes.

Su desmesurada afición por los reflectores la ha conducido a conflictos diversos, que han incluido controversias con los medios de comunicación, situación muy poco aconsejable para una figura pública.

Tales circunstancias se han traducido en sanciones veladas de parte de sus cofrades, que han discurrido la necesidad de ecipsarla de manera momentánea para disminuir la presión de los revuelos qué su irrefrenable locuacidad provoca.

Verónica se siente la medida de todas las cosas y cree a pies juntillas qué el mundo entero está obligado a rendirle pleitesía en mérito de sus virtudes y cualidades.

Ello le ha significado un entendible distanciamiento de los grupos sociales más vulnerables, en mérito de su nula empatía social.

Merced a ello la senadora se vio vencida y relegada a un desairado tercer lugar en la contienda por la alcaldía de Mérida y brilló por su ausencia en la contienda rumbo a la gubernatura, donde nada aportó a la causa del abanderado morenista, toda vez que ni campaña hizo.

Ahora la controvertida legisladora se vio involucrada en un nuevo incidente con la alcaldesa de Mérida, por un motivo absolutamente vacuo e irrelevante.

Pero la senadora, en aras de darse a notar, se exhibió más papista que el Papa y se lanzó al vacío envuelta en la bandera de la presunta defensa de la dignidad presidencial, situación verdaderamente risible e innecesaria.

La alcaldesa de Mérida, inteligentemente no se enganchó en una controversia tan barata y dejó exhibirse a su interlocutora, que hizo una rabieta de lo más grotesca y absurda, que poco o nada abona a su causa, como no sea probar su subordinación incondicional.

Lamentable papel de la legisladora que no fue capaz de encontrar maneras más inteligentes de darse a notar, sin atinar a percatarse que reducen a menos cero sus posibilidades de aspirar a mayores alturas en el futuro, habida cuenta de la aspereza y dificultad que su trato supone.

El incidente pone a cada quien en su sitio y hace patente la diferencia en asertividad y oficio político. Será por eso que una triunfó en las urnas y la otra se vio en la necesidad de aprovecharse de la posibilidad de acceder a un escaño como consecuencia de un acuerdo de carácter electoral.

Como decía Juan Gabriel, lo que se ve, no se juzga y solo relatamos las cosas tal cual son. El tiempo y las circunstancias han puesto a cada quien en su debido lugar.

Seguimos pendientes.

Dios, Patria y Libertad

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