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El Tolo Gallego, recompensado por la vida

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Martes 9 de julio de 2024

Iba de casa en casa, con un carro de madera, cargando las barras de hielo para venderle a los vecinos.

Los fríos secos de las barras quemaban sus manos; la vida no le había ofrecido otro menú más que trabajar de pequeño para poder comer.

Eran cuatro hermanos, sin la figura de un padre, unidos por el destino y la necesidad de ayudar a Doña Carmen a sostener la familia.

Con el tiempo ese petiso morrudo de rulos de alambre, se convirtió en un patrón alambrador de su quintita.

Cada vez que algún rival quería pasar por su sector, el Tolo hacía un cerco en el mediocampo: raspaba, quitaba y entregaba.

Con ese ABC bien aprendido, jugó siete años en Newell’s y otros siete años en River (fue el capitán de las Copas Libertadores e Intercontinental que ganó el club de Núñez, en 1986).

Y ante todo, fue el tapón de la Selección de Menotti, campeona del mundo en 1978.

Gallego tenía boca grande para ordenar el equipo y piernas macetudas para quitar los brotes de juego de los rivales.

La naturaleza le había obsequiado un físico rudo, no apto para la sinfonía de la creación. Por eso, se hizo fuerte gracias a su tesón.

Fue un 5 clásico, sacrificado y tiempista. Levantó copas y aplausos. Aquél chico que repartía hielo, de grande repartió pases para los que jugaban mejor. Siempre luchó. La vida lo recompensó.

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