Religión

NO HAY EVIDENCIA DE QUE JORGE MARIO BERGOGLIO FUERA ORDENADO DIÁCONO. ANÁLISIS DE LAS GRAVÍSIMAS CONSECUENCIAS (segunda parte)

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Lunes 13 de febrero de 2023

Seguimos presentando en esta serie el interesantísimo y determinante informe y estudio anónimo que trata sobre las evidencias acerca de la falta de ordenación diaconal de Jorge Mario Bergoglio y sus consecuencias. En esta ocasión, inicia el estudio de las consecuencias.

INFORME JURÍDICO SOBRE LA FALTA DE ORDENACIÓN DIACONAL DE JORGE MARIO BERGOGLIO Y LA OCULTACIÓN DE ESTE HECHO EN SU ORDENACIÓN SACERDOTAL. CONSECUENCIAS JURÍDICO-CANÓNICAS

Introducción

La Iglesia Católica es jerárquica. La ascensión gradual al sacerdocio por medio de las órdenes menores y mayores es una costumbre antiquísima, ya establecida por el Papa Clemente en el s. I d.C. Aparte del diaconado, cuya institución refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles, San Roberto Belarmino, en sus controversias con los protestantes, nos enseñó que la institución de las demás órdenes es también de tradición apostólica.

En la época en la que Jorge Mario Bergoglio estaba en formación en Argentina para ser sacerdote, en el tercero y cuarto año recibían las órdenes denominadas menores: ostiario, lector, exorcista y acólito. Finalmente, venían las otras tres, denominadas órdenes mayores o sagradas: en el quinto año recibían el subdiaconado y el diaconado, y en el año siguiente, el sacerdocio.

Existe, pues, una variedad de grados sucesiva por la que se asciende al sacerdocio, y es legítima. Así lo indicó el Concilio de Trento, en su 23ª Sesión, de 15 de julio de 1563, en que se establece la doctrina y cánones sobre el sacramento del Orden, que se recoge en el numeral 1.765 del Denzinger: 

“Mas como sea cosa divina el ministerio de tan santo sacerdocio, fué conveniente para que más dignamente y con mayor veneración pudiera ejercerse, que hubiera en la ordenadísima disposición de la Iglesia, varios y diversos órdenes de ministros (Mt. 16,19Lc. 22,19 y Jn. 20,22s) que sirvieran de oficio al sacerdocio, de tal manera distribuidos que, quienes ya están distinguidos por la tonsura clerical, por las órdenes menores subieran a las mayores [Can. 2]”.

En el mismo Concilio y Sesión, la Iglesia estableció la doctrina y cánones sobre el sacramento del orden y se declaró anatema, en su canon 2º, negar que existan órdenes inferiores al sacerdocio, que tienden al mismo: 

“si alguno dijere que, fuera del sacerdocio, no hay en la Iglesia católica otros órdenes, mayores y menores, por los que, como por grados, se tiende al sacerdocio”. 

Igualmente, declaró formalmente anatema afirmar que no hay una Jerarquía en la Iglesia, compuesta por Obispos, presbíteros y ministros (canon 6º). Tras los Obispos y los sacerdotes, en el grado inferior de la Jerarquía, están los diáconos, a los que se les imponen las manos “para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio”, Lumen Gentium, 29 (Dz. 4.155).

De donde se deriva que, para recibir una orden determinada, el solicitante debe antes pasar por las órdenes inferiores. Así, por tanto, para ascender al sacerdocio, hay que pasar antes por el rango de ministro, dentro del cual están los diáconos.

Es cierto que antes del s. X eran frecuentes las ordenaciones per saltum, es decir, sin gradualidad. En Roma, en el siglo IX, el subdiaconado era el único paso obligatorio en el cursus antes de acceder a funciones superiores. Todos los papas entre 687 y 891 habían sido subdiáconos. Otros cinco se habían convertido en diáconos antes de ser elevados al episcopado, nueve pasaron del subdiaconado al sacerdocio y luego al episcopado (1). El propio San Ambrosio fue nombrado Obispo desde el diaconado, sin pasar por el sacerdocio.

Desde el siglo X, al menos en el Sacro Imperio, la ordenación per gradum era ya la regla. El documento de referencia es el Pontificio Romano-Germánico, redactado en Maguncia hacia el año 950. Se inscribe sin romper la continuidad en la tradición de los ordines romanos de siglos anteriores, al tiempo que añade numerosos elementos del ritual germánico. La ordenación del diácono implica la entrega del libro del Evangelio, signo de su misión de proclamar litúrgicamente el Evangelio. El diácono parece más cercano al subdiácono que al sacerdote. Este último es el hombre de la Eucaristía; el diácono lo asiste en el altar. Este ritual fue introducido en Roma por voluntad reformadora de los emperadores germánicos a finales del siglo X. Roma se alineó con el cursus per gradum clerical practicado en el Imperio. A partir de ese momento, la historia de los ritos de ordenación atestigua una perfecta continuidad (2).

Sobre la validez y licitud de los sacramentos 

Los sacramentos deben tener forma canónica. Si falta la debida forma, ello puede tener consecuencias de invalidez o de ilicitud del sacramento. 

Una ordenación válida pero ilícita implica que el candidato ha sido realmente ordenado, pero con algún defecto de forma grave, que implicará sanciones canónicas para el/los culpable/s de su incumplimiento.

Una ordenación inválida supone que el candidato no ha sido ordenado, por lo que los sacramentos que ese sacerdote hubiere administrado desde entonces serían igualmente nulos.

Hay una Jerarquía de derecho divino formada por Obispos, sacerdotes y ministros (Dz.  1.776). En la época en que fue ordenado sacerdote Jorge Mario Bergoglio había 7 órdenes sagradas, divididas en dos tipos (Dz. 836, magisterio del papa Inocencio IV):

  • mayores: subdiácono, diácono y sacerdote; 
  • menores: acólito, exorcista, lector y ostiario.

Así se disponía también en el Código de Derecho Canónico (en adelante, CDC) de 1917, vigente en época de su ordenación, en el canon 949: que las ordenes mayores o sagradas son el presbiterado, diaconado y subdiaconado. 

Y el canon 973, apdo. 1º, del CDC de 1917, se establecía que la primera tonsura y las órdenes se conferirán únicamente a aquéllos que tengan la intención de entrar en el sacerdocio.

¿Era el subdiaconado semejante o sustitutivo del diaconado? 

En absoluto. Era el último de los ritos previos a recibir el diaconado, pero era éste -como sigue siendo- el primer grado del sacramento del orden, no siendo el subdiácono verdadera y válidamente ministro sagrado. 

Sólo son clérigos el diácono, el sacerdote (o presbítero) y el Obispo. El diácono es el ministro (clérigo) que ha recibido el poder de anunciar el Evangelio, de bautizar, de asistir al sacerdote en el altar, de llevar y distribuir la sagrada comunión y de dar testimonio de la caridad de la Iglesia cerca de los pobres.

El subdiácono se ocupaba generalmente de los vasos sagrados y estaba al servicio de los diáconos en las Constituciones apostólicas, del siglo IV, donde se dice que se trata de una orden de institución apostólica.

Hasta el siglo XIII el subdiaconado era una orden menor; pero en tiempos de santo Tomás de Aquino — quien observa que lleva aparejado el voto de continencia — se considera una orden sagrada. En Trento se consideró una orden mayor y, junto a las órdenes menores, un paso hacia el presbiterado. El papel del subdiácono era en gran medida litúrgico, e incluía la proclamación de la primera lectura en la misa y el cuidado de los vasos sagrados.

Pablo VI, en su reforma de las órdenes y los ministerios de 1972, suprimió el subdiaconado en la Iglesia occidental y asignó las funciones que anteriormente desempeñaba el subdiácono al lector y al acólito. Admitió la posibilidad de que, si la conferencia episcopal lo consideraba oportuno, al ministerio del acolitado se le diera el nombre de subdiaconado. Por tanto, antes de ser ordenado sacerdote, si Jorge Mario Bergoglio fue ordenado subdiácono y no fue ordenado diácono, sólo podría ejercer esa orden de subdiácono. 

El subdiácono tenía como función, en la Misa solemne, presentar la patena y el cáliz al diácono, echar el agua en el cáliz y cantar la epístola. Además, estaba encargado de purificar los lienzos sagrados. El subdiácono no podía realizar las funciones propias del diácono, como dar la comunión o predicar, ni mucho menos podía dar la bendición. 

Hay dos tipos de diáconos: transitorios (la inmensa mayoría), que reciben esta orden como un paso previo al presbiterado; y los permanentes (sólo algunos), que no pretenden ascender al sacerdocio y que ejercen su diaconado sine die.

La mayoría de los diáconos son transitorios o temporales, pues siguen su camino hacia el sacerdocio. Para ayudar a administrar los sacramentos se instituyó el diaconado permanente, como un grado particular dentro de la Jerarquía (LG, 29). Su institución queda en manos de las conferencias episcopales, y, con permiso del Papa, se puede ordenar como tal a hombres casados o a jóvenes idóneos célibes.

En los diáconos destinados al presbiterado (transitorios) nace un derecho a recibir la ordenación sacerdotal y, por lo tanto, solamente por una causa canónica, es decir, establecida por el Derecho, aunque sea solamente oculta, el Obispo propio o el superior mayor competente puede impedir el acceso al presbiterado. Si se le impidiera, puede en candidato interponer recurso (cf. c. 1030). Igualmente, es obligatorio ser ordenado diácono para poder ser luego ser ordenado sacerdote.

CONTINUARÁ

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