Religión

Francisco ha querido acabar con el legado de Benedicto XVI, afirma Peter Seewald

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Jueves 28 de diciembre de 2023

Las parejas homosexuales, la Misa en latín, los abusos sexuales, la purga de los hombres más vinculados a Benedicto, el nombramiento de Fernández: el Papa Francisco ha hecho todo lo posible para destruir lo que había construido su predecesor.

Joseph Aloisius Ratzinger habría sido una figura para recordar en la historia de la Iglesia aunque no hubiera sido elegido para ocupar el trono papal. Sin embargo, en 2005, la llamada del Señor convirtió en Papa a uno de los más grandes teólogos vivos, el hombre a quien san Juan Pablo II confió la custodia de la ortodoxia católica durante 23 años. El pontificado de Benedicto XVI terminó traumáticamente hace más de una década, y su vida terrena terminó hace un año, privando al recinto de San Pedro de aquel “servicio de oración” prometido en su última audiencia general, el 27 de febrero de 2013.

A la luz de la nueva temporada que vivimos actualmente bajo la bandera de una pretendida discontinuidad en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ¿qué ha sido del legado de Ratzinger en el actual pontificado? La Brújula Cotidiana habla de todo ello en esta entrevista a Peter Seewald, periodista alemán, amigo y biógrafo de Benedicto XVI, con quien ha escrito cuatro libros-entrevista.

¿Es correcto afirmar que la relación entre Benedicto XVI y Francisco era “muy estrecha”, tal y como ha declarado recientemente Francisco?
Buena pregunta. Todos recordamos las cálidas palabras que pronunció el cardenal Ratzinger en el réquiem por Juan Pablo II. Palabras que llegaban al corazón, que hablaban de amor cristiano, de respeto. Pero nadie recuerda las palabras de Bergoglio en el réquiem por Benedicto XVI. Fueron tan frías como toda la ceremonia, que fue inevitablemente corta para no honrar demasiado a su predecesor. Al menos esa fue mi impresión.

Un juicio duro, el suyo…
¿Cómo se manifiesta la amistad? ¿Con una mera declaración de palabra o viviéndola? Las diferencias entre Benedicto XVI y su sucesor fueron grandes desde el principio. En temperamento, cultura, intelecto y, sobre todo, en la dirección de los pontificados. Al principio Benedicto no sabía mucho de Bergoglio, salvo que como obispo en Argentina era conocido por su liderazgo autoritario. Prometió obediencia a su sucesor. Obviamente, Francisco lo consideró una especie de cheque en blanco. Incluso su predecesor guardó silencio para no dar la menor impresión de querer interferir en el gobierno de su sucesor. Benedicto confió en Francisco. Pero varias veces se sintió amargamente decepcionado.

¿Qué quiere decir con esto?
Bergoglio siguió escribiendo bonitas cartas al Papa emérito tras su elección. Sabía que no podía estar a la altura de su espíritu grande y noble. También habló repetidamente de los dones de su predecesor, calificándolo como un “gran Papa” cuyo legado se hará más evidente de generación en generación. Pero si realmente se habla de un “gran Papa” por convicción, ¿no se debería hacer todo lo posible por cultivar su legado tal y como hizo Benedicto XVI con Juan Pablo II? Como podemos ver hoy, el Papa Francisco ha hecho muy poco por mantenerse en continuidad con sus predecesores, más bien todo lo contrario.

¿Qué significa esto en términos concretos?
Bergoglio no es europeo. Conoce poco la cultura de nuestro continente. Sobre todo, parece tener aversión a las tradiciones occidentalizadas de la Iglesia católica. Como sudamericano y jesuita, ha borrado mucho de lo que era precioso y querido para Ratzinger. Un pequeño círculo de seguidores ha tomado de forma autocrática la mayoría de las decisiones. Baste recordar la prohibición de la Misa tridentina. Benedicto había tendido un pequeño puente hacia una isla del tesoro en gran parte olvidada a la que hasta entonces sólo se podía acceder a través de un terreno difícil. Era un asunto muy cercano al corazón del Papa alemán, y realmente no había ninguna razón para derribar de nuevo este puente. Era, obviamente, una demostración del nuevo poder. La posterior purga del personal completó el cuadro. Muchas personas que apoyaban el rumbo de Ratzinger y la doctrina católica fueron “guillotinadas”.

¿Se refiere al antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, y al caso de monseñor Georg Gänswein?
Ha sido un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia que monseñor Gänswein, el colaborador más estrecho de un Papa extraordinario, el teólogo más grande que jamás se haya sentado en la Sede de Pedro, fuera expulsado en desgracia del Vaticano. Ni siquiera recibió una palabra de agradecimiento pro forma por su trabajo. Por supuesto, la purga afectó principalmente al hombre cuyo linaje representa Gänswein, Benedicto XVI. Más recientemente, fue el obispo estadounidense Strickland, amigo de Benedicto y crítico de Bergoglio, quien fue destituido de su cargo con el pretexto de mala conducta financiera; una razón obviamente inverosímil. Y cuando a un partidario de Ratzinger como el cardenal Burke, de 75 años, se le priva de la noche a la mañana de su casa y de su sueldo sin ninguna explicación, es difícil reconocer la fraternidad cristiana en todo esto.

Ha mencionado la falta de continuidad: ¿cree que un documento como Fiducia supplicans se habría publicado si Benedicto XVI hubiera seguido vivo?
En su pequeño monasterio del centro del Vaticano, el anciano Papa emérito actuaba como la luz en la montaña. El filósofo italiano Giorgio Agamben también lo considera un katechon, un freno, basado en la segunda carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses. El término katechon también se interpreta como “obstáculo”, algo o alguien se interpone en el camino del fin de los tiempos. Según Agamben, Ratzinger, siendo un joven teólogo, en una interpretación de San Agustín distinguió entre una Iglesia de los malvados y una Iglesia de los justos. Desde el principio, la Iglesia estuvo inextricablemente mezclada. Es a la vez la Iglesia de Cristo y la Iglesia del Anticristo. Desde este punto de vista, la dimisión de Benedicto condujo inevitablemente a la separación de la Iglesia “buena” de la Iglesia “negra”, a la separación del trigo de la paja.

Sin embargo, el cardenal Joseph Zen de Hong Kong ha señalado recientemente que el propio Benedicto había advertido en repetidas ocasiones del “peligro de un desprendimiento doctrinal”. Una vez le pregunté al Papa Benedicto por qué no podía morirse, y me respondió que tenía que quedarse. Como una especie de memorial del auténtico mensaje de Cristo.

¿Cuáles son los aspectos más críticos de Fiducia supplicans?
En sus discursos, el Papa Francisco dice muchas cosas correctas. Pero un pastor, como ha aclarado recientemente el patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa (presumiblemente un auténtico candidato para el próximo cónclave), debería, por un lado, “escuchar al rebaño”, pero, por otro, “también dirigir, ofrecer orientación y decir hacia dónde deben ir”. Pizzaballa ha dicho: “Uno no debe depender de las expectativas de los demás”. El problema con Francisco en el pasado ha sido que no ha cumplido muchas de sus promesas: a veces diciendo “blanco” y a veces “negro”, haciendo declaraciones ambiguas, contradiciéndose repetidamente y causando una confusión considerable. En el caso de un documento como Fiducia supplicans, que puede ser interpretado de tantas maneras diferentes, también está el hecho de que lo que se acaba de considerar correcto, de repente se declara incorrecto sin mucho proceso de maduración de la decisión. Por no mencionar el efecto divisivo que esto tiene en la Iglesia y el momento absolutamente desastroso de su publicación. El gran tema antes de Navidad no era la conmemoración del nacimiento de Cristo, sino la bendición –aparentemente mucho más importante-, de parejas del mismo sexo por parte de la Iglesia. Los medios de comunicación alejados de la Iglesia se han entusiasmado con ello y nadie ha pensado en el hecho de que un documento tan importante no fuera –como era habitual bajo Benedicto XVI- discutido y aprobado por la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino que simplemente se ha decretado de forma autocrática.

En su opinión, ¿el cardenal Víctor Manuel Fernández, autor de la Declaración, habría sido nombrado responsable del Dicasterio para la Doctrina de la Fe si Benedicto XVI hubiera seguido vivo?
Difícil. Francisco y su círculo podían asumir que, aunque el Emérito fuera fiel a su promesa de obediencia, ya no callaría si el nivel de destrucción de la Iglesia, que al parecer Dios permitía, se hacía insoportable. Inmediatamente después de su muerte, se abandonaron las consideraciones que seguían siendo válidas en vida. Se hizo correcto que un hombre como Víctor Manuel Fernández, a quien rápidamente se le dio un birrete cardenalicio, fuera nombrado para el cargo de Prefecto para la Doctrina de la Fe. El argentino no está cualificado para esta importante tarea, salvo por una cosa: es el protegido de un Papa argentino. Hasta ahora la aptitud era el principal criterio para estos nombramientos, pero bajo Bergoglio parece que lo que cuenta es la lealtad a la línea. Incluso antes de asumir el cargo, Fernández había anunciado una especie de auto-demonización de la Iglesia Católica. Quería cambiar el catecismo, relativizar las afirmaciones bíblicas y cuestionar el celibato. Sabía que no le quedaba mucho tiempo. Era consciente de que no podría quedarse en ese cargo con ningún papa posterior. Tenía prisa, así que inmediatamente ha elevado la actitud de su líder hacia la nueva doctrina. Se habla entonces de una comprensión ampliada de las cosas. Esta es la puerta para poder legitimar interpretaciones antes desconocidas de la fe católica.

En el futuro, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ya no será necesario como oficina de vigilancia de la verdadera fe católica, ha explicado el Papa Francisco, sino como promotor del carisma de los teólogos. Nadie sabe lo que esto significa en realidad. La realidad es siempre más importante que la idea, ha añadido. En pocas palabras: lo importante no es lo que el Concilio, por ejemplo, afirma sobre la fe, sino lo que se pide. Al mismo tiempo, Francisco ha suavizado el artículo de Juan Pablo II sobre la organización del Dicasterio que se refería a la protección de “la verdad de la fe y la integridad de las costumbres”.

Sobre todo, Fernández debía “tener en cuenta el magisterio más reciente” en sus interpretaciones, es decir, el de su mentor argentino. Que el Papa eximiera al nuevo Prefecto para la Doctrina de la Fe de tener que ocuparse de los abusos sexuales en la Iglesia parecía una compensación. Sin embargo, Ratzinger, su predecesor en el cargo, había puesto este ámbito bajo su autoridad porque veía que en otros lugares se barrían los delitos bajo la alfombra y se dejaba solas a las víctimas. Sin embargo, Fernández no es ajeno a este tema. El periódico argentino “La Izquierda Diario” informó de que, como arzobispo de La Plata, había encubierto al menos once casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes “de diversas formas”.

Otra prueba de discontinuidad fue la derogación de la liberalización de las celebraciones en la forma extraordinaria del rito romano. En la carta a los obispos que acompañaba la publicación de Traditionis Custodes, Francisco decía que la intención de Summorum Pontificum había sido “a menudo gravemente desatendida”. ¿Realmente Benedicto XVI ha fracasado tanto con la llamada Misa en latín?
Todo lo contrario. Ratzinger quiso pacificar a la Iglesia sin cuestionar la validez de la Misa según el Misal Romano de 1969. “El modo en que tratamos la liturgia”, explicó, “determina el destino de la fe y de la Iglesia”. Francisco, en cambio, ha calificado las formas tradicionales de “enfermedad nostálgica”. Si la intención hubiera sido, en efecto, “gravemente desatendida” habría sido oportuno, en primer lugar, recabar la opinión de Benedicto XVI y, en segundo lugar, justificar esta acusación. Pero no hay ninguna investigación al respecto, ni mucho menos documentación sobre los supuestos casos. Y la afirmación de que la mayoría de los obispos votaron a favor de derogar el Summorum Pontificum de Benedicto XVI en una encuesta mundial no es cierta, según mis informaciones. Lo que me parece especialmente vergonzoso es que el Papa emérito ni siquiera haya sido informado de este acto, sino que haya tenido que enterarse por la prensa. Ha recibido una puñalada en el corazón.

Antes ha mencionado los abusos. Usted, que reconstruyó los hechos del caso del padre Peter H. en la biografía “Benedicto XVI – Una vida”, ¿puede explicar por qué monseñor Bätzing se equivocó cuando pidió a Ratzinger que se disculpara por su gestión de los abusos como arzobispo de Munich?
El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana sabe que nadie en la Iglesia católica ha dado pasos tan decisivos en la lucha contra los abusos sexuales como el antiguo prefecto de la fe y Papa. El periodista italiano Gianluigi Nuzzi afirmó que Benedicto “ha quitado el manto de silencio y ha obligado a su Iglesia a centrarse en las víctimas”. Ha hecho mucho más que el Papa Francisco contra este mal escandaloso.

La afirmación del obispo Bätzing de que el Papa emérito no pidió perdón por “lo que se hizo a las víctimas con la transferencia de un abusador” es pura desinformación. Una cosa es cierta: en su declaración del 6 de febrero de 2022, tras el debate sobre el discutido informe de Munich, el Papa emérito dejó claro que no podía sino “expresar una vez más mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera disculpa a todas las víctimas de abusos sexuales”. Ha “asumido una gran responsabilidad en la Iglesia católica. Mi dolor es aún mayor por los crímenes y errores que se han producido durante mi mandato y en los lugares afectados […] Las víctimas de abusos sexuales cuentan con mi más profunda simpatía y lamento todos y cada uno de los casos”.

En cuanto al caso del sacerdote Peter H. de Essen, que se remonta a la época en que Ratzinger era obispo de Munich, el equipo de asesores jurídicos del Papa emérito llegó a la conclusión de que el ex obispo de Munich, como él mismo declaró, no era consciente de que el sacerdote “era un abusador ni de que era utilizado en la atención pastoral”. Los abogados resumieron que el informe “no contiene pruebas de una acusación de mala conducta o de ayuda en un encubrimiento”. Los documentos respaldan sin reservas las declaraciones de Benedicto XVI.

Usted ha ido a ver a menudo a Benedicto XVI, incluso después de su dimisión: ¿es cierto que el Papa emérito se mostraba muy preocupado en los últimos años por la situación en la Iglesia alemana y, en particular, por las consecuencias del llamado camino del Sínodo?
Ratzinger expresó repetidamente esta preocupación también como Prefecto para la Doctrina de la Fe. De hecho, ya se había sentido ofendido tras el Concilio Vaticano II, cuando criticó su debilitamiento y reinterpretación. Acusó a la clase dirigente católica de su país de mostrar sobre todo ajetreo, autopromoción y aburridos debates sobre cuestiones estructurales “que pierden por completo la misión de la Iglesia católica”, en lugar de una “dinámica de fe”. En su opinión, es un gran error pensar que basta con llevar una capa diferente para volver a ser amado y reconocido por los demás. El cristianismo sólo puede ser un verdadero interlocutor en las difíciles cuestiones de la civilización moderna a través de su ética presentada con resolución.

Para Ratzinger, la renovación consistía en redescubrir las competencias fundamentales de la Iglesia. La reforma, subrayaba, significa conservar en la renovación, renovar en la conservación, para llevar el testimonio de la fe con nueva claridad a la oscuridad del mundo. La búsqueda de lo contemporáneo nunca debe conducir al abandono de lo verdadero y válido y a la adaptación a lo actual. En este sentido, se mostraba escéptico ante la elitista “vía sinodal”, cuyos organizadores no están en modo alguno legitimados por el pueblo de la Iglesia. Además, a medida que envejecía, esta evolución le entristecía mucho. Durante uno de nuestros encuentros, tuvo que preguntarse cuántas diócesis de su país podían seguir llamándose católicas en términos de liderazgo.

Pero no se resignaba. Veía también las numerosas iniciativas de jóvenes que redescubren el catolicismo y atraen así cada vez a más gente, mientras que, por el contrario, las que pretenden ser particularmente contemporáneas no sólo experimentan una creciente aridez espiritual, sino también un empobrecimiento del personal, por no hablar de la pérdida de miembros. Pero aunque la situación actual de la Iglesia y del mundo no fuera motivo de alegría, el Papa emérito añadía siempre en nuestras conversaciones aquello de lo que estaba profundamente convencido: “¡Al final, Cristo prevalecerá!”.

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