Religión

Profecía de san Malaquías omite el nombre de Bergoglio

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Domingo 10 de septiembre de 2023

Hace pocas semanas escribía que las revelaciones privadas, aún cuando hayan sido aprobadas por la Iglesia, no integran el Depósito de la Fe al que los católicos, necesariamente, nos debemos adherir.

Sin embargo, esto no significa que puedan ser menospreciadas y que en ocasiones puedan echar luz sobre circunstancias históricas determinadas.

En este sentido, las conocidas “profecías de Malaquías”, aun cuando han sido cuestionadas desde varios puntos de vista, siempre me han parecido cuando menos, curiosas. 

El blog de Specola, que nunca podrá recomendarse demasiado, mencionó hace pocos días un breve artículo sobre una interpretación interesante de las profecías.

Allí se dice que al final, tras el lema Gloria Olivae (la gloria del olivo) del Papa Benedicto XVI, figuran dos personas más. El último es Petrus Romanus (Pedro el Romano), a cuyo pontificado heroico se atribuyen la destrucción de Roma y el Juicio Final, lo precedería un candidato transitorio insertado entre Gloria Olivae Petrus Romanus, representado con la frase incompleta del texto de las profecías que dice: “En la persecución de la Santa Iglesia Romana se sentará…”. Y asegura el autor que el resultado de un cuidadoso análisis de las dos primeras impresiones históricas del original de estas profecías en el siglo XVI reveló no sólo el hecho de que, además de Petrus Romanus, aparece otro candidato intermedio en la lista, sino también que el nombre del sujeto fue omitido deliberadamente en el lema de ese mismo candidato.

La existencia de un papa o un personaje que ocuparía su lugar pero que no tiene nombre parece una rareza.

Sin embargo, San Ireneo de Lyon, doctor de la Iglesia, escribe en su Adversus haereses (5,30, 4) el siguiente comentario sobre el número de la bestia o anticristo: 

“Ha guardado silencio sobre el nombre, porque no es digno de ser proclamado por el Espíritu Santo. Porque si hubiera sido proclamado por él, tal vez habría durado mucho tiempo; pero como ‘era y ya no es, y se levanta del abismo y va a la perdición’, como si no existiera en absoluto, su nombre no fue proclamado, pues no se proclama el nombre de lo que no existe”.

Este personaje es tan terrible y tan horrible; tan malvado y tan grotesco que no merece siquiera ser nombrado. Y ese lema del innominable le corresponde justamente a Francisco. él sería el papa sin nombre, aquél que las profecías prefieren no nombrar a fin de que su pontificado no se extienda, y porque, en el fondo, no existe.

No sé si será el caso y sin las profecías serán ciertas o solamente las fantasías del algún medieval tardío, pero lo cierto es que lo que está haciendo Bergoglio con la Iglesia no tiene nombre.

Como dice Fusaro, se ha dedicado, desde que comenzó su pontificado, a deconstruir una tras otra las piedras angulares de la tradición, los pilares del pensamiento teológico católico y el depositum fidei.

La suya es la “no teología” o, si se prefiere, la “antiteología” que ha vaciado a la teología en nombre de la supuesta necesidad de “actualizarla” y ponerla a la altura de los estándares contemporáneos.

Y así, el pensamiento teológico se ha evaporado; ha desaparecido luego de haber sido humillado y destruido a martillazos.

El actual pontífice ha convertido a la Iglesia en un centro de sincretismo de la trivialización, que agrupa a todas las religiones para hacerlas a todas igualmente inútiles y ridículas y, consecuentemente, superfluas y prescindibles. 

Con su ascenso al trono papal, la fe se disolvió en el ateísmo líquido de un relativismo falsamente humanitario, ecologista y derechohumanista, que ha expurgado toda referencia a la trascendencia, a lo sagrado y a Cristo.

La de Bergoglio se confirma así como una religión Woodstock, en la que todos está bien y todos los derechos están al resguardo, sobre todo el derecho universal al coito con quien sea. 

Es una nueva religión extravagante y heteróclita, del culto a la Pachamama y la rehabilitación de Lutero; de la inexistencia del infierno y de la eucaristía para todas, todos y todes. 

La desvergüenza de Bergoglio se convierte en nuestra propia vergüenza. En su viaje a Mongolia, apenas terminado el último domingo, así como antes del espectáculo de su misa se repartieron palomitas de maíz —gratuitamente por supuesto—, se dedicó a alabar a Gengis Khan y a la pax mongolica.

Pocas veces la humanidad ha conocido en su historia un régimen tan cruel y sangriento como el mongol del siglo XIII. 

Había paz, claro, porque al primero que se le ocurriera “hacer lío”, le cortaban la cabeza. Este mismo triste personaje podría sorprendernos en los próximos días alabando a Genserico y la pax vandalica o a Stalin y la pax sovietica

Pero, por cierto, mientras alienta a los mongoles a volver a los gloriosos años de Gengis Khan, alerta a españoles e hispanoaméricanos de los “horrores” que cometieron sus antepasados durante la evangelización de América y las graves injusticia de los misioneros que despojaron a los pueblos originarios de sus legítimas y sanas religiones y tradiciones ancestrales.

Se cometió el horroroso crimen del proselitismo; la destrucción de ciudades enteras y el asesinato de sus habitantes por parte de Gengis Khan son apenas una pequeña mota comparada con el crimen de los conquistadores y misioneros españoles

Verdaderamente, estamos frente al hombre que no merece siquiera un nombre.

Apropiándonos de las palabras de Catón el Viejo, “el nombre de Bergoglio debe ser destruido” como lo fue Cartago.

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