Religión

Por qué la masonería odia a la Virgen

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Lunes 14 de noviembre de 2022

Por Francesco Miridia

San Pío, en vida, había afirmado que los masones han llegado «a las zapatillas del Papa», hoy podemos afirmar con extrema claridad que han llegado al trono de Pedro. El temido enemigo externo, con todo lo que le sirve ideológicamente, actúa hoy como un cáncer interno en la Iglesia.

Muchos cardenales corruptos, como cínicos ejecutores del plan masónico de destrucción de la Iglesia, actúan como los lobos con piel de cordero que menciona la Sagrada Escritura; es inútil ocultarlo, porque son perfectamente identificables por lo que apoyan, afirman e imponen pastoralmente a los fieles, alejándolos de la sana doctrina bimilenaria de la Iglesia católica. Ocupan puestos importantes y estratégicos en la Iglesia, y bajo el pretexto de reformarla mediante la «sinodalidad», últimamente están llevando a cabo el ataque final a la doctrina bimilenaria de la Iglesia, atacando la familia, la liturgia y el sacerdocio.

Estos cardenales, modernistas de hecho, progresistas de fachada, que se autodenominan «reformistas», ya han conseguido resultados contundentes, como la bendición de los divorciados y de las parejas homosexuales con un formulario. Han conseguido un amplio apoyo para implementar el acceso al ministerio ordenado para las mujeres y para la abolición del celibato. También se distinguen por un pronunciado servilismo a las potencias fuertes del mundo, cómo no mencionar, por ejemplo, su apoyo obsesivo al nuevo credo tecno-científico sobre las vacunas, el inmigracionismo, el inclusivismo desenfrenado y la política ecológica del pensamiento único globalista, que predica la «conversión ecológica».

Es típico el nuevo lema que se extiende en las parroquias: «No hablemos ya de pecado contra la naturaleza, sino de pecado contra la Naturaleza». Ante una revolución tan oscura, cómo no hacer una mención necesaria al apostolado de San Maximiliano María Kolbe, quien, recordando a San Luis María Grignion de Montfort, proclamó la urgente necesidad de luchar por el triunfo del Corazón Inmaculado de María, en oposición a las fuerzas masónicas que avanzaban.

Ya entonces, cuando luchaba por la Inmaculada Concepción, consideraba que había llegado la hora de María, y no se equivocaba, pues sus días eran aquellos en los que los masones temían tanto el culto mariano que obstruirían el secreto de Fátima durante un siglo, impidiendo la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. Los enemigos sabían ya entonces que María era su enemigo más peligroso. San Maximiliano Kolbe sintió el urgente deber de comprometerse a difundir el amor y la consagración a María, porque era consciente de que sólo cuando María reinara en los corazones, Cristo volvería a reinar en el mundo, y logró con impetuoso y ardiente celo construir el pequeño remanente de María.

Sin embargo, el enemigo consiguió astutamente apagar las llamas ardientes de aquel impetuoso impulso mariano, hecho de amor incondicional a la Inmaculada. La misión de San Maximiliano Kolbe, que hoy parece casi extinguida, debe ser retomada con nuevo impulso. Todavía arde bajo las cenizas, es necesario rezar para que el fuego mariano se reavive, en estos tiempos en que la batalla está en su apogeo y los masones que trabajaron muy bien y con éxito para extinguir la misión de llevar las almas a María, están recogiendo los mejores frutos.

Hoy el número de familias, de jóvenes, de sacerdotes que se consagran al Corazón Inmaculado de María está en mínimos: de hecho Satanás reina en el mundo y sobre la Iglesia más que nunca.

Parece que es el tiempo de los indecisos que esperan, sin hacer nada, ser salvados por la intervención repentina y decisiva de la Inmaculada. En cambio, es el momento, como fue predicho por Montfort, de que los héroes de María luchen junto a la Reina del Cielo, para ser terribles en la hora de la batalla. Almas fieles a María, la Corredentora, que piden fortaleza, valor y decisión, para luchar en favor de la santa Iglesia y de la civilización cristiana. Almas que desean servir a la Santísima Trinidad, suplicando: «Haznos fuertes para que amándote con el amor de los fuertes, seamos capaces de servirte con la dedicación y la eficacia de los fuertes, para alcanzar cuanto antes tu Reino en la Tierra, ¡oh María, oh Jesús!» (Dr. Plinio Corrêa de Oliveira).

María Santísima, como reveló Jesús a Sor María D’Agreda, es «Reina y Señora de la Iglesia Militante, su protectora, su abogada, su madre y su maestra». Serás la patrona especial de los reinos católicos, y si ellos, los demás creyentes y todos los descendientes de Adán te invocan de corazón, te obedecen y te vinculan a ellos, les proporcionarás un remedio y les socorrerás en sus penas y necesidades.Serás la amiga, la defensa y la guía de todos los justos, nuestros amigos: los consolarás, los confortarás y los colmarás de bienes, hasta el punto de que te vinculen con su devoción».

Fomentar y difundir la devoción a María, es el imperativo que debemos plantearnos, sin peros, asumiendo la misión de San Maximiliano Kolbe.

De hecho, Jesús nos revela: «No queremos conceder nada al mundo si no es de tu mano, ni negarle nada de lo que le concedas». En tus labios se extenderá la gracia de lo que establecerás en el cielo y en la tierra, donde los ángeles y los hombres te obedecerán, porque todas nuestras cosas son tuyas como tú has sido nuestra sin cesar, y reinarás con nosotros para siempre» (Extracto de: La Ciudad Mística de Dios de Sor María de Ágreda, Capítulo 22, Libro 8).

Hoy en día, la masonería eclesiástica, como nunca antes, ha disminuido y minimizado su poder de intercesión, las almas tardan en acudir a ella, en ser conducidas por su intercesión por el Señor; muchos cristianos se dejan enredar por los cordones del diablo en nuevas herejías, los pecadores se multiplican y la culpa aumenta. Podemos imaginar, sobre todo estudiando los mensajes de reconocidas apariciones marianas y tantas autorizadas revelaciones privadas, con cuánto sufrimiento ve la Virgen a los creyentes y a toda la humanidad en el peligroso estado en que se encuentran, aunque la Iglesia sabe que Ella, en virtud del «lugar» que ocupa en el Cielo, es su abogada y protectora, para custodiarlos, socorrerlos y dirigirlos hacia la bienaventuranza.

Muchos, hoy en día, no la conocen, y a ella ya no recurren, y por no invocarla se pierden en gran número, procurándose la condenación y negándole sobre todo la gloria de salvarlos. Sin embargo, el Todopoderoso se propone todavía, por la piedad e indulgencia de la Reina del Cielo, favorecer al mayor número posible de almas, si saben obtener la mediación de esta preciosa Abogada, que siempre está obligada a interceder ante Él.

En este tiempo de profunda apostasía y de sangrienta batalla espiritual, donde demasiadas almas se pierden conquistadas por el antiguo Dragón, la Santísima Virgen, Reina de la Iglesia, es el único camino seguro para que la comunidad eclesial mejore, para que las naciones católicas se reconstruyan, para que la fe se expanda, para que las familias y los estados se fortalezcan, para que las almas vuelvan a la gracia y a la amistad de su Majestad.

Llevar las almas a María Santísima es el único camino a recorrer y la única misión a cumplir con perseverancia.

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