Corredención de Nuestra Señora
Lunes 18 de septiembre de 2023
Afirma Santo Tomás que el bien de una gracia es mayor que el bien natural de todo el universo. La menor gracia santificante contenida en el alma de un niño después de su bautismo vale más que los bienes naturales de todo el universo, más que toda la naturaleza creada, comprendiendo a los ángeles. Existe en la gracia una participación en la vida íntima de Dios, que es superior también a todos los milagros. ¿Cómo sería el alma de María, cuando Dios la rodeó de toda la dignidad posible y de su amor infinito?
En María se complace Dios desde la eternidad de su Ser. «Desde siempre, en un continuo presente, Dios se goza en el pensamiento de su Madre, Hija y Esposa. No es casualidad ni capricho el que la Iglesia, en su Liturgia, aplique y haya aplicado a Nuestra Señora palabras de la Escritura cuyo sentido directo se refiere a la increada Sabiduría»8. Así, leemos en el Libro de los Proverbios: Desde la eternidad fui establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese. Todavía no existían los abismos, y yo estaba ya concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, no estaba sentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había ya nacido; aún no había criado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo. Cuando extendía Él los cielos estaba yo presente; cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito, cuando establecía allá en lo alto las regiones etéreas y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas, cuando circunscribía al mar en sus términos, e imponía ley a las aguas para que no traspasasen sus límites, cuando asentaba los cimientos de la tierra, con Él estaba yo disponiendo todas las cosas, y eran mis diarios placeres el holgarme continuamente en su presencia, el holgarme del universo; siendo todas mis delicias el estar con los hijos de los hombres. Ahora, pues, ¡oh hijos!, escuchadme: Bienaventurados los que siguen mis caminos9.
La Virgen es, de un modo muy profundo, trono de la gracia. A Ella se pueden aplicar unas palabras de la Epístola a los Hebreos: Acudamos confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia, y encontremos la gracia que nos ayude en el tiempo oportuno. El trono, símbolo de autoridad, pertenece a Cristo, que es Rey de vivos y de muertos. Pero es un trono de gracia y de misericordia, y lo podemos aplicar a María –y así está en textos litúrgicos antiguos–, por quien nos llegan todas las gracias. La protección de María es «como un río espiritual que desde cerca de dos mil años se derrama sobre todos los hombres. Es la savia que no cesa de dar fruto en ese árbol que Dios quiso plantar con tanto amor. Es el tesoro inmenso de María, que beneficia continuamente a sus hijos. ¿De qué manera vamos a alcanzar mejor la misericordia divina, sino acudiendo a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra?
La plenitud de gracia con que Dios quiso llenar su alma es también un regalo inmenso para nosotros. Demos gracias a Dios por habernos dado a su Madre como Madre nuestra, por haberla creado tan excepcionalmente hermosa en todo su ser. Y la mejor forma de agradecérselo es quererla mucho, tratarla a lo largo del día, aprender a imitarla en el amor a su Hijo, en su plena disponibilidad para lo que a Dios se refiere.
Le decimos: Dios te salve, llena de gracia…, y nos quedamos prendados de tanta grandeza, de tanta hermosura, como debió de quedarse el Arcángel Gabriel cuando se presentó ante Ella. «¡Oh nombre de la Madre de Dios! ¡Tú eres todo mi amor!».