Religión

Las letanías lauretanas

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Miércoles 9 de octubre de 2024

Después de contemplar los misterios de la vida de Jesús y de Nuestra Señora con el Padrenuestro y el Avemaría, terminamos el Santo Rosario con las Letanías Lauretanas y algunas peticiones que varían según las regiones, las familias o la piedad personal.

El origen de las letanías se remonta a los primeros siglos del cristianismo.

Eran oraciones breves, dialogadas entre los ministros del culto y el pueblo fiel, y tenían un especial carácter de invocación a la misericordia divina.

Se rezaban durante la Misa y, más especialmente, en las procesiones.

Al principio se dirigían al Señor, pero muy pronto surgen también las invocaciones a la Virgen y a los santos.

Las primicias de las letanías marianas son los elogios llenos de amor de los cristianos a su Madre del Cielo y las expresiones de admiración de los Santos Padres, especialmente en Oriente.

Las que actualmente se rezan en el Rosario comenzaron a cantarse solemnemente en el Santuario de Loreto (de donde procede el nombre de letanía lauretana) hacia el año 1500, pero recogen una tradición antiquísima. Desde allí se extendieron a toda la Iglesia.

Cada título es una jaculatoria llena de amor que dirigimos a la Virgen y nos muestra un aspecto de la riqueza del alma de María.

Estas invocaciones se agrupan según las principales verdades marianas: maternidad divina, virginidad perpetua, mediación, realeza universal y ejemplaridad y camino para todos sus hijos.

Estas aclamaciones vienen expresadas en las primeras advocaciones, y son desarrolladas a continuación.

Así, al invocarla como Sancta Dei Genitrix, profesamos explícitamente la maternidad; cuando la alabamos como Virgo virginum, reconocemos su virginidad perpetua, que la hace Virgen entre las vírgenes; al invocarla con el título de Mater Christi, profesamos su íntima e indisoluble unión con Cristo, verdadero Mediador y verdadero Rey, y la reconocemos, por tanto, como Reina y mediadora…

La Virgen es Madre de Dios y Madre nuestra, y es este el título supremo con que la honramos y el fundamento de todos los demás.

Por ser Madre de Cristo, Madre del Creador y del Salvador, lo es de la Iglesia, de la divina gracia, es Madre purísima y castísima, intacta, incorrupta, inmaculada, digna de ser amada y de ser admirada.

En las letanías se recogen diversos aspectos de la virginidad perpetua de María: es Virgen prudentísima, digna de veneración, digna de alabanza, poderosa, clemente, fiel…

La Madre de Dios, Mediadora en Cristo entre Dios y los hombres, se prodiga continuamente en servicio nuestro.

Nos es presentada además bajo tres bellísimos símbolos y otros aspectos de su mediación universal: la Virgen María es la nueva Arca de la alianza, la Puerta del Cielo a través de quien llegamos a Dios, es la Estrella de la mañana que nos permite siempre orientarnos en cualquier momento de la vida, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores (¡tantas veces hemos tenido que recurrir a Ella!), Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos…

María es Reina de todo lo creado, de los cielos y de la tierra, porque es Madre del Rey del universo.

La universalidad de este reinado comienza en los ángeles y sigue en los santos (los del Cielo y los que en la tierra buscan la santidad): Santa María es Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de los que confiesan la fe, de las vírgenes, de todos los santos.

Termina con cuatro títulos de realeza: es Reina concebida sin pecado, asunta al Cielo, del santísimo Rosario y de la paz.

Después de invocarla como ejemplo acabado y perfecto de todas las virtudes, sus hijos la aclamamos con estos símbolos y figuras de admirable ejemplaridad: Espejo de santidad, Trono de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso honorable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil y Casa de oro.

Es una alegría tener una Madre así, y se lo decimos muchas veces a lo largo del día. Cada una de las advocaciones de las letanías nos puede servir como una jaculatoria en la que le decimos lo mucho que la amamos, lo mucho que la necesitamos.

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