Religión

La Iglesia, los santos y el tabaco

Spread the love

Sábado 10 de diciembre de 2022

En el principio….

Los representantes de la iglesia y el tabaco se encuentran desde el momento mismo del arribo de Colón y el resto de los expedicionarios a tierras americanas.

Rodrigo de Jerez o Xerez, acompañante de Colón, es el primer europeo que prueba inhalar el humo de esta hoja y tanto le agrada que la transporta hasta su tierra natal, la muy española Ayamonte.

Allí concita la atención y sorpresa de sus conciudadanos que aterrados, dan cuenta a la «Santa Inquisición», la que determina que «Sólo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca«. La consecuencia: varios años de prisión en las mazmorras inquisitoriales.

Bartolomé de las Casas (1484-1566) fraile dominico y primer protector de los indios resalta el uso del tabaco entre los indígenas al notar que entre ellos es una «adicción, ya que lo encontraban imposible de abandonar. No entiendo qué beneficio o ventaja obtienen de él«.

Se considera que André Thevet (1502-590), fraile franciscano del convento de Angouleme, fue de los primeros en llevar semillas de tabaco a Francia, las que obtuvo acompañando a las expediciones portuguesas al Brasil.

Hizo muy buenas descripciones del uso del tabaco llamado «petum» por los indígenas Tupi brasileros. Su intervención fue tan significativa que a partir de 1568 la planta comenzó a ser llamada «thevetiana».

John B. Buescher, licenciado en Estudios Religiosos por la Universidad de Virginia, cuenta en «In the Habit. A History of Catholicism and Tobacco» que para muchos de los eclesiásticos españoles que evangelizaron América, el tabaco, fumado o esnifado, tenía algo de diabólico por la conexión que le atribuían los indígenas con los «Espíritus Invisibles» y por lo tanto sospechaban que era una especie de parodia a los sacramentos y un invento del Demonio mismo, quién habría pactado con los indígenas para obtener, a través de su consumo, las almas de los «hombres blancos» con el fin de «dificultar su evangelización» (Es necesario aclarar aquí que el tabaco que consumían los indígenas no era el refinado y ultraprocesado que se utiliza actualmente por lo que su contenido en sustancias tóxicas y alucinógenas era mucho mayor, lo que explica el trance que podía inducir a los que lo consumían).

Otro problema con su uso fue que los indios llevaban a la iglesia el hábito de fumar tabaco, tanto que en 1575 las autoridades eclesiásticas de México tuvieron que prohibir esa costumbre.

Pero para entonces, no sólo los indios consumían tabaco, sino también buena parte de los sacerdotes (muchos esnifaban con el argumento que lo hacían para comunicarse con el demonio, tal como los indígenas), lo que condujo a que autoridades eclesiásticas en un Sínodo en Lima en 1583, les prohibieran «bajo pena de condena eterna» mascar o inhalar tabaco antes del servicio de la misa. (Esta práctica retornó en los 1980´s entre algunos indios católicos norteamericanos como sincretismo de las creencias nativas con la liturgia católica).

El problema adquirió mayor proporción en Europa, y se cuenta la historia del cura de Capocelere, poblado del reino de Nápoles, quien en 1650 inhaló tabaco justo después de recibir la Comunión; por la crisis de estornudos que siguió, vomitó la hostia sobre el altar para el horror de los feligreses.

El consumo de tabaco, en cualquiera de sus formas, se hizo tan extenso y frecuente aún entre los fieles que acudían a las ceremonias religiosas, que la autoridad papal hubo de tomar cartas en el asunto.

Así, Urbano VIII (el papa n° 235 de la Iglesia Católica, entre 1623 y 1644), el 30 de enero de 1642, promulga la Bula Cum Ecclesiae, respondiendo al pedido del deán de Sevilla, incapaz de controlar el hábito entre capellán, diáconos y sacerdotes, quienes no interrumpían el consumo ni aún durante la celebración de la Misa, expeliendo secreciones fétidas que mancillaban el altar, lugares sagrados y los pisos de las iglesias.

La Bula declara que «quién fumase, esnifase o masticase tabaco en las iglesias de la diócesis sería castigado con pena de excomunión«.

El Papa Urbano tenía especial interés por la ornamentación y la suntuosidad de los edificios de culto; fue quién contrató a Lorenzo Bernini (1598 -1680) para embellecer San Pedro en Roma y quién hizo colocar el baldaquino de bronce y las cuatro columnas espiraladas en el Altar Mayor.

De manera que se enfurecía ante cualquier acción que mancillara la belleza de sus edificios. Sin embargo la Bula proveía la excepción al castigo para algunos personajes encumbrados y a discreción de quienes tenían la facultad de aplicarla, lo que la tornó de hecho casi inefectiva.

Poco después en 1650, Inocencio X (el papa n 236 de la Iglesia católica, entre 1644 y 1655), decreta una pena similar aplicada a las basílicas de San Juan de Letrán y de San Pedro, principalmente por el perjuicio para las pinturas y esculturas por el humo del tabaco.

Aunque también en este caso había lugar a excepciones, lo que presuponía poca esperanza en su cumplimiento.

Pocos años más tarde en 1655 extiende un «Permiso General» a un particular, por una sustancial suma de dinero, para la venta de Tabaco y Alcohol. Estos Permisos resultaron una de las más importantes fuentes de ingresos para la Santa Sede1.

Por fin, Benedicto XIII, Papa entre 1724 y 1730, fumador él, revoca la sanción pero no la prohibición en 1725.

Y aprovechando la inmensa popularidad del tabaco, inaugura en 1779 una «fábrica pontificia de tabaco» en la que monjas confeccionaban los cigarrillos.

El historiador Arias Divito relata que el tabaco era tan necesario para el diario subsistir que cuando fueron expulsados de América en 1767, se les proveyó 1 y ½ libra de tabaco.

Por otra parte la Congrua de 1769 (renta mínima de un oficio eclesiástico o civil o de una capellanía para poder sostener dignamente a su titular) estipulaba que entre lo mínimamente necesario por año para los integrantes del Capítulo Catedralicio de Buenos Aires estaba «tabaco en polvo, 40 pesos»8. Pío XII (papa número 260, desde 1939 hasta 1958), transmite al General de los jesuitas en Roma que sus miembros debían renunciar, en nombre de la austeridad, a «artículos superficiales», entre ellos «el tabaco».

En 1863, ampliando la obra de Benedicto, Pío IX construyó una fábrica de cigarros frente a la plaza Mastai en Roma y en 1871, ofreció su «caja dorada para rapé» exquisitamente labrada con dos corderos simbólicos en un campo floreado como premio en una lotería mundial para recaudar fondos para la Iglesia.

Del lado protestante las cosas no eran demasiado diferentes, en Suiza, en 1661 el Magistrado de Berna agregó a la Tabla de los Diez Mandamientos el «No Fumarás» justo debajo del «No Desearás la Mujer de tu Prójimo»5.

Y llegando a nuestros días, el conflicto Tabaco-Iglesia parece ser recurrente ya que en 2002, Juan Pablo II (el papa 264 de la Iglesia católica desde 1978 hasta 2005) prohibió que en el territorio del Vaticano se fumase en lugares cerrados o incluso lugares públicos muy frecuentados, bajo multa de 30 euros.

Tabaco y Celibato

Las autoridades eclesiásticas se preguntaban el motivo por el cual los sacerdotes habíanse vueltos tan adictos al Tabaco; una respuesta la sugirió Fray Giuseppe da Convertino quién afirmó que fumar expelía los «humores» del cuerpo y mente, así los fumadores serían menos susceptibles a las «tentaciones de la carne», lo que constituía una salvaguarda de la castidad que debían respetar.

También un tal Benedetto Stella escribiendo en 1669 conectó ambas cosas: «Digo… el tabaco tomado con moderación, no sólo es útil, sino necesario para los monjes, curas, frailes y cualquier religioso, que debe y desea llevar una vida casta y reprimir las urgencias sensuales que los asaltan. La natural causa de la lujuria reside en la Humedad y el Calor. Cuando estos son secados por el uso del tabaco, estas urgencias libidinosas no son sentidas con tanta fuerza«.

Tabaco, la ruta de entrada al paraíso

En el siglo XVII, en Virginia, Estados Unidos, una de las principales áreas de cultivo de Tabaco, esta planta era la forma de pago más común de las plegarias.

Asimismo un funeral costaba 400 libras de tabaco, un casamiento 200 y ceremonias menos importantes se podían negociar por un importe menor.

Era común escuchar sermones tronantes desde el púlpito sobre la importancia de cultivar un buen tabaco y la necesidad moral de curarlo apropiadamente.

Un destino a una parroquia con malos suelos para el cultivo, era muy común que quedara desierta porque ningún sacerdote aceptaba hacerse cargo.

Para 1750 el salario de un clérigo estaba establecido en Virginia en 16.000 libras de tabaco al año.

Un día Benedicto XIV (papa entre 1740 y 1758) ofrece a un visitante, superior de una orden religiosa, rapé para esnifar, a lo que el visitante le contesta «Santidad, no tengo ese vicio«, y Benedicto responde «No debe ser vicio, que si lo fuera, usted lo tendría«.

Dimes y diretes

Se atribuye al Obispo Sarnelli invocar la ayuda del cielo cada vez que el esnifar tabaco, produjera una intensa crisis de estornudos (Atchisss¡¡¡), con el consiguiente temor por la salud de quién lo sufre. Este sería el origen de la costumbre de exclamar «¡Salud!» en estas circunstancias.

Se dice que le preguntaron a un jesuita (No, no era Francisco) si se pódía fumar mientras se reza, a lo que éste respondió con una negativa categórica. Pero… ¿rezar mientras se fuma? Eso sí, por supuesto que sí.

Cura y poeta, el padre jesuita José Francisco de Isla (1703-1781), refiriéndose al apogeo del Rapé en los siglos 17 y 18, escribe: «Yo conocí en Madrid a una condesa/ que aprendió a estornudar a la francesa».

¿Rompe el tabaco el ayuno eucarístico?

Una de las cuestiones que más preocupó a la iglesia era la de determinar si el tabaco podía considerarse alimento y de ese modo, al consumirlo (inhalado, mascado o esnifado), rompía el ayuno eucarístico.

El «Príncipe de los moralistas» San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), fumador y esnifador, establece que no: ni el fumado ni el masticado, siempre que una vez escupido, quede la saliva «razonablemente limpia», aunque sí se rompía el ayuno en caso de que una «cantidad significativa de tabaco masticado fuera deglutido».

La Biblia

Motivo de controversia y discusión por años ha sido el de que si la biblia justifica de alguna manera el consumo de tabaco.

Como los textos bíblicos fueron escritos muchos siglos antes de que los europeos tuvieran contacto con la Nicotiana tabacum, es lógico que no se encuentre en ellos una mención directa; sin embargo muchos han querido ver en algunos pasajes referencias posibles de ser aplicadas al tabaco.

Por ejemplo Pablo, en Corintios 6:19-20, refiere: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (el precio pagado se refiere a la sangre de Jesucristo) Por lo tanto nuestros cuerpos, diseñados de manera cuidadosa y amorosa, Él espera que lo cuidemos y no adoptemos costumbres o prácticas capaces de dañarlo.

Hay aparentemente mención asimismo al tabaquismo secundario cuando en Mateo 22:39 dice Jesús: «amarás a tu prójimo como a ti mismo» en clara referencia a que si no debemos dañar nuestro cuerpo tampoco es lícito hacerlo a los demás.

Resta entonces a los católicos decidir si fumar es o no pecado. Existe sí una referencia directa y concreta a la condena al hábito de fumar en algunas ediciones de la versión Reina Valera de las Sociedades Bíblicas Unidas, como apreciamos en la figura:

Por supuesto, sólo una coincidencia y una curiosidad.

Siglo XX, Papas y tabaco

San Pío X (1903-1914), gustaba de fumar puros; su sucesor, Benedicto XV (1914-1922) no era fumador, pero Pío XI (1922-1939) lo hacía ocasionalmente, en cambio Pío XII (1939-1958) nunca y Juan XXIII (1958-1963), de resultas de su larga trayectoria diplomática, se inclinaba por los cigarrillos.

Ni Pablo VI (1963-1978) o Juan Pablo II (1978-2005) fumaban, pero Benedicto XVI (2005-2013) prefería algún ocasional Marlboro.

León XIII (1878-1903) consumía rapé y, antes de ser ungido Papa, en Bruselas, en ocasión de una cena con diplomáticos, un Conde, con ánimo de gastarle una broma, le entrega para que aprecie una caja para rapé con una pintura en miniatura en su tapa, que representaba una Venus desnuda, y éste al devolvérsela, le expresa «realmente muy bonita señor Conde. Presumo que con el retrato de la Condesa».

Ni los santos estuvieron exentos de caer bajo su influencia: en los procesos de beatificación de San José de Cupertino, San Juan Bosco y San Felipe Neri se estudió si el hábito de fumar estaba reñido con las virtudes heroicas exigidas.

Es evidente que no se encontró obstáculo en ello. Y los dos modelos de santidad sacerdotal más recientes, San Juan María Vianney (el Santo Cura de Ars) y San Pío de Pietrelcina (el Padre Pío), solían esnifar tabaco e incluso ofrecerlo sin mayores problemas a la concurrencia.

El tabaco ha penetrado a todos los estamentos sociales, desde su misma introducción a partir de los expedicionarios europeos y su influencia, qué duda cabe, es sentida hasta nuestros días.

Finalmente, ¿por qué Dios creó el tabaco?

¿Quizás porque espera aún que la Humanidad descubra sus usos apropiados? Dice en Proverbios 25 «Es la gloria de Dios ocultar un asunto y gloria de los reyes el investigarlo«. (12).

Cuando Dios finaliza la Creación en Génesis 1, declara que todo lo que hizo es «muy bueno» (verso 31).

¿Sugiere esto que es bueno usar la planta de tabaco en cualquiera de sus formas, cigarrillos, cigarros, pipas, masticado o esnifado?

La respuesta actual es que no, pero su justificación bíblica espera una respuesta concreta.

Deja una respuesta