Las entrevistas del Papa son para confundir
Viernes 8 de septiembre de 2023
Retrógrado, clerical y la inevitable ambigüedad sobre la inclusión de homosexuales y transexuales: es el guión habitual que también emergió en la conversación de Francisco con los jesuitas portugueses.
Durante el viaje a Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud, como es costumbre, Francisco también se encontró con sus hermanos jesuitas, respondiendo a sus preguntas. El texto de esta conversación fue publicado por La Civiltà Cattolica.
Siempre se espera que de estos encuentros pueda surgir alguna importante y clara enseñanza, a pesar de que el lenguaje utilizado sea más bien informal, como en un diálogo entre amigos. Pero muchas veces esto no es así por dos razones principales. La primera es que Francisco continúa con su propia línea de pensamiento y no se deja cuestionar en lo más mínimo por los problemas planteados. No es que los hermanos jesuitas, siendo jesuitas, hagan preguntas embarazosas, claro está, pero en cualquier caso plantean problemas que se abordan inmediatamente según los patrones de pensamiento habituales y con el abuso de las mismas palabras: retrógrado, clerical, etc.
La segunda razón es que Francisco hace juicios generales sobre situaciones muy complejas. Está claro que en una conversación breve no se puedan escribir novelas, pero por eso mismo conviene tener cierta precaución. Por ejemplo, el Papa expresa aquí un juicio muy duro y absolutamente esquemático sobre el clero y los católicos americanos, acusándolos sumariamente de atraso ideológico: “hay una actitud reaccionaria muy fuerte, organizada, que estructura un sentido de pertenencia, incluso afectivo. Quiero recordarles a estas personas que el atraso es inútil”.
La impresión es que, en cada entrevista con los hermanos jesuitas, pero también se podría decir en cada entrevista tout court, las respuestas de Francisco son estándar, pertenecen a un repertorio conceptual y lingüístico fijo y no conocen una evolución real. También esta vez, como ya sucedió en el pasado, Francisco cita a Vicenzo di Lerino sobre el desarrollo del dogma, pero lo hace a medias, citando las palabras que indican progreso, pero nunca aquellas que indican una perfecta continuidad, es decir, que “de todos, siempre y en todas partes”. A pesar de que muchos expertos se lo han señalado, como don Nicola Bux, por ejemplo, pero él continúa impertérrito.
Esta aproximación, que anima a emitir juicios apresurados e injustos, se manifestó en este diálogo con los hermanos jesuitas de Portugal, también sobre un tema que atañe a la Doctrina social de la Iglesia. Respondiendo a una pregunta sobre la inclusión de los homosexuales y transexuales en la Iglesia (¿podía faltar?…), Francisco subrayó: “Pero lo que no me gusta en absoluto, en general, es que se mira a los llamados ‘pecados de carne’ con lupa, así como se hace desde hace mucho tiempo con el sexto mandamiento. Si explotabas a los trabajadores, si mentías o engañabas, no contaba, y en cambio los pecados por debajo del cinturón eran relevantes”.
Esta intervención es deficiente en muchos aspectos. En primer lugar, expresa un juicio en tres palabras y resultado de una impresión personal sobre un tema muy importante y complejo. Juzga épocas históricas enteras, a muchos sacerdotes en los confesionarios, a educadores y padres con un juicio agudo e inapelable. En segundo lugar, es sin duda un juicio erróneo porque no tiene en cuenta la gran atención que la Doctrina social de la Iglesia, la moral católica y los manuales para confesores habían asignado a los llamados “pecados sociales”.
El Catecismo enumeraba entre las acciones que claman venganza ante Dios defraudar a los trabajadores del salario justo. En Rerum novarum, León XIII puso en el centro de la acción de la Iglesia a quienes estaban “solos e indefensos a merced de la codicia de los patrones y de la competencia desenfrenada”. Este juicio de Francisco no da cuenta de “ese gran movimiento en defensa de la persona humana”, del que hablaba la Centesimus annus (n. 3) de Juan Pablo II, que trabajó intensamente por una sociedad más justa.
Sin duda, en el pasado la atención a los pecados “de la carne” era mucho más acalorada que hoy, cuando -como revelan muchos confesores- ya nadie se confiesa por actos contrarios al sexto mandamiento. Pero ciertamente no faltaron los exámenes de conciencia por los actos de injusticia y explotación social, no faltaron los actos de reparación de esos pecados, no faltaron las intervenciones públicas de caridad como atestiguan los santos sociales y sus obras de caridad. La Rerum novarum, de hecho, terminaba con un himno a la caridad. ¿Y a cuántas generaciones de sacerdotes y laicos inspiró y sirvió de guía esa encíclica?
Después de todo, si hoy nadie se confiesa por el sexto mandamiento, ¿quizás todos se confiesen por el séptimo? Esta extraña intervención de Francisco parece olvidar que al final sólo hay una virtud y la atención por la dignidad del propio cuerpo y del de los demás ayuda también a ser respetuoso con el trabajador o con los pobres. El sexto mandamiento no es algo privado, sino que tiene amplias repercusiones en la vida social y política porque todos los problemas de la sociedad surgen del cultivo de pasiones desenfrenadas. En el discurso de Lisboa, Francisco habló mucho de la inclusión de los homosexuales y transexuales. No quisiéramos que se le escapara esta conexión entre el respeto al cuerpo y la justicia, entre el sexto y el séptimo mandamiento.