Mes del Sagrado Corazón
Miércoles 5 de junio de 2024
(…)Este testimonio mundial y solemne de lealtad y piedad, es decir, la consagración de toda la raza humana al Sacratísimo Corazón de Jesús, es especialmente hecho a Jesucristo, que es la Cabeza y Señor Supremo de la raza.
Su imperio se extiende no sólo a las naciones católicas y a aquellos que, habiendo sido debidamente lavados en las aguas del santo bautismo, pertenecen a la Iglesia, aunque las opiniones erróneas los alejen de ella, o el desacuerdo con sus enseñanzas los prive de su cuidado; sino que también comprende a todos aquellos que están privados de la fe cristiana, de modo que toda la raza humana está verdaderamente bajo el poder de Jesucristo.
Porque aquel que es el Hijo unigénito de Dios Padre, con la misma sustancia que Él «esplendor de la gloria y figura de su sustancia» (He. 1:3), necesariamente posee todo en común con el Padre, por tanto, también el poder soberano sobre todas las cosas.
Debemos considerar especialmente las declaraciones hechas por Jesucristo, no a través de los Apóstoles o los Profetas, sino por sus propias palabras. Al gobernador romano que le preguntó: «¿Luego tú eres rey?» Jesús contestó sin dudar: «Tú lo has dicho, yo soy rey» (Jn. 18:37).
La grandeza de este poder y la universalidad de este reino se confirman todavía más claramente por sus palabras a los Apóstoles: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra» (Mt. 28:18).
Si se ha dado todo el poder a Jesucristo, se sigue que su imperio debe ser supremo, absoluto y superior a cualquier voluntad, de manera que nadie se le asemeje o sea su igual; y como su poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra, también el cielo y la tierra deben obedecerle.
León XIII, Encíclica Annum sacrum, 25 de mayo de 1899.